El Mundo Primera Edición - La Lectura
El mundo de J. G. Ballard: una tenebrosa profecía de nuestros días
Revolucionario de una ciencia ficción de calidad, el escritor ha sido poco y mal leído en España. Alianza recupera su obra con ‘Relatos, 1’, una antología de cuentos en la que están todas sus visionarias ideas
El diccionario español abunda en adjetivos derivados de escritores, por eso decimos con total aplomo dantesco o kafkiano sin necesariamente haber leído el Infierno o El castillo. Sin embargo, la RAE no recoge uno que es de uso común en inglés: el Diccionario Collins define ballardian como algo que «se asemeja o sugiere las condiciones descritas en las obras de J.G. Ballard, en especial una modernidad distópica, paisajes artificiales desolados y los efectos psicológicos de los desarrollos tecnológicos, sociales y medioambientales». Y si observamos atentamente este mundo nuestro, sin duda esa definición describe nítidamente la realidad.
Como ya hacemos con orwelliano, deberíamos utilizar el concepto ‘ballardiano’ con más extensión y ahínco, pues James Graham Ballard (1930-2009) no debería sernos ajeno: prácticamente todos sus libros se han venido editando en español desde los 60 –eso incluye México y Argentina–, cuando su nombre destacó entre los heraldos de la nueva ola de la ciencia ficción. A principios de los 2000 era posible encontrar su obra íntegra vía Minotauro o Mondadori, donde incluso España tenía un papel en su visión catastrofista: una de sus últimas novelas, Noches de cocaína
(1996), se ambientaba en la Marbella hedonista, y Ballard solía citar mucho Benidorm o las Canarias como ejemplos diáfanos de la progresiva transformación del turismo en un pasatiempo narcótico con un reverso siniestro.
Sin embargo, y a diferencia de Gran Bretaña, donde las fantasías distópicas de Ballard tuvieron un eco importante en movimientos como el punk o la ficción televisiva de corte fantástico –hasta llegar a la serie más ballardiana después de su muerte, Black Mirror,
y su posterior influencia en la filosofía de Baudrillard–, aquí se le ha leído poco y desde hace unos años su impacto ha quedado reducido a un núcleo duro de fans.
Hoy, el grueso de las traducciones están descatalogadas –ni siquiera se pueden encontrar Crash o El imperio del sol, sus dos obras más célebres, aunque sólo sea porrecursos que David Cronenberg y Steven Spielberg las llevaron al cine–, y hasta hace poco el único libro en circulación, reeditado y vuelto a poner al día, era Rascacielos (1975), la que muchos fans consideran su novela más perfecta y actual, pues anticipaba la lucha feroz por los y la bunkerización de los ricos en un escenario de degradación social acelerado por la creciente desigualdad entre clases.
Esta anomalía editorial con Ballard se corrige parcialmente en estos días, pues Alianza lanza al mercado –como había hecho anteriormente con Rascacielos en 2015, al calor de la adaptación cinematográfica de Ben Wheatley– el proyecto más ambicioso de recuperación de su obra, que consiste en reunir toda su ficción corta en dos volúmenes. El primero, Relatos, 1, se publica ahora: más de 800 páginas de escenarios futuros deprimentes. El segundo está previsto para finales de 2023. Durante su vida, Ballard fue recopilando sus cuentos en libros individuales, como Bilenio, El hombre imposible o Las voces del tiempo; en 2001, sin embargo, los volvió a editar eligiendo un criterio cronológico, que es el que sigue este grueso volumen.
Todas las ideas de J. G. Ballard, las que hoy incluso resultan visionarias, proféticas, están condensadas en sus relatos, «monedas sueltas en el tesoro de la ficción»,
Ballard fue uno de los primeros escritores que entendió que el futuro no estaba en las estrellas, sino en un planeta degradado
tal como él los definió. Y es que el paso del tiempo ha terminado por darle la razón: en numerosas entrevistas, Ballard insistía en recordar lo incómoda que resultaba su escritura para los fans ortodoxos de la ciencia ficción a finales de los años 60, pues prefirió hablar de catástrofes climáticas antes que de colonizaciones planetarias, y de cámaras de vigilancia antes que de armas láser.
Vista la deriva del mundo, estas 800 páginas cunden más ahora de lo que lo hacían –y ya era mucho– en los 60 y 70
Un profeta del presente. Fue uno de los primeros escritores de género –mala etiqueta, pues las ideas más profundas del siglo XX se pueden encontrar en la sci-fi– que entendió que el futuro no estaba en las estrellas ni en la profundidad del espacio, sino entre nosotros, en un planeta que se iba degradando, física y moralmente. En uno de sus artículos sobre su oficio, reunidos en Guía del usuario para el nuevo milenio (2002), Ballard se preguntaba si el futuro tenía aún futuro –esto lo hizo en 1993, cuando aún parecía que el desarrollo tecnológico tenía que ir acompañado de optimismo–, y anticipó como nadie el miedo milenarista que, a partir del 11-S, aún contamina nuestra existencia.
El futuro de Ballard estaba dominado por la depredación del hombre por el hombre, el magnicidio y la cultura del apocalipsis: el tiempo como un factor que esclaviza, la obsesión colectiva por la pornografía y el terror como arte, la transgresión de todos los tabúes y la narcotización colectiva derivada del desarrollo cancerígeno de los medios de comunicación afectos al espectáculo.
Es decir: Ballard comprendió muy pronto que lo más atrevido de la imaginación humana no vendría del espacio exterior, sino del interior. «Los mayores adelantos del futuro inmediato no tendrán lugar ni en la Luna ni en Marte, sino en la Tierra», decía en un artículo de 1962. Y remataba: «el único planeta verdaderamente extraño es la Tierra». Eso le llevó a imaginar acontecimientos como el de la desolación climática –en Hola, América o La sequía, en los que el futuro nos obsequia indistintamente con una nueva glaciación o una desertización global–, la transformación del espacio privado en una fuente de espectáculo –fue uno de los primeros autores, tras la senda del Orwell de 1984, en preocuparse por la expansión de los sistemas de control que anulan cualquier tipo de intimidad– y el embrutecimiento de la naturaleza humana a causa de la propia tecnología, que lejos de mejorarnos, nos envilece.
Tecnología vs. Libertad.
Si a usted le provoca ansiedad el cambio tecnológico, Ballard ya lo había imaginado en los años 70. Si cree que un signo de nuestro tiempo es la progresiva y triste soledad del individuo –dándole un giro tenebroso al concepto thatcheriano de «no existe la sociedad»–, o la sensación de desconcierto ante una realidad incomprensible, lea a Ballard y se sentirá, no tranquilo, pero sí mejor ubicado.
Al autor inglés –que vivió en el suburbio londinense de Shepperton, y ahí anticipó, por experiencia, el aburrido y gris futuro de la clase media, bien surtida en lo material y desasistida en su vacío espiritual–, también le interesaban los surrealistas y la sociedad del espectáculo de Guy Debord, y dejó dicho, a principios de los 80, que en el futuro todo el mundo tendrían su canal de televisión y generaría un contenido destinado a narcotizar a sus semejantes, como si ya entendiera lo que iban a ser las redes sociales.
«Este es un mundo extraño» es una frase de David Lynch –al que Ballard admiraba– en Terciopelo azul, pero que él había percibido mucho antes. Preocupado por el asesinato de Kennedy, el auge de los actores que llegaban a presidentes y por el increíble crecimiento de la capacidad autodestructiva de la humanidad, nunca se tragó la promesa de la tecnología como un avance, sino como una limitación de la libertad y un posible agente de destrucción.
Habría que leerlo más para terminar de normalizar el adjetivo ballardiano, y poder describir mejor este mundo nuestro, absurdo, degradado y dirigido lentamente a la catástrofe si no se revierte la tan extendida abulia general. Estas 800 páginas de relatos cunden más ahora de lo que lo hacían –y entonces ya era mucho– en los años 60 y 70.