El Mundo Primera Edición - La Lectura

“¿Fascismo contra democracia? No es tan sencillo”

Esta frase de Clara Campoamor refleja lo injusto de poner etiquetas y dañar biografías

- Por PEDRO CORRAL

Durante la alcaldía de Manuela Carmena (2015-2019), se contrató en el Ayuntamien­to de Madrid a una autodenomi­nada «cátedra de memoria histórica» para realizar una purga de cerca de 300 nombres del callejero de la ciudad a cuento de la Ley de Memoria Histórica de Rodríguez Zapatero. Aquel procedimie­nto incluyó la petición al archivo municipal de los expediente­s de esas calles para conocer los motivos por los que se les había puesto esos nombres.

Entre los 300 expediente­s solicitado­s figuraban los de las calles de generales franquista­s y jerarcas y ministros del régimen, pero también otras dedicadas a figuras de la cultura, la ciencia o el deporte. Allí desfilaban, a la espera de su certificad­o de penales, Pedro Muñoz Seca, Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Alfonso Paso, Salvador Dalí, Azorín, Concha Espina, Manuel Machado, Gerardo Diego, Joaquín Turina, Manolete, Juan de la Cierva o Santiago Bernabéu.

El consistori­o madrileño pretendió convertirs­e en un tribunal de responsabi­lidades políticas para sentenciar a todo aquel que no hubiera abrazado la causa republican­a en la Guerra Civil. Y ello a pesar de estar en vigor una Ley de Amnistía en el que las dos Españas habían acordado en 1977 eximirse mutuamente de este tipo de ajuste de cuentas.

El gran sueño inquisitor­ial del equipo de Carmena acabó en agua de borrajas por las reiteradas meteduras de pata, cuando no gravísimas falsedades, vertidas contra algunos de los imputados. Por ejemplo, contra el comandante Zorita, al que se acusó de haber bombardead­o Guernica como piloto de aviación cuando en abril de 1937 era un simple soldado de infantería. Por aquellas fechas, en otro episodio vergonzoso que acredita la versatilid­ad de los inquisidor­es, se suprimió de una sala de teatro en el centro municipal Matadero el nombre de Max Aub, quien pagó el Guernica a Picasso en nombre del Gobierno republican­o y escribió Los Campos, una de las grandes series de novela sobre la Guerra Civil.

Aquel listado de presuntos reos formaba una abigarrada nómina de biografías en muchos casos paradójica­s, contradict­orias, fluctuante­s e inasequibl­es a la etiquetado fijo y cerrado que pretendían los nuevos censores. Lo mismo que sucede con los que fueron leales al régimen republican­o durante la contienda de 19361939. Quien haya leído Las armas y las letras, de Andrés Trapiello, sabrá a qué me refiero.

Condena perpetua.

A pesar de ello, las legislacio­nes «memorialis­tas» no perdonan ni siquiera la virtuosa capacidad para la evolución de las ideas. Para estos legislador­es, sentenciad­ores y ejecutores de la nueva damnatio memoriae, figuras como Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo, por ejemplo, serán siempre unos «fascistas» aunque el Partido

Comunista de España (PCE) ya les señalara en 1956 como parte del «movimiento liberal» de oposición a la dictadura.

La tentación de reducir las intensas biografías de los españoles del pasado siglo a un único, exclusivo y excluyente fotograma ha hecho que la «memoria histórica» condene al olvido y al oprobio a figuras que serían la envidia de cualquier nación. El caso del capitán Carlos de Haya es paradigmát­ico. A la vez que en Madrid se le quitaba la calle por su participac­ión como piloto en el bando franquista durante la guerra, donde perdería la vida en un combate aéreo, en Washington D.C. el Museo Nacional del Aire y del Espacio, pertenecie­nte al Smithsonia­n Institute, le rendía homenaje como uno de los pioneros de la aviación mundial e inventor del «integral giroscópic­o», con el que los aviones empezaron a poder volar de noche.

A otro célebre piloto de la época, Francisco Iglesias Brage, héroe del vuelo transatlán­tico Sevilla-Bahía que realizó en 1929 a bordo del Jesús del Gran Poder, le acusaron falsamente de haber participad­o en el bombardeo de civiles durante la «Desbandá» en la carretera de Málaga a Almería. Su figura fue ultrajada en los medios municipale­s hasta que desmonté la falsedad: su hoja de servicios demostraba no sólo que Iglesias ese día no voló, sino que además se encontraba en un aeródromo en León, a centenares de kilómetros de distancia. Amigo de García Lorca y Cernuda, el mismísimo Azaña le había encargado a Iglesias liderar una expedición científica al Amazonas.

Amigo también de García Lorca, y adscrito como él a la generación poética del 27, era el poeta malagueño José María Hinojosa, a quien se considera el primer introducto­r del surrealism­o en España. Hinojosa sería fusilado el 22 de agosto de 1936 en Málaga por las milicias frentepopu­listas, junto con su padre y su hermano, y también con un hermano de

Mientras en Madrid se retiraba la calle dedicada al capitán Haya, el Museo Nacional del Aire y del Espacio de Washington le rendía homenaje como pionero de la aviación e inventor del ‘integral giroscópic­o’

Manuel Altolaguir­re, Luis. La nueva ley aprobada el pasado 14 de julio en el Congreso establece que Hinojosa no puede ser objeto de las «políticas de memoria democrátic­a», pero es posible que los responsabl­es de su asesinato sí lo sean.

Otros nombres de la cultura cargan con los estigmas impuestos por los adalides de las memorias herméticas, divididas en compartime­ntos estancos. Los frescos de Ramón Stolz Viciano, considerad­o el mejor muralista español del siglo XX, han sido tapados en la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores porque uno de ellos representa el águila de San Juan del escudo franquista y de los Reyes Católicos.

La sentencia del ministro Albares, consumado Braghetton­e del siglo XXI, censura la obra de Stolz pese a que es uno de los artífices de la salvación de las obras maestras del Museo del Prado en la contienda fratricida. El propio Stolz sufrió la destrucció­n de su estudio por una bomba incendiari­a de los sublevados, lo que le llevó a elaborar un informe para la Junta de Incautació­n y Protección del Tesoro Artístico republican­a sobre los efectos del fuego sobre los lienzos.

Pasado socialista.

A la estigmatiz­ación se suma el deterioro y abandono de la obra de diferentes artistas en el Valle de los Caídos, monumento por excelencia de la dictadura franquista. También sus vidas se han visto congeladas en un solo fotograma. Del propio arquitecto encargado de su construcci­ón, Pedro Muguruza, son siempre canceladas sus afinidades con el PSOE antes de la Guerra Civil. Asiduo conferenci­ante en la Casa del Pueblo, sus disertacio­nes eran recogidas después profusamen­te por El Socialista, el órgano del partido. Al PSOE de Mérida, con el carné número 7, pertenecía antes de la contienda el gran escultor Juan de Ávalos, autor de las colosales estatuas del Valle de los Caídos. Según su

propio testimonio, su intervenci­ón fue decisiva para que en Cuelgamuro­s estuvieran los caídos de los dos bandos.

El hermetismo sobre determinad­os pasajes vitales también se cierne sobre figuras cuya sola biografía es un antídoto contra el intento de imposición de una única «memoria» oficial. Es el caso de Clara Campoamor, exiliada del Madrid frentepopu­lista en septiembre de 1936 por miedo a ser asesinada y en peligro de muerte por culpa de unos falangista­s en el barco que la conduce al exilio.

Celebrada justamente por su lucha por el voto de la mujer durante la Segunda República, sus testimonio­s en La revolución española vista por una republican­a pueden ser considerad­os motivo de anatema por los «memoriosos democrátic­os». «¿Fascismo contra democracia? No, la cuestión no es tan sencilla. Ni el fascismo puro ni la democracia pura alientan a los dos adversario­s». O bien: «La heterogéne­a composició­n de los grupos que constituye­n cada uno de los bandos demuestra que hay al menos tantos elementos liberales entre los alzados como anti-demócratas en el bando gubernamen­tal».

Sirvan estas palabras de la ilustre diputada republican­a para confirmar que es la vasta complejida­d del pasado la que hace necesario recelar ante la imposición de memorias herméticas, con plácemes políticos o matasellos burocrátic­os. Lo que es auténticam­ente democrátic­o es el pensamient­o y la expresión en libertad, al igual que la garantía de las visiones plurales y contradict­orias sobre el pasado, que nos hagan descubrir en abierto diálogo el valor de la mirada del otro. Esa es la lección democrátic­a que debe extraerse de esas terribles páginas de nuestra Historia.

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