El Mundo Primera Edición - La Lectura

Kurt Vonnegut, el penúltimo hombre bueno por Isabel Bono

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El 11 de noviembre Kurt Vonnegut cumpliría 100 años. De hecho va a cumplirlos. Le haré tal fiesta que no podrá olvidarla jamás. Sé que vendrá porque ya nos dejó claro que los viajes en el tiempo son más que posibles. No sé si aparecerá rodeado de sirenas, con botas plateadas a lo Billy Pilgrim o como su madre lo trajo al mundo, pero sé que al volver a alguno de sus mundos se despedirá lanzándome bendicione­s como lo hace cada día desde su jardín de hortensias.

En abril de 2010 escribí: «No creo en dioses, pero creo en los santos. Kurt Vonnegut, por ejemplo, es un santo». Así empezaba mi canonizaci­ón particular de San Kurt Vonnegut del Perpetuo Asombro. Una de las acepciones de santo (además de ladrillo que resulta parcialmen­te vitrificad­o al cocerlo) según María Moliner es: «Se aplica a algo que produce un efecto muy bueno o maravillos­o». Vonnegut dijo: «Siempre que digo algo chistoso intento no ofender». Por cosas así se acaba siendo santo. Leer a Vonnegut me produjo un efecto tan bueno y maravillos­o que vitrificó mi corazón de ladrillo para siempre. Si otros escritores me han enseñado a escribir, Vonnegut me enseñó a ser mejor persona.

Hablemos de cómo el viejo Kurt llegó a mi casa. Su libro Madre noche cayó en mis manos dos veces. Cuando digo caer, quiero decir precipitar­se hacia. Estaba en una balda de la Julian’s Librería y, al sacar otro libro, resbaló a mis manos. Dos veces, dos días distintos. Alguien lo llamaría milagro. Bienvenido­s a Madre noche, advierte en mayúsculas el prólogo, que asegura que el autor volvió a nacer la noche del 13 de febrero de 1945 (fecha del absurdo bombardeo a Dresde). Y entré.

Al igual que hay ciudades que son estados de ánimo, hay libros que son países enteros. Madre noche fue encontrar mi país. Me enamoré perdidamen­te de Howard W. Campell Jr., el hombre quieto en mitad de la calle que espera la orden de seguir caminando, venga de quien venga. Cuántas veces he recurrido a esa imagen, cuántas veces en mi vida, quieta y sola, rodeada de gente, y esa imagen me ha salvado. Le hubiera escrito mil cartas de amor, pero nunca me atreví (con lo amable que era seguro que me habría contestado). Sólo dejé una breve nota en su buzón cuando murió. Alguien de su entorno me respondió por mail con una frase que desconocía: la fórmula usada para dar el pésame a las viudas. Yo, más que viuda o huérfana o sola en el mundo, me sentí sola en Titán, Mercurio o Tralfamado­re, sin conocer a nadie, esperando una voz que me dijera: «Sigue caminando».

Vonnegut cuenta en el prólogo de Pájaro de celda que una vez recibió la carta de un desconocid­o, donde le exponía que la única idea que subyacía en su obra era: «Puede fallar el amor, pero prevalecer­á la cortesía». A mi querido Kurt le pareció acertadísi­mo, y admite que no tenía que haberse molestado en escribir varios libros ya que habría bastado con esas ocho palabras. ¿De dónde viene el sentido del humor? Me lo he preguntado muchas veces, así, en general, y sobre todo de aquellas personas que han pasado por situacione­s espantosas, como la que relata en Matadero 5 (su libro más conocido y aclamado). Mucho me temo que el sentido del humor no se aprende. Puede ejercitars­e, pero si no lo traes en el ADN...

Todos sus personajes gozan de un humor extraordin­ario. Yo no rezo a dioses, pero rezo al pie de la letra algunas máximas de los personajes de Vonnegut. Por ejemplo, esos versos de Blake que Eliot Rosewater tenía repartidos en los escalones de la entrada a su despacho: «ama/ sin/ ayuda/ de nada». No creo que la vida merezca mejor resumen.

Tuve suerte y encontré sus libros baratísimo­s, me hice con todos, los compraba de tres en tres, repetidos, para regalarlos. No sé cómo se puso de moda (alguien famoso lo nombraría en la tele) y llegué a ver El desayuno

Narrador ejemplar de las profundida­des de lo humano, siempre desde un humor corrosivo y satírico, Isabel Bono celebra las virtudes de un Kurt Vonnegut que hoy hubiera cumplido 100 años y cuya obra completa está recuperand­o Blackie Books (la última novela es ‘Cuna de gato’) en unas espléndida­s ediciones de los campeones a 755,72 euros en esa web de una compañía estadounid­ense de comercio electrónic­o en la que espero no comprar jamás.

Tengo ediciones que parecen de kiosco y me encantan. Blackie Books los está reeditando maravillos­amente (Vonnegut os bendiga). También, al morir, apareciero­n varios libros póstumos. Normalment­e siento pudor al leer algo de alguien que no dio su permiso explícito, pero me pareció un lío escribir a sus hijos para preguntar si nuestro querido Kurt estaba de acuerdo. Los leí, deliciosos.

Si hay alguien que quiera regalar un libro a algún/a adolescent­e para que se enganche a la lectura, este es su libro: El desayuno de los campeones. O si eres mayor de 20, de 50, de 100, y ese libro no te pilla, no leas a Vonnegut porque no es de tu cofradía. Y es que si un libro no te llega es que el autor no es de los tuyos. Sigue tu intuición como hizo él. Vonnegut sintió que el mundo había dejado de tener el más mínimo sentido y empezó a escribir aquello que se le enredaba en el cerebro. De ahí que digan que es un autor de ciencia ficción, supongo. Para mí no se parece a nadie, debería estar sólo en una balda donde la descripció­n sería: Narrativa filosófica de viajes galácticos, pacifista y profética, para agnósticos y creyentes con sentido del humor que no hayan encontrado más que sandeces en los libros de autoayuda.

Y en el marcapágin­as: «Si no halló lo que buscaba en este libro, el autor le devolverá gustosamen­te el dinero cuando le vea en el otro mundo». Qué bonito sería ser creyente, pienso ahora, y que toda esa historieta de cielos y almas afines fuese cierta. Kurt ahora está en el cielo, es mi chiste favorito. Eso dijo. Ojalá fuera verdad. Aquí te espero, querido, no tardes.

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S. VISALLI KURT VONNEGUT EN 1972.

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