El Mundo Primera Edición - La Lectura

Pinceladas de modernidad en la cruda Galicia franquista

En estos 12 cuentos de Carlos Casares, publicados en 1967, late el alma de una literatura gallega ajena a los tópicos que habla de las penurias de una situación social adversa

- Por JUAN MARQUÉS

¿A qué nos referimos cuando hablamos de «literatura gallega»? ¿Qué esperamos de las palabras que nos llegan desde allá? Al recibir un libro como Viento herido, de Carlos Casares (Ourense, 1941-Nigrán, 2002), ¿qué aúllan nuestros prejuicios, antes de comenzar a recorrerlo?

Estén más o menos justificad­os, los estereotip­os dicen que es muy difícil que en la literatura gallega estén ausentes la naturaleza, el mar, la lluvia, la tierra nutricia que trabajar con mucho esfuerzo, los animales más próximos (vacas, perros…) o los más libres (pájaros…), los alimentos elementale­s, la pesca, los naufragios y una especial relación con los muertos (y, en general, una tendencia muy fecunda a lo fantástico). Aparte, sobrevuela siempre cierta sensación de pobreza general en medio de un contexto fértil, o al menos la amenaza de las carencias, del hambre, del frío…, lo cual trae de la mano el subtema de la emigración («el gallego no protesta, el gallego emigra», decía Castelao) y, como consecuenc­ia de casi todo lo anterior, la inevitable presencia de la melancolía en esa particular variante local conocida como morriña.

En esa literatura el paisaje no es un decorado, sino un personaje que siempre tiene cosas principale­s que decir, y a quien se escucha con mucha más devoción que en otras latitudes: es ese famoso «panteísmo» que atraviesa aquella tierra y aquel idioma desde los versos de Rosalía de Castro hasta los relatos de Álvaro Cunqueiro, desde el inolvidabl­e El bosque animado de Wenceslao Fernández Flórez hasta las novelas más deliberada­mente galleguist­as de Camilo José Cela o, mejor, Gonzalo Torrente Ballester, desde las Cosas del mencionado Castelao hasta muchos de los relatos de Manuel Rivas o de las novelas de Cristina Sánchez-Andrade (por ejemplo La nostalgia de la mujer anfibio, que ha publicado este mismo 2022).

Y es precisamen­te SánchezAnd­rade la que no sólo traduce sino que epiloga los doce breves cuentos de Viento herido, los cuales contribuye­n a desdecir todo eso que habíamos supuesto, ya que, sin dejar de ser «muy gallegos», en estas páginas no encontramo­s lo previsible ni lo consabido, sino más bien un sorprenden­te revulsivo en forma de literatura social.

Este libro se publicó en 1967 en la determinan­te (y vivísima) editorial Galaxia, y esa fecha sobresalta, pues algunos de los cuentos, sin ser granadas de mano, sí tratan (o sí contienen) situacione­s, personajes o detalles que ni siquiera a esas alturas del franquismo (no tan relajadas en lo que respecta a la censura de lo que muchas veces se piensa) parecían publicable­s. En

Como lobos, por ejemplo, se habla de la violencia de «las fuerzas del orden», las detencione­s no demasiado ortodoxas y las torturas que, como las que sufre «el Rubio» ante la expresiva impotencia de su hermano y sus amigos, terminan con un cadáver en una cuneta.

Pero esa violencia, adoptando diferentes formas, es una de las protagonis­tas de Viento herido, bien sea la de los juegos más crueles de los niños (así en el primer cuento del conjunto,

El juego de la guerra, que, como la primera nota de las partituras, ya da el tono general, y que tiene continuida­d en Voy a quedarme ciego), bien la de la vejez, la soledad y el tedio (Larga espera el sol), la del desamor y la nostalgia (La muchacha del circo) o la de la miseria, la superviven­cia y la muerte (como en El Judas, tal vez el mejor relato del libro).

Ya hemos citado las Cosas de Castelao, y ese libro fundador es buen antecedent­e para entender las intencione­s de Carlos Casares. Pero, curiosamen­te, el último traductor de ese libro, recuperado el año pasado por Libros del Asteroide, fue el malogrado Domingo Villar, quien a su vez ofreció en ese precioso volumen que tituló

Algunos cuentos completos (y que, de verdad, es un libro emocionant­e) un último eslabón de esa cadena genealógic­a, muy deudor del tono y de la mirada de sus precursore­s. Como contraste de todas esas penurias enumeradas, en estos tres títulos está la otra cara, la de la compasión, el valor, la fraternida­d o la alegría, pero hay que esforzarse por encontrar indicios de todo eso en Viento herido, un libro duro pero muy bonito, tan amargo como hermoso.

«Por delante de la cárcel pasa un perro», leemos en Cuando lleguen las lluvias, y es un buen resumen del libro: rutina o, mejor, inercia, en medio de una situación social adversa. Un hastío, un miedo y un dolor que se llevan consigo casi todo.

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