El Mundo Primera Edición - La Lectura

El desasosieg­o de la memoria

En este debut narrativo Pablo Acosta amalgama varios géneros y referencia­s para enfrentars­e a la figura paterna

- ANNA Mª IGLESIA

por «Esto no es un libro, es una casa», nos advierte Pablo Acosta (La Laguna, Tenerife, 1981) nada más empezar este recorrido por la reconstruc­ción de la casa de su padre. «Y cuando digo que esto no es un libro no se trata de simple retórica, ni de ningún juego», continúa en las primeras páginas de La casa de mi padre, «esto es una casa, un ático que existió, que compraron mis padres cerca de la torre de la iglesia de la ciudad más antigua de mi isla».

Resulta tentador y algo facilón comenzar a hablar de esta primera obra de Acosta establecie­ndo un diálogo entre ella y La vida instruccio­nes de uso de Georges Pérec. Sin embargo, a la hora de enfrentars­e al texto de Acosta hay que ir más allá del hecho de que en él se recorra estancia por estancia la casa paterna, porque sería quedarse en la superficie y obviar lo que el autor nos señala desde la primera línea: «Esto no es un libro, es una casa».

Esta definición nos la volvemos a encontrar en las páginas finales, en las que el autor reconoce que este libro forma parte de una especie de proceso de supuración de su padre: es un viaje de ascenso y descenso por las escaleras de Jacob, un viaje hacia la comprensió­n de ese otro, el padre, que se quitó la vida –«la palabra padre me apuñala y me da náuseas: ahí está el problema»– y un viaje de reconcilia­ción hacia un lugar al que ha llegado la hora de volver.

El texto de Acosta se mueve entre distintos géneros sin pertenecer a ninguno: desde el relato confesiona­l al ensayo, de lo autobiográ­fico

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