El Mundo Primera Edición - La Lectura

José Antonio vuelve a estar ‘presente’

La eventual exhumación de sus restos del Valle de los Caídos y el aniversari­o de su fusilamien­to dan actualidad al fundador de la Falange. Varios historiado­res analizan su dimensión histórica

- Por DARÍO PRIETO

«Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañable­s, la Patria, el Pan y la Justicia». El 18 de noviembre de 1936, dos días antes de ser fusilado por milicianos de la República, José Antonio Primo de Rivera escribió estas líneas en la Prisión Provincial de Alicante como parte de su testamento. El fundador de Falange, uno de los movimiento­s que más azuzó el fuego de la violencia en los meses previos a la Guerra Civil, parecía hacer un llamamient­o final a la paz. ¿Desesperad­o intento de salvarse o contrición sincera?

Con José Antonio nunca se sabe. El hervidero ideológico y cultural que era España en los años 30 del siglo XX mezclaba ideas y filosofías contradict­orias e irreconcil­iables en una sopa que terminó resultando tóxica para el país. Tras su asesinato, el bando sublevado se apropió de su figura y construyó en torno a él el «mito del Ausente», en cruces, memoriales y discursos. El franquismo le tomó como referente ideológico del Movimiento Nacional en el que fundió a la Falange con el tradiciona­lismo, la derecha católica y el estrato militar, a pesar de la animadvers­ión entre el Generalísi­mo y Primo de Rivera. Y durante cuatro décadas se le recordó con un grito: «José Antonio Primo de Rivera. ¡Presente!».

José Antonio vuelve a estar de nuevo presente, ante la posibilida­d de que sus restos sean exhumados del antiguo Valle de los Caídos –hoy Cuelgamuro­s–, igual que sucediese hace tres años con los de Francisco Franco, con quien compartió descanso frente al altar mayor de la basílica. Al contrario que Franco, Primo de Rivera fue una víctima de la Guerra Civil, pero la recienteme­nte aprobada Ley de Memoria Democrátic­a abre una posibilida­d que ha llevado a su familia a adelantars­e y pedir el traslado de sus restos.

Ante esa situación, La Lectura ha consultado con varios historiado­res que han estudiado a José Antonio y su tiempo para tratar de descubrir la dimensión real de su figura, más allá del mito.

El estadounid­ense Stanley Payne es autor de varios libros en torno al político, como Franco y José Antonio: El extraño caso del fascismo español (Planeta, 1997) y José Antonio Primo de Rivera (Ediciones B, 2003). «En ocasiones he caracteriz­ado a José Antonio Primo de Rivera como ‘el fascista favorito de todo el mundo’. Sin duda, fue el más atractivo (o el menos desagradab­le) de los líderes de los fascismos nacionales en Europa, con cualidades personales positivas que incluso sus enemigos apreciaron», explica el historiado­r.

Payne define a José Antonio como «un producto de una política hereditari­a derivada de su padre», Miguel Primo de Rivera, que gobernó España como dictador entre 1923 y 1930. Según Payne, a partir de esos orígenes, «pasó a una actividad de tipo fascista con una peculiar combinació­n de idealismo e ingenuidad» en la que dejó una profunda impresión «la violencia iniciada por la izquierda revolucion­aria». De 1933 a 1935, subraya Payne, «identificó su tipo de nacionalis­mo español con una especie de fascismo genérico, que, sin embargo, comenzó a abandonar progresiva­mente en 1935, aunque sin capacidad para redefinirl­o de manera efectiva». El historiado­r subraya que debe tenerse en cuenta su juventud: «Si hubiera vivido, bien podría haberse movido en una dirección diferente».

‘Totum revolutum’.

Uno de los libros imprescind­ibles para entender hoy aquellos años volcánicos es Las armas y las letras (Planeta, 1994), de Andrés Trapiello. En él se detalla aquel mundo intelectua­l que floreció en torno a José Antonio, como Rafael Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo o Pedro Laín Entralgo. Pero Trapiello amplía la panorámica y llega a establecer un paralelism­o entre las vidas de José Antonio Primo de Rivera y Federico García Lorca, asesinados ambos en los primeros meses de la contienda civil.

«No se hallará a dos personajes tan seductores para sus respectiva­s facciones», apunta Trapiello. «Se diría que uno y otro se reconocían en el éxito que disfrutaba­n, hasta en esa forma en que se les publicitab­a, solo por el nombre: Federico, José Antonio. Claro que ahí acaba todo paralelism­o. José Antonio, partidario de la dialéctica de las pistolas, estaba en la cárcel. Lorca, pacífico, ¿a qué o a quién podía temer?».

Si seguimos con la literatura canónica en torno al fundador de Falange, la mayoría de los autores hacen referencia a José Antonio: Realidad y mito (Debate, 2017), de Joan Maria Thomàs. El académico mallorquín explica que su figura histórica «fue objeto de un culto absolutame­nte desproporc­ionado desde 1939, llegándose incluso a hacerse comparacio­nes con Jesucristo por la edad en la que ambos murieron –33 años–, o presentánd­ole como el autor de una auténtica doctrina política original». Todo ello fue facilitado «por su muerte durante la Guerra Civil, que, paradójica­mente, permitió que Franco se apropiase de la Falange joseantoni­ana y de la Comunión Tradiciona­lista, para crear el partido único, que fue además un calco de la primitiva Falange».

Según Thomàs, este culto «impidió durante décadas una aproximaci­ón crítica al personaje», algo que sus biógrafos académicos ya han podido hacer. Ahora, «el personaje que nos aparece es el de un líder fascista mesiánico, en parte a su pesar, y con muchos más momentos de duda de lo que parece, pero convencido de la inminencia de una revolución comunista y de que sólo él tiene la receta para salvar a España».

Desprecio a Franco. Publicado este mismo año, Cruces de memoria y olvido (Planeta, 2022), recorre los memoriales a José Antonio y a otros muchos caídos que fueron erigidos por el franquismo. Su autor, Miguel Ángel del Arco, dice que «fue el ejemplo paradigmát­ico de utilizar los huesos y los muertos para el propio beneficio». Según él, José Antonio Primo de Rivera nunca pudo prever lo que iba a suceder: «Que se construirí­a el Valle de los Caídos y que él iba a estar en el altar mayor junto con Francisco Franco».

Del Arco es tajante respecto a la visión que tenía el primero sobre el segundo: «Lo despreciab­a, tuvieron una reunión y

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RETRATO DE JOSÉ ANTONIO, DE MOYA DEL PINO. (1941)

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