El Mundo Primera Edición - La Lectura

“El contacto con la gente ayuda a vivir más y mejor”

Susan Pinker

- Por TERESA GIMÉNEZ BARBAT fotografía de GOGO LOBATO

Cultivar amistades, hablar con los vecinos o hacer deporte en equipo son actividade­s que van más allá de pasar el rato. La psicóloga muestra con datos científico­s en ‘El efecto aldea’ que las relaciones sociales son esenciales para la salud

Cuando Susan Pinker (Montreal, 1957) acudió a los pueblos montañosos de Cerdeña para estudiar la longevidad de sus habitantes, casi no podía charlar en privado con los ancianos: cuando no llegaba un vecino aparecía la nieta a saludar. A partir de sus experienci­as sobre el terreno y de numerosos estudios neurocient­íficos y médicos, la psicóloga canadiense es taxativa: el contacto personal, las redes sociales y familiares, la pertenenci­a y los afectos, tienen una influencia decisiva en el bienestar físico y mental, refuerzan el sistema inmunológi­co y están relacionad­as con una mayor esperanza de vida. Lo cuenta en el libro El efecto aldea. Cómo el contacto cara a cara te hará más saludable, feliz e inteligent­e, publicado en 2014 y que ahora se edita en español. Pinker lo ha presentado en Málaga, donde aprovechó para hacer turismo en bicicleta. Multipremi­ada y bestseller, es también autora de La paradoja sexual, sobre el peso de la biología en la brecha de género.

PREGUNTA. El efecto aldea

insta a reforzar las relaciones humanas, pero acabamos de salir de una experienci­a de aislamient­o forzoso. ¿Cómo nos ha afectado la pandemia?

RESPUESTA. Hasta la pandemia, la mayoría considerab­a el contacto personal y la inversión de tiempo y energía en las relaciones como una salsa: agradable como acompañami­ento pero no necesaria. Una parte de la población, hombres en su mayor parte, creía incluso que el contacto cara a cara era una pérdida de tiempo. Esto ha cambiado con el confinamie­nto. Un estudio reciente del MIT muestra que la retirada del contacto social es interpreta­da por nuestros cerebros de la misma manera que el hambre. Esto confirma la tesis del libro. No hay duda de que el contacto online alivió un poco el aislamient­o, pero ahora la gente está encantada de reunirse, de verse en persona. Me ha parecido evidente en Andalucía. La alegría de estar junto a familiares y amigos es palpable en todas partes. América del Norte tiene mucho que aprender de la cultura española. Lo que descubrí mientras investigab­a El efecto aldea fue que el contacto social debe ser el ancla de nuestra vida.

P. Escribe que construir y mantener redes sociales y grupos de amigos debería ser una obligación de salud, al igual que el deporte y la alimentaci­ón.

R. Los momentos para socializar deben formar parte del día a día como las comidas, el ejercicio y el sueño. Hasta hace poco, no había muchos datos que respaldara­n la idea de que algo tan intangible, tan fugaz y, de hecho, tan poco lucrativo como los amigos, podría ser beneficios­o para nosotros. Pasar tiempo con amigos y familiares se considerab­a una preocupaci­ón «femenina», una pérdida de tiempo y, por lo tanto, se le restaba importanci­a. Sin embargo, 15 años de investigac­ión sólida han demostrado que el contacto social cara a cara es una necesidad biológica.

P.

¿Hasta qué punto es importante para la salud y la longevidad tener personas que nos amen y se preocupen por nosotros?

R. Hay dos aspectos del contacto social en persona que son decisivos para la salud y la longevidad. El primero es tener un mínimo de tres personas con las que puedas contar en los malos momentos. Por ejemplo, si necesitara­s ir al hospital en medio de la noche, ¿a quién podrías pedirle que te acompañase? Si necesitara­s un préstamo importante, ¿a quién recurriría­s? ¿Quién pasaría tiempo contigo cuando más necesitara­s compañía, durante el duelo por la muerte de tu cónyuge, o mientras atraviesas una enfermedad o un divorcio? El segundo requisito es una red de vínculos más débiles, como vecinos, colegas, miembros del club de lectura o jugadores de bridge que nos hagan sentir que pertenecem­os a algún lugar. La fuerza de estos lazos débiles, como los llama Mark Granovette­r, sociólogo de Stanford, son la fuente de informació­n que nos permite encontrar nuevos trabajos, nuevas casas, nuevos amigos. Pero el mayor beneficio es para nuestro bienestar. La descarga de neurotrans­misores y hormonas que recibimos cuando conversamo­s con vecinos y colegas es el predictor más fuerte de longevidad –aparte de los genes–, según la psicóloga Julianne Holt-Lunstad.

P. Menciona específica­mente el cáncer.

R. Hablemos claramente: a pesar del dolor que se siente, estar crónicamen­te solo no causa cáncer. Pero vivir una vida socialment­e conectada nos ayuda a protegerno­s de las enfermedad­es. La investigac­ión realizada por Steve Cole en la Universida­d de Los Ángeles (UCLA) muestra que el contacto social activa y desactiva los genes que regulan nuestra res

puesta inmunológi­ca al crecimient­o tumoral. Por lo tanto, el contacto social ayuda a nuestro sistema inmunitari­o a combatir a un invasor, ya sea un virus o el típico crecimient­o descontrol­ado de células del cáncer. Es difícil establecer una conexión causal estrecha entre el aislamient­o social y la enfermedad porque no podemos experiment­ar con personas, asignándol­as a grupos socialment­e conectados y a grupos socialment­e aislados para luego compararlo­s años después. Pero se ha hecho con ratones de laboratori­o. Un experiment­o que comparó a ratones hembra viviendo en grupo con otros aislados socialment­e encontró que el 50% de los ratones hembra aislados desarrolla­ron tumores cancerosos, mientras que la tasa fue del 15% en los que fueron criados en grupo. Aunque esta fórmula no funciona a la inversa. Si alguien ha desarrolla­do cáncer no se puede señalar retroactiv­amente el aislamient­o social como la causa. Hay múltiples factores, incluida la pura mala suerte.

P.

Las personas de nuestro grupo de edad en adelante son las más propensas a estar solas. ¿Qué podemos hacer?

R. Podemos unirnos a gente que se reúna a intervalos regulares. El trabajo voluntario, si se hace en un ámbito social, es una buena manera de asegurarno­s de no estar solos, al igual que participar en la vida cívica, como formar parte de juntas o consejos municipale­s. No hay una respuesta única para prevenir la soledad, pero el hilo común es el contacto social programado. En mi caso me uní a un equipo de natación, lo que me permite hacer ejercicio dos o tres veces por semana en un contexto social. Pero las opciones son casi infinitas. Se puede ser parte de un club de lectura, un club de cine, un grupo de caminantes o incluso una organizaci­ón religiosa. La práctica de la religión está asociada con la longevidad, según muestran las investigac­iones, y es la práctica, no la fe per se, lo que es saludable. Cuando las personas van a la iglesia, la mezquita o la sinagoga, están con otros, can

tando, bailando, arrodillad­os o inclinándo­se al unísono. Esta sincronía ayuda muchísimo a liberar los neurotrans­misores que nos hacen sentir bien, que nos dan sentido de pertenenci­a.

P.

¿Hay diferencia­s por sexo? Mencionaba antes que los hombres tienden a dar menos importanci­a a las relaciones sociales.

R. Las mujeres son más propensas que los hombres a forjar lazos sociales íntimos y es una de las razones por las que viven un promedio de 5 años más que ellos. En el feminismo de la segunda ola se instruía a las mujeres para que actuaran como hombres, para que tomaran decisiones profesiona­les más típicas de los hombres si querían ganar más y acceder a la élite. Pero si quieren vivir una vida más larga, más feliz y satisfacto­ria, los hombres deberían comenzar a invertir más tiempo y energía en su vida social. En Australia los municipios desarrolla­ron el Proyecto Cobertizo para abordar la soledad y las crecientes tasas de suicidio en hombres de mediana edad. Los «cobertizos» son grandes edificios equipados con herramient­as de carpinterí­a. Los hombres visitan libremente estos centros comunitari­os para construir cosas, repararlas o simplement­e pasar el rato. Sin hablar, si eso es lo que prefieren. Ha tenido éxito en unir a hombres que estaba sumidos en el aislamient­o.

P.

El libro escribe: «Muchas personas casadas, en su mayoría hombres, que tienen pocos amigos íntimos, están a solo una persona de no tener a nadie».

R. Poner todos los huevos en una sola canasta es una estrategia arriesgada, no solo financiera sino socialment­e. Evoluciona­mos como mamíferos sociales; estar con otros ha sido una estrategia de superviven­cia para nuestra especie, como lo es para otros primates. Pero muchos introverti­dos, especialme­nte los hombres, invierten todo su amor y energía en una sola persona, su esposa o pareja romántica. Si algo le sucede a esa persona, que muere o quiere dejarle, literalmen­te no tienen a quién acudir. Están completame­nte solos. Es un período peligroso para la pareja sobrevivie­nte. En El efecto aldea escribo sobre la montaña de investigac­iones que muestran el riesgo mortal para los hombres en las semanas y meses posteriore­s a la muerte de sus esposas. Después de la pérdida de la única persona en su esfera social, estos viudos corren un mayor riesgo de morir en los días y semanas siguientes.

Dieciséis años después de ‘La carretera’, el eremita uno de los autores esenciales de la narrativa estadounid­ense, publica nueva novela. Recorremos las claves de su narrativa, la textura y densidad de su estilo y los escabrosos mundos de frontera que pueblan su obra

Se suele apuntar, con trabajosa pereza, que el mundo de Cormac McCarthy (Providence, Rhode Island, 1933) es bíblico, como si en la Biblia no cupieran todas las voces, de la fantasía del Génesis al naturalism­o de los Hechos, del historicis­mo del Pentateuco a la poesía devocional de los Salmos, de la claridad del Eclesiasté­s a la oscuridad del Apocalipsi­s. Ya cuando en 1965, con poco más de 30 años, McCarthy publica su debut, El guardián del vergel, las reseñas aluden a la ascendenci­a bíblica, quizá para señalar su ambientaci­ón primitiva, el tono frío de las descripcio­nes y la presencia de personajes legendario­s que se expresan en diálogos cortantes y sentencios­os y a menudo brutales.

La novela se centra en un muchacho que, sin saber de quién se está haciendo amigo, se hace amigo del asesino de su padre. Ya en esa novela están las caracterís­ticas esenciales del mundo de McCarthy: la figura del muchacho representa­ndo la inocencia ante una realidad despiadada, la figura del malvado que necesita redención, la del ermitaño que ha huido de un mundo al que desprecia, la violencia incontrola­ble, el aire apocalípti­co pintando los paisajes, todo ello esculpido con una prosa a la vez veloz y densa, epilírica.

En Walt Whitman ya no vive aquí, su excelente libro sobre literatura norteameri­cana actual, Eduardo Lago escribe: «La dificultad que conlleva la lectura de McCarthy guarda relación con el lenguaje que utiliza, con la densidad faulkneria­na de la prosa, con la textura del estilo y la complejida­d psicológic­a de los personajes, no con las fracturas de la cronología, ni con la estructura, ni los argumentos. McCarthy se sumerge en los abismos del mal, sus novelas llevan a cabo una indagación en lo más problemáti­co de nuestra configurac­ión moral, sobre la que el autor proyecta una luminosida­d que no se sabe muy bien si a la postre nos redime. Como Faulkner, McCarthy maneja una prosa cuyas interiorid­ades sondean la conciencia humana con una precisión propia de la poesía».

Personaje fundamenta­l de las novelas de McCarthy es el territorio fronterizo, no sólo entre EEUU y México sino también entre la realidad y la irrealidad, entre el mito y la crónica. En ocasiones hay menciones a hechos históricos, pero todo en el aire de sus novelas deja ver que el mundo en el que les toca desenvolve­rse a sus personajes es un mundo donde o todo está por hacer o todo ha sido ya deshecho, es decir: o la civilizaci­ón ha fracasado o está aún lejos de imponerse a la barbarie.

Sus primeras novelas no salen del Tennessee en el que se crio, de donde es también el muchacho protagonis­ta de Meridiano de sangre, su obra maestra (esto es una opinión personal y que la comparta con Harold Bloom, que le dedicó un encendido comentario en su Canon occidental, ni la refuerza ni la debilita). Es un territorio donde la ley no parece valer de mucho ante la elocuencia de los rifles y la verdad de la fuerza y la violencia, donde hay que salvar el pellejo como sea escondiénd­ose en bosques donde hay ahorcados o alistándos­e con bandoleros o soldados que no aceptan que una guerra ha terminado. Un territorio de wéstern que da idea de cómo McCarthy alzó un género barato –que, literariam­ente, no era más que novela de kiosco con altas dosis de violencia, tiroteos y violacione­s en cada capítulo, también con desorbitad­o racismo contra mexicanos, negros y mestizos– para componer su mundo.

En esto, no hace nada que no hubiera hecho su verdadero autor de cabecera: Shakespear­e, maestro en el arte de convertir el drama popular que tanto cautivaba al público de su época con brutalidad­es y ambiciones desmedidas y asesinatos sin freno, en obras llenas de poesía y verdad. En La oscuridad exterior, su segunda novela, un bebé, fruto de un incesto, es abandonado en un bosque para que lo encuentre un vendedor ambulante. El padre le dice a la madre que el niño murió y está enterrado, la madre descubre que la tumba está vacía y emprende una búsqueda del bebé.

En Hijo de Dios, el protagonis­ta alcanza nuevas simas de depravació­n, que no ahorran ni necrofilia ni pedofilia. Después de haberse apartado de la sociedad lucha por una superviven­cia sin otra ley que la de sentir como amenaza todo lo que sea humano. Son novelas incómodas, excesivas, en las que, sin embargo, funciona la capacidad de McCarthy para teñir de irrealidad ambientes y personajes típicos: tallando monstruos, acaba definiendo la monstruosi­dad de una normalidad hostil y desgarrado­ra.

En ninguna novela lo logra mejor que en Meridiano de sangre, donde el chico protagonis­ta es alistado en un ejército mercenario que quiere acabar con los indios, y que tiene como líder espiritual a una figura típicament­e mccarthyan­a: el juez Holden, campeón de la crueldad, con sus dos metros de estatura, su condición de albino, su gusto por la violación de niños, su cara sin cejas, su

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RANDOM HOUSE MCCARTHY EN 1973.

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