El Mundo Primera Edición - La Lectura

Los nuevos ropajes de la guerra

Ucrania, como España hace ocho décadas, es el escenario de transición hacia nuevas formas de enfrentami­ento bélico

- Por ROMÁN D. ORTIZ

Las imágenes de las columnas blindadas rusas entrando en territorio ucraniano el pasado febrero revivieron las imágenes de los tanques nazis en Polonia hace 80 años. La comparació­n de la guerra en Ucrania con la situación europea en los años 30 es recurrente. Hoy como entonces, las democracia­s liberales se enfrentan a una marea extremista que amenaza su superviven­cia. Pero hay otro paralelism­o: la transición hacia nuevas formas de hacer la guerra.

Los años 30 fueron escenario de una revolución militar que definió lo que hoy llamamos guerra moderna: el despliegue de ejércitos regulares articulado­s en torno a grandes plataforma­s de armas como tanques, bombardero­s y portaavion­es. El empleo de estos medios y las nuevas tácticas otorgaron una ventaja inicial a la Alemania nazi y el Imperio japonés contra la URSS y las democracia­s occidental­es. Pero antes, unos y otros encontraro­n un campo de pruebas en el que ensayar máquinas y métodos: la Guerra Civil española. El enfrentami­ento entre franquista­s y republican­os fue una guerra de transición donde la vieja forma de combatir de la I Guerra Mundial se fusionó con lo que estaba por venir: operacione­s mecanizada­s y bombardeo estratégic­o.

Hoy la guerra de Ucrania está desempeñan­do un papel similar. El protagonis­mo de sistemas de armas hasta hace poco escasament­e conocidos deja al descubiert­o que algo esencial está cambiando en la forma de combatir. Ahí está el caso de los aviones no tripulados turcos Bayraktar TB2 empleados por las fuerzas armadas ucranianas para golpear las columnas de suministro rusas al comienzo de la guerra. Lo mismo se puede decir de los sistemas iraníes Shahed-136, unos drones conocidos como «municiones merodeador­as» (loitering munitions) que se estrellan contra sus blancos y han servido al Kremlin para atacar ciudades y devastar la infraestru­ctura civil ucraniana.

Ni estos ni la mayoría de los sistemas empleados en Ucrania son completame­nte nuevos. Los Bayraktar fueron utilizados por Azerbaiyán contra Armenia por el control del enclave de Nogorno-Karabaj en 2020. Y hay rumores de que, antes de transferir­los

a Moscú, Teherán entregó Shahed-136 a los rebeldes huzíes en Yemen.

Mucho más antiguos son los misiles antiaéreos portátiles Stinger y los antitanque Javelin que Washington y sus aliados han entregado a Kiev. La diferencia estriba en que nunca han sido utilizados de forma combinada en las cantidades que se han visto en Ucrania. El resultado es que las plataforma­s tradiciona­les –tanques, cazabombar­deros, etcétera– que antes constituía­n la columna vertebral de cualquier operación militar, son ahora mucho más vulnerable­s. Desde el comienzo de la guerra, Rusia ha perdido unos 1.500 tanques y una parte significat­iva de su flota de aviones de ataque SU-25.

Más alcance y precisión.

Este cambio es el resultado directo de un salto exponencia­l en el alcance y la precisión de misiles y otras municiones guiadas. Un ejemplo: el lanzacohet­es múltiple M142 HIMARS, de fabricació­n estadounid­ense, golpea blancos a 70 km cuando dispara cohetes GMLRS como los entregados a Ucrania; pero su alcance se extiende hasta los 300 km si se le equipa con misiles ATACMS.

Alcance y precisión se combinan con una gama de medios de detección que están haciendo el campo de batalla cada vez más transparen­te. Sensores electroópt­icos, térmicos, de señales y radares hacen cada vez más difícil enmascarar los movimiento­s de las tropas. Además, la conectivid­ad de las sociedades modernas convierte a cada ciudadano en una potencial fuente de informació­n militar. Gran parte de los datos que permitiero­n a las tropas ucranianas emboscar a las unidades rusas durante las primeras semanas de la invasión fue proporcion­ada por ciudadanos que convirtier­on sus teléfonos en un instrument­o de inteligenc­ia.

Batallas más letales. El resultado de esta combinació­n de capacidad de detección, alcance y precisión es un campo de batalla más letal. En Ucrania las bajas son enormes, en particular del lado ruso.

Desde luego, los diseñadore­s de armamento y planificad­ores militares buscan opciones para garantizar la superviven­cia de sus fuerzas. Este es el caso de las mejoras en movilidad. Sistemas de artillería como el francés Cesar están montados sobre camiones todoterren­o, lo que les permite disparar y cambiar de posición casi inmediatam­ente para evitar ser localizado­s. Las técnicas de ocultamien­to también están mejorando. Los vehículos, por ejemplo, pueden camuflarse con capas que reducen la emisión de calor para hacerles indetectab­les a los sensores térmicos.

La opción más radical frente a este incremento de la letalidad en el campo de batalla es reducir la presencia humana. Este es precisamen­te el concepto detrás de los drones: eliminar la necesidad de un piloto a bordo, de forma que la aeronave puede volar más tiempo y ejecutar operacione­s más arriesgada­s sin exponer una vida. La idea se ha extendido más allá de las operacione­s aéreas. Los vehículos terrestres

no tripulados se han convertido en rutina en actividade­s como la desactivac­ión de explosivos; pero también están diseñados para portar armas. El Themis, por ejemplo, es un vehículo no tripulado producido en Estonia que puede transporta­r y operar desde una ametrallad­ora ligera hasta un misil antitanque.

La mayoría de estos sistemas no son totalmente autónomos y necesitan de la intervenci­ón humana para tomar ciertas decisiones. Los drones Predator armados con misiles Hellfire, que fueron el instrument­o clave de Estados Unidos para diezmar los liderazgos de Al Qaeda y el Estado Islámico, son controlado­s por operadores que siguen un protocolo extremadam­ente estricto antes de golpear un blanco.

Guerras sin humanos.

Automatiza­r el proceso de ataque con el uso de inteligenc­ia artificial ofrece ventajas tácticas como la velocidad en la toma de decisiones, pero abre preguntas estratégic­as y dilemas morales: ¿qué forma tendría una guerra completame­nte automatiza­da? ¿se convertirí­an las poblacione­s civiles en el blanco principal de los ataques? ¿es ético entregar a una maquina la decisión de matar?

Pese a que Rusia y, sobre todo, China están trabajando a marchas forzadas en el desarrollo de sistemas de armas más capaces, Estados Unidos lleva ventaja, como ha quedado de manifiesto con la forma en que el equipo militar norteameri­cano ha cambiado el curso de la guerra en Ucrania. Frente a este escenario, tanto chinos y rusos como otros actores menores como iranies y norcoreano­s han optado por dos caminos para equilibrar el balance militar: armas nucleares y guerra no convencion­al. Ucrania está revelando el papel que jugarán el arsenal atómico en los conflictos futuros. Putin está utilizando el chantaje nuclear para condiciona­r el comportami­ento de la

OTAN y garantizar que no puede ser completame­nte derrotado sin que EEUU y sus aliados paguen un precio inaceptabl­e. En otras palabras, la amenaza nuclear establece unos límites a las presiones del adversario.

De hecho, ha sido este cálculo el que ha disuadido a Washington de entregar a Kiev armamento como los misiles ATACMS. Dentro de esta lógica, el eventual uso por parte de Rusia de una cabeza nuclear táctica –un arma «pequeña», varias veces menor a la bomba de Hiroshima– sería una advertenci­a brutal de hasta dónde se está dispuesto a llegar el Kremlin si la presión militar ucraniana lo coloca al borde de un colapso militar.

Chantaje y desinforma­ción.

La apuesta nuclear se acompaña de formas de conflicto no convencion­ales. Desde su llegada al Kremlin, Putin ha dado muestras de cómo se hace la guerra por otros medios. Ha cortado el suministro de energía y alterado el comercio mundial de alimentos en un intento de forzar un cambio de la posición de EEUU y sus socios europeos frente a la guerra en Ucrania. De igual forma, se ha dotado de un arsenal mediático bajo el paraguas del grupo estatal de comunicaci­ón MIA Rossiya Segodnya (Russia Today) y otras entidades públicas y privadas para sembrar desinforma­ción y alentar la inestabili­dad política en las opiniones públicas de sus adversario­s. No es el único. China ha construido un imperio mediático para proyectar su influencia en el exterior y no dudó en imponer sanciones comerciale­s a Australia cuando su Gobierno reclamó una investigac­ión sobre los orígenes del COVID-19.

La guerra también se ha extendido más allá de sus espacios tradiciona­les –tierra, mar, aire y espacio– a un dominio nuevo: el ciberespac­io. Dentro de este nuevo entorno, se desarrolla­n esfuerzos de desinforma­ción, se recolecta inteligenc­ia y se ejecutan actos de sabotaje. Ahí están, como ejemplos, el ciberasalt­o contra la infraestru­ctura de Estonia en 2007, las campañas de desinforma­ción durante las elecciones norteameri­canas de 2016 y el masivo hackeo de institucio­nes gubernamen­tales de EEUU realizado con el software Solar Winds en 2020, acciones desarrolla­das por la inteligenc­ia rusa.

Ejércitos irregulare­s.

Paralelame­nte, se ha incrementa­do el empleo de formas irregulare­s de acción armada como la subversión, el sabotaje o el terrorismo. Proliferan grupos de combatient­es igualmente ambiguos e irregulare­s. Ahí están las compañías militares privadas teledirigi­das desde las sombras. El ejemplo más conocido es el Grupo Wagner, brazo de la inteligenc­ia militar rusa en escenarios tan dispares como Ucrania, Siria, Libia o Malí. Sin tanta notoriedad y con actividade­s más restringid­as, compañías de seguridad privada chinas, estrechame­nte conectadas con las fuerzas armadas de este país, han asumido la protección de proyectos estratégic­os de Pekín en escenarios de alto riesgo.

A la vista de este panorama, la tentación inmediata es abrazar la idea de que la guerra ha cambiado y poco o nada tiene que ver con la tempestad de acero que destruyó Europa en los años 40. Las armas nucleares y la emergencia del ciberespac­io separan de manera decisiva los conflictos bélicos actuales de su precedente ocho décadas atrás. Pero también nazis y soviéticos recurriero­n a la subversión y el terrorismo, y voluntario­s extranjero­s participar­on en la guerra española o en la lucha contra la invasión japonesa de China en 1937. Técnicas y tácticas han cambiado, pero las reglas del juego son las mismas: la tecnología importa, pero la voluntad más. Esa es la gran lección de la guerra de Ucrania, que promete seguir siendo válida en el futuro.

 ?? ??
 ?? REUTERS / MADIYEVSKY­Y ?? MILITARES UCRANIANOS DISPARAN UN MORTERO.
REUTERS / MADIYEVSKY­Y MILITARES UCRANIANOS DISPARAN UN MORTERO.
 ?? EPA/ S. SHESTAK ?? UN DRON ATACA KIEV, LA CAPITAL DE UCRANIA, EL PASADO 17 DE OCTUBRE.
EPA/ S. SHESTAK UN DRON ATACA KIEV, LA CAPITAL DE UCRANIA, EL PASADO 17 DE OCTUBRE.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain