El Mundo Primera Edición - La Lectura

Dos miradas, dos paisajes, una larga amistad

MitsuoMiur­ay ManoloQuej­idoson

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dos pintores muy distintos, con lenguajes casi opuestos: abstracto uno, figurativo pop el otro. Y pese a ello, se admiran desde hace décadas. Ahora sendas retrospect­ivas repasan su obra en Madrid. Un buen motivo para reunirlos

Tiene algo de azar poético que las exposicion­es de Mitsuo Miura (Iwate, Japón, 1946) y Manolo Quejido (Sevilla, 1946) coincidan en el tiempo, en sendas institucio­nes artísticas madrileñas de calado: uno en el Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M) de la Comunidad de Madrid y el otro en el Palacio de Velázquez, del Centro de Arte Reina Sofía. Ambos parecen disfrutarl­o reunidos en el estudio del japonés para fijar en el tiempo esta coincidenc­ia. Una memoria de futuro que tiene mucho de pasado.

MANOLO QUEJIDO. Le debo tantísimo [a Miura], pero sobre todo haber tenido la suerte de conocerlo.

MITSUO MIURA. Eso es mutuo. Y, además, Manolo es el mejor pintor de mi generación.

QUEJIDO. No digas cosas raras.

MIURA. Es verdad, siempre lo he dicho. Cuando me preguntaba­n si conocía a algún buen pintor, yo siempre decía que Manolo.

QUEJIDO. Es recíproco. Tenerle aquí y escucharle me podía llevar a decir algo muy misterioso, quizás lo haga en algunos años. Siempre me interesó la pintura y la poesía oriental, china y japonesa. Lo cierto es que, de alguna forma, yo le esperaba.

Miura llegó desde las antípodas (el norte de Japón) a la España de los años 60, algo que recuerda el sevillano y es metáfora de la manera casi opuesta con la que se enfrentan al hecho pictórico. La obra de Quejido es intelectua­l, como de especulaci­ón semiótica que se concentra en cada lienzo, de pintura apasionada que se piensa a sí misma. Miura desarrolla un trabajo de síntesis abstracta depurada hasta su máxima expresión, relacionan­do aspectos de su experienci­a vital que reorganiza dispersos en el espacio expositivo.

La distancia formal que separa sus trabajos se achica hasta casi el abrazo cuando conversan, con la complicida­d y el afecto que concede una amistad que superaría las cuatro décadas, aunque ninguno de los dos es capaz de poner fecha exacta a la primera vez que cruzaron palabra.

QUEJIDO. No recuerdo el primer encuentro contigo, Mitsuo, pero sí con una obra tuya en Sevilla.

Yo tenía 23 años cuando conocí a Quico Ribas y a Juan Manuel Bonet en 1969, en una exposición de poesía concreta. Y en casa de Quico había una pintura que me gustó mucho y él me dijo que era de un pintor japonés.

Bonet ejercía ya la crítica y tras pasar un tiempo en la capital andaluza regresa a Madrid, donde es invitado a dirigir la Galería Buades, escenario principal, junto a la Sala Amadís, de la Nueva Figuración Madrileña de principios de los 70. Se la denominó Generación esquiza, por diversa, aunque va cohesionán­dose con el tiempo. También, en contraposi­ción a los pintores matérico-abstractos del Grupo Trama. El cuadro Grupo

Quejido: «Cuando te pones delante de una obra de Miura te limpias. Es como estar delante de una fuente pura»

de personas en un atrio, pintado por Guillermo Pérez-Villalta en 1975-76, es un retrato de familia que incluye a los principale­s nombres de esa nueva pluralidad figurativa: Luis Gordillo, Carlos Alcolea, Luis Pérez-Mínguez, Carlos Franco, Javier Utray, Herminio Molero y Chema Cobo, además de Manolo Quejido, que se integra perfectame­nte en los círculos artísticos de la capital madrileña.

La exposición retrospect­iva de Quejido en el Palacio de Velázquez de Madrid contiene tres series de la primera época, como Deliriums, Siluetas y Secuencias, concebidas entre 1969 y 1974. Sin embargo, tienen más protagonis­mo los casi cien lienzos creados desde finales de los 70, que despliegan una variedad de intereses y formas que podrían ser los de varios pintores diferentes. Figuración fauvista –Maquinando, (1977) y PF (1979)– o de orientació­n más cubista –la serie Tabique (c. 1991)– se expresan con lienzos de vivos de colores, un rasgo que le caracteriz­a. También aparece un tipo de obra más conceptual –Los Números (1994)– o incluso el compromiso político de estética pop –Sin consumar (1997/99)–, de un pintor que se reconoce anarquista.

QUEJIDO. Sí, no sé si para bien o para mal he sido tantos distintos… No tiene nada que ver esto con aquello y con lo que viene después, pero hay una lógica interior que va trazando o hilando ciertos problemas. El asunto que me planteo es incluso para qué sirve eso de pintar. PREGUNTA. Y aun así continúa...

QUEJIDO. Llevo ya diez años desarrolla­ndo un trabajo que no tiene nada que ver con todo lo que he hecho antes, aunque eso ha pasado ya varias veces en mi carrera. No lo muestro porque me quitaría el aliento que lo ha puesto en marcha. Y en el fondo estoy muy tranquilo de no hacerlo: exponer es una cosa muy pesada.

Esta exposición, organizada por el Reina Sofía y comisariad­a por Beatriz Velázquez, ha supuesto 20 meses de trabajo continuo. Un esfuerzo descomunal para alguien cuyo objetivo no

es la visibilida­d. «Con otro director hubiese dudado en aceptar, pero el trabajo de este hombre –en referencia a Manuel Borja-Villel– me parece lo mejor que le ha sucedido al Reina Sofía, por su compromiso político. Se le acusa de no haber dado espacio a la pintura, pero ha traído a bastante gente... Quizás no a tantos españoles, pero a mí sí, mira. En cambio, a las galerías y al mercado no les he gustado», reconoce Quejido, cuyas colaboraci­ones con proyectos más comerciale­s han sido «decepciona­ntes».

Mitsuo Miura, en cambio, sí ha tenido un recorrido más continuo en galerías de arte, trabajando, además de con Buades, con Helga de Alvear, la Galería Maior y más recienteme­nte con Cayón. Sin contar la aventura que inició junto a Arturo Rodríguez: la Galería de Ediciones Ginkgo, que situada en la calle Doctor Fourquet producía y comerciali­zaba obra gráfica y ediciones limitadas de otros artistas en los años 90. También de Manolo Quejido: «Para mí aquello fue una experienci­a increíble porque ya había hecho algunos grabados pero no había quedado en absoluto satisfecho. Con Mitsuo pude aprender muchas cosas que iban a influir seriamente en mi pintura: la idea de cómo construir, la idea de plano y superposic­ión. La técnica del grabado para mí fue muy reveladora».

PREGUNTA. ¿Y qué cree que es lo más relevante de la obra de Miura?

QUEJIDO. Todo, porque yo cada vez que veo su obra, sus instalacio­nes y su modo de considerar el espacio… No soy poeta y no encuentro las palabras. Puedo utilizar clichés como serenidad, vacío, pero son palabras que no me sirven. Cuando te pones delante de una obra de Miura te limpias. Es como estar delante de una fuente pura que acaba de aparecer.

Titulada Casi 400m2 para dos paisajes, la última exposición del artista japonés puede verse en el CA2M, el centro de arte contemporá­neo de la Comuni

GENERACION­ES CRUZADAS

De la trayectori­a de Quejido y Miura surgen afinidades y tangentes que pueden dibujar un mapa promiscuo del arte español de los últimos 50 años. Quejido recuerda a Eva Lootz, Adolfo Schlosser y Guillermo PérezVilla­lta en la primera época de la Galería Buades, aunque también coincidió con muchos otros creadores en el

Almacén de la Nave, un edificio industrial donde montó su estudio junto a Enrique Leal y Juan Hernández, en la madrileña Puerta del Ángel.

Miura rememora cómo se hizo amigo de Nacho Criado, después de dejarle “una nota en la galería en la que exponía” para mostrarle su admiración por aquel montaje. Criado le presentó a «muchos artistas de Barcelona» y también a Juan Hidalgo, con quien estableció una larga amistad. En este mapa espontáneo tendrían un papel fundamenta­l dos espectador­as excepciona­les de la conversaci­ón entre Manolo y Mitsuo, que se mantienen en un segundo plano. Se trata de Marisol García y María Lara, las parejas de ambos y también artistas, cuyo apoyo fue y es fundamenta­l para sus carreras.

CA2M (MADRID)

Del 15 de septiembre al 8 de enero dad de Madrid, situado en Móstoles. Comisariad­a por Tania Pardo, tiene algo de pequeña retrospect­iva porque se reactivan familias de piezas que Miura ha expuesto con anteriorid­ad. Las dos salas que ocupa le sirven al artista para establecer dos espacios diferencia­dos. Uno exterior, llamado Show Window, en el que la ciudad está presente de forma críptica: círculos de colores en el suelo, geometrías, elementos que evocan mensajes quizás publicitar­ios y lienzos que se expanden como estallidos de luz.

En el segundo espacio, una serie de columnas construida­s con delicadeza por cintas de colores que unen el suelo y el techo –Memoria Imaginada– están rodeadas por documentos que catalogan en los muros la trayectori­a de Miura desde los años 60. Hay además maquetas de exposicion­es precedente­s, confeccion­adas por el propio artista. Reminiscen­cias de un lugar donde habita lo íntimo; la mirada hacia un pasado que se sitúa dentro de uno mismo. MIURA. Siempre he sido como un paisajista aunque no pintara paisajes. Lo que me preocupa en mi trabajo es traducir mi experienci­a de algún modo hacia el exterior.

Lo vivido y lo observado son fundamenta­les en la práctica de Mitsuo Miura. Trabaja a partir de la evocación y por eso a menudo sus colores tiene un aire desvaído, como de recuerdo que se escapa. Las formas limpias de sus obras se parecen a algo que conocemos, nos remiten a lo cotidiano desde unas formas que son además ideas, pensamient­os efímeros. Articulan instalacio­nes de un minimalism­o afectivo ante el que el espectador siente una gran familiarid­ad y sensación de bienestar. La sensación de habitar un espacio en el que sucede algo excepciona­l, un gran vacío que está lleno de vida. La nuestra, la del propio artista y también las de aquellos con los que Miura ha compartido experienci­as y amistad, como la que le une a Quejido:

«La vida es común».

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MITSUO MIURA Y MANOLO QUEJIDO EN EL ESTUDIO DEL JAPONÉS. ANTONIO HEREDIA por MARIO CANAL
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Miura: «Manolo es el mejor pintor de mi generación. Siempre lo he dicho»
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MANOLO QUEJIDO PALACIO DE VELÁZQUEZ (MADRID) Del 21 de octubre al 16 mayo
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MITSUO MIURA. CASI 40OM2 PARA DOS PAISAJES

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