El Mundo Primera Edición - La Lectura
Fuera harapos, máscaras, ropajes: libertad desnuda y desnudada
José Sánchez Tortosa publica ‘La libertad desnuda’, ensayo que aborda las paradojas de la libertad desde su nacimiento en sociedades esclavistas hasta su mudez en tiempos digitales
«más secreta cuanto más te desnudas». El verso del poeta Tomás Segovia hablaba de una mujer porque los versos de Segovia casi siempre hablaban de mujeres. Pero la poesía, con sus significados múltiples y sus resonancias, con ese venir a la cabeza donde menos se la espera, bien podría hablar de la libertad, de todo aquello que tapado se envilece porque se disfraza, maquilla y engaña, pero desnudo deslumbra tanto que ciega y no se deja ni apresar ni expresar fácilmente.
La libertad es una de esas entidades inasibles, como el amor, como el tiempo... Ante ella solo cabe bajar la cabeza en señal de respeto y acaso abrir los ojos para dedicarlos a su estudio. El profesor José Sánchez Tortosa (Madrid, 1970), que además es poeta, se ha dedicado a esa tarea y el resultado es el ensayo La libertad desnuda, subtitulado Una historia textual e icónica de sus trágicas paradojas, prologado por Luis Alberto de Cuenca. En sus casi 150 páginas la obra reúne todos los nombres que se le han dado a la libertad, las expresiones y giros que han tenido que ver con ella, además de las paradojas, presentes desde el subtítulo. La primera de estas, el hecho de aparecer en la sociedad esclavista de la Antigua Grecia, donde los hombres libres eran los liberados de las tareas, aquellos dueños del tiempo para dedicarse a los asuntos públicos. Veintipico siglos después seguimos sin saber si el dinero compra la felicidad, pero desde luego la libertad, sí.
Entendida desde la contemporaneidad, donde parece haber hecho fortuna una libertad hacia dentro, una libertad de coto privado donde ser rey y reina de uno mismo y nada más, este antiguo concepto de cómo era entendida la libertad en sus comienzos puede sonar paradójico. Lo recuerda Sánchez Tortosa: «La libertad en Grecia no es individual o personal, sino política o ciudadana, institucional, litúrgica, garantizada por estructuras codificadas». Se es libre por y para los demás y nunca está de más ni recordarlo ni repetirlo hoy en día.
Otra faceta de la libertad que ha quedado arrumbada en el transcurso de los últimos años es la libertad como conquista, como cumbre de la educación. En Grecia no eran libres los esclavos, obviamente, ni los niños. La libertad necesita tiempo y su estudio. «El conocimiento libera por disolución de los temores fantasmáticos», explica Sánchez Tortosa, que llama así al miedo a los poderosos mortales, a los inmortales y a la propia muerte. Esa concepción como conocimiento que aparta de un manotazo resortes que la atenazan, como el miedo y la esperanza, desemboca por la vía rápida en Spinoza. Se acabaron las disputas entre Cicerón y San Agustín en torno al libre albedrío, fin a la indecisión paralizante del asno de Buridán, stop a la bronca de Erasmo y Lutero: llega Spinoza y muy bajito «procede a desconectar conceptualmente voluntad y libertad», escribe Sánchez Tortosa. La cita, en la Ética de Spinoza, también es de lo que no hay que cansarse de repetir: «Los hombres se equivocan al creerse libres, opinión que obedece al sólo hecho de que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que las determinan. Y, por tanto, su idea de libertad se reduce al desconocimiento de las causas de sus acciones (…)».
Prácticamente está dicho ya todo. Faltan aportaciones brillantes como la del francés Étienne de La Boétie, el mejor amigo de Montaigne, que en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria hace un vaciado de la libertad y la define por contraste, dando cuenta de la «voluntad servil de los dominados satisfechos, su deseo irrefrenable de servidumbre», se lee en el libro de Sánchez Tortosa.
La libertad con ansias de absoluto del trío alemán Hegel-Schiller-Hölderlin (y sus consecuencias), la que supera y fagocita al individuo, según la recreó Sartre... Hay muchas libertades y suelen ser más variadas de lo que se cree. Conocerlas mejor es practicarlas mejor, pero todas ellas sucumben ante el amo inexorable que el autor invoca al final de su obra: la enfermedad, la decrepitud, «la ciega corrosión del tiempo», que obliga a admitir con Sartre: «yo me creía libre en cualquier circunstancia; después descubrí (…) que hay montones de circunstancias en las que uno no es libre».