El Mundo Primera Edición - La Lectura
“En teatro, uno y uno nunca son dos”
Josep María Flotats rinde tributo a sus maestros de la gran escuela dramática francesa en ‘París 1940’, a partir de las lecciones de Louis Jouvet
Josep Maria Flotats (Barcelona, 1939) tiene una frase: «Al final, siempre acabamos volviendo al Partenón». Le sirve para defender sus referentes, que en su caso están claros: Molière, la cultura francesa en toda su extensión, el teatro que nos sigue interpelando pasados los siglos. De ahí que haya decidido regresar a París 1940, un espectáculo que ya le trajo a Madrid hace 20 años y que pone en escena las clases que impartió el actor y director Louis Jouvet (1887-1951) en el periodo en que Francia fue invadida por la Alemania nazi.
«No conocí a Jouvet, pero tuve la suerte y el privilegio de
PARÍS 1940
Del 17 de noviembre al 8 de enero.
De 6 a 22 euros que todos mis maestros, mis profesores o algunos actores y directores mayores con los que tuve la suerte de trabajar, habían trabajado con él o habían sido alumnos suyos». Flotats explica así el origen de su relación con el actor-educador. «Ellos hablaban continuamente de Jouvet y siempre era el Ejemplo. En mi primer año en la Escuela de Teatro del Conservatorio Nacional Superior de Estrasburgo, uno de mis maestros me dio a conocer El actor desencarnado, que sigue siendo uno de mis libros de cabecera».
Tanto en aquel volumen como en las clases en las que se basó Brigitte Jaques para escribir París 1940 –que abordaban la forma de interpretar el Don Juan, de Molière–, Flotats encontró «algo muy brillante: que todos sus escritos son muy explicativos, cuando el teatro es algo tan difícil de explicar… Porque no es una ciencia exacta, ni mucho menos. En teatro, uno y uno nunca son dos. Nunca».
De ahí «el placer de dar a conocer al público lo que descubre del arte del actor, cómo trabaja, cómo puede realizarse». En ese sentido, «no es únicamente una obra hablando del teatro para la gente del teatro o para el público de teatro. Es mucho más amplio. Hay un profundo humanismo en la búsqueda de la autorrealización a través de un oficio, sea el que sea. Y es muy interesante y bello poder llevarlo al escenario». Más aún en estos días: «En nuestro mundo de la velocidad, del no poder tener tiempo de pararse en profundizar en ninguna cosa, del vivir en una sociedad consumista… hay que parar de vez en cuando y luchar contra esta, podríamos llamar, involución».
Para él, es una necesidad y un deber volver a los orígenes: «Reciclarme, volver a empezar de cero y recordarme cuál es mi oficio y por qué, cómo, para quién y de qué manera lo hago. Transmitir de dónde vengo». Y ese origen lo tiene claro: «Lo poco que sé lo aprendí de una escuela que me enseñó el libre albedrío de Montaigne, el racionalismo de Descartes, la tolerancia de Voltaire...».
«Nunca nadie ha inventado nada», proclama Flotats en un nuevo retorno al Partenón. «Así pues, esa cultura judeocristiana, ese Occidente nuestro es lo que nos ha formado. Y me inquieta ver que hay unos valores socioculturales y una manera de relacionarse que se pierden. Y quizá el teatro es uno de los pocos sitios que es como una reunión excepcional y privilegiada de ciudadanos en la que hay un momento de pausa de sus angustias y pueden reflexionar e intercambiar con los actores o con el pensamiento del autor temas que les resultan esclarecedores», relata el actor y director barcelonés.
Ese reservorio de la humanidad resulta aún más patente si se analiza el momento en el que Jouvet dio sus clases. Ése es otro de los valores de una pieza así, destaca Flotats: «A pesar de la barbarie de fuera hay que intentar seguir, salvar la civilización. Por eso es precioso, igualmente. Hay que estar muy atento y vigilante a eso que sucede fuera, cada uno en función de sus deberes, sus posibilidades o sus medios».
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