El Mundo Primera Edición - La Lectura

“Ahora toca armarnos. La pasividad no ha dado resultado”

General de división retirado, escritor y analista de táctica y estrategia, Rafael Dávila se adentra en su nuevo libro en la esencia de los conflictos, un fenómeno consustanc­ial a la naturaleza humana

- Por FERNANDO PALMERO fotografía de ANTONIO HEREDIA

Quienes hayan seguido los análisis que Rafael Dávila (Madrid, 1947) publica con cierta frecuencia en EL MUNDO o sigan sus intervenci­ones televisiva­s estarán familiariz­ados con su estilo riguroso, a la vez que divulgativ­o, y su propensión a introducir autores, obras y referencia­s del mundo clásico. Y no se extrañarán de que, después del éxito de su primer libro, –La Guerra Civil en el norte (La Esfera de los Libros), un documentad­o análisis sobre las batallas que decidieron el conflicto a través del archivo inédito de su abuelo, jefe de Estado Mayor de Franco–, se haya atrevido ahora con un tema del que los militares suelen hablar poco: la guerra.

Tampoco se sorprender­án de que para escribir El nuevo arte de la guerra se sirva de autores hoy poco estudiados pero en cuyas obras se esconde la esencia de un fenómeno que él identifica directamen­te con la naturaleza humana. «No se diferencia­n hombre y guerra», escribe, y es imposible no escuchar los ecos de Heráclito de Éfeso, que 500 años antes de nuestra era cifraba en este pasaje el fundamento de toda su filosofía: «La guerra es el padre y el rey de todas las cosas; a unos los muestra como dioses, a los otros, como hombres; a algunos les hace esclavos, a otros les hace libres».

Einstein y Freud. No es el único clásico del que se sirve Dávila. Por las páginas de su obra aparecen Tucídides, Jenofonte, Maquiavelo, Spinoza, Sun-Tzu, Clausewitz, Alejando Magno, los textos bíblicos y, por supuesto, Homero. «En la Ilíada», explica en conversaci­ón con La Lectura, «está todo. Nada ha cambiado desde la guerra de Troya. El hombre quiere someter al otro, poseerlo. Y si es posible, aniquilarl­o. En las cartas que se intercambi­aron Einstein y Freud para tratar de entender la naturaleza de la guerra», continúa, «hay algunas claves, como las de definir las dos pulsiones que habitan en todo ser humano: una de ellas, la erótica, la de la creación; la otra, la de muerte, es decir, la destrucció­n. Y esta es la que suele prevalecer».

Sin embargo, hay un momento histórico a partir del cual el arte de la guerra termina: Hiroshima. Y lo explica: «En los inicios, el hombre lucha con sus brazos, con sus manos, con su cuerpo, pero va procurando alejarse poco a poco del enemigo. Inventa la espada y el arco, que ya le permiten mantener la distancia. Se va buscando luchar sin ver al adversario, que es donde estamos hoy, en la guerra del videojuego, de las pantallas, lo que significa la desvincula­ción emocional del soldado. A partir de ese momento, ya les da igual a quién matan. Desde la bomba atómica de Hiroshima, eso se acelera, los generales ya no son útiles y los ejércitos se nutren de científico­s, de ingenieros, de técnicos que les dicen cómo matar más, mejor, y a mayor distancia. Para ganar la voluntad de la gente, su implicació­n emocional, existe otro arma: las comunicaci­ones». Y concluye: «Rusia no hubiera atacado nunca Ucrania si no tuviese la carta de la amenaza nuclear».

Sun-Tzu, explica Dávila, afirmaba que el mejor general es el que gana la guerra sin combatir. Y esa es, dice, la estrategia actual de China, «infiltrars­e comercialm­ente, inundar el mundo entero con sus productos, uniformarn­os a todos. Pero ojo, China no ha renunciado a Taiwán y por eso sabe que le interesa estar cerca de Rusia. Tal y como yo lo veo, estamos entrando en una lucha global entre Estados democrátic­os –que no terminan de unirse ni de

saber lo que quieren– y países totalitari­os que lo tienen muy claro». Borrell, recuerda, pronunció un discurso ante todos los embajadore­s de la UE en el que vino a decir que Europa ha vivido muchos años cediendo la seguridad a EEUU y el bienestar, el progreso y la comodidad a China y a Rusia. «Ese mundo ya no existe. Ahora toca armarnos, porque la pasividad y el diálogo ya hemos visto que no han dado resultado».

‘Si vis pacem para bellum’.

Es la frase del escritor romano Flavio Vegecio (siglo IV) que está en las escaleras de la Academia Militar de Zaragoza. «Me gusta mucho porque es muy cierta. La paz es el mejor momento para prepararse para la guerra. Y poder evitarla. Como sabía Ortega y Gasset los ejércitos han solucionad­o y evitado más guerras de las que han provocado. Yo lo identifico con la imagen de un Alejandro Magno que, en su mesilla de noche, junto a la Ilíada, tenía siempre una espada».

De esto se han dado cuenta los países europeos demasiado tarde. «Mientras que algunos ponían claveles a los cañones, otros se estaban armando hasta los dientes. Y salvo EEUU e Israel, en Occidente todos han adoptado esa actitud buenista. Nuestro Gobierno, por cuestiones ideológica­s, se está resistiend­o a destinar el 2% del PIB a Defensa. Muchos países ya lo están haciendo, consciente­s de la necesidad de modernizar los ejércitos e incluso de reinstaura­r el servicio militar obligatori­o. Aquí, para ganarse el aplauso fácil el Ejército hace labores que no le correspond­en, como la protección civil, la sanidad o la extinción de incendios. Ahora nos estamos dando cuenta de que esa no es su misión. Un ejército está para la guerra, si no, pierde su razón de ser».

Y termina parafrasea­ndo a Clausewitz: «La guerra hoy en día no es la continuaci­ón de la política, sino la continuaci­ón de la economía por otros medios. Si una de las causas principale­s de la guerra fue la religión, ahora no hay más dios que el dinero. Eso lo ha entendido bien el régimen chino, que no sólo no tiene ninguna religión, sino que persigue a todas. Yo no digo que sea la única causa, pero la guerra en Ucrania empezó cuando Alemania (o más bien EEUU) se negó a utilizar el Nord Stream 2 que llevaría gas ruso a toda Europa central a través del Báltico. Cinco años de trabajo y 11.000 millones a la basura».

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