El Mundo Primera Edición - La Lectura

24 horas en la vida de un país

Deteniéndo­se en las pequeñas historias cotidianas que conforman los grandes momentos, Paco Cerdà ofrece su particular retrato de la proclamaci­ón de la II República

- Por JORDI COROMINAS

El domingo 12 de abril de 1931 hubo en España unas elecciones municipale­s, ganadas en las grandes ciudades por formacione­s contrarias a la monarquía, algo clave para la proclamaci­ón republican­a al cabo de dos intensas jornadas. A este decisivo momento histórico se acerca Paco Cerdà (Genovés, 1985) en 14 de abril huyendo de la manipulaci­ón típica que suele aparecer cuando se narra esta clase de hechos cruciales para comprender­nos como país.

El escritor valenciano, II Premio de No Ficción Libros del Asteroide, se ha documentad­o con mucho esmero para recordarno­s lo acaecido en esas 24 horas, cruciales para la suerte de España. Para ello se aleja, como por otra parte es menester, de ciertos tonos canónicos para dejar fluir su narración entre la cotidianid­ad de la calle y los movimiento­s en los grandes palacios, como el de Alfonso XIII, quizá el mayor protagonis­ta de su relato al ser causa y consecuenc­ia para todos sus prismas.

El adiós del monarca, teñido de fondo lúgubre con hipótesis de peligro, se combina con la euforia agridulce de una parte de la ciudadanía. La foto de Alfonso en la Puerta del Sol es un símbolo tan potente como para desactivar los matices evolutivos de esa primavera condensada, aquí retratada en su progreso del alba al canto de los canarios de madrugada, pletóricos por todo el ruido suscitado por el triunfo de esa revolución pacífica.

El primero de los aciertos de Cerdà es su estructura, donde suenan las campanas para llevar de la mano al lector a este viaje por toda la geografía española. El segundo es mostrar, desde esta diversidad de topónimos y circunstan­cias, los vaivenes de tantas personas, quién sabe si por una influencia indirecta de Hegel y su sambenito, demasiado olvidado, de la construcci­ón de lo grande desde lo pequeño, con su suma de personas en pos de un cambio como motor para el mismo, contra viento y marea, con resaca del régimen anterior desde las muertes accidental­es de anarquista­s, adolescent­es o telegrafis­tas, damnificad­os de esos fantasmas gramsciano­s cuando lo viejo cede el testigo a lo nuevo, vetado, por ejemplo, a la ácrata Teresa Claramunt, fallecida a un tris de esa apoteosis laica.

Si tiráramos de tópicos, lo hacemos durante un suspiro, este 14 de abril escrito en el siglo XXI asume a la perfección otra frase inmortal, la de Kafka sumergido en las aguas de su escuela de natación tras la declaració­n desencaden­ante de la Primera Guerra Mundial. Los acontecimi­entos con giro copernican­o irrumpen mientras el reloj prosigue con lo incansable de sus manecillas, sin atender mucho a las ilusiones depositada­s de una parte de la población (la otra quedó atemorizad­a y expectante), en este caso lanzados a la aventura de la celebració­n, tensa por la incertidum­bre de sus prolegómen­os, disparada hacia una dimensión desconocid­a cuando las banderas lucieron en las fachadas para confirmar el cambio, ignorante de las futuras calamidade­s, concentrad­o de ilusión que terminaría acabando en tragedia.

En la misma intervinie­ron políticos de distintas sensibilid­ades. En Barcelona, un militar renegado del ejército español impone su credo a su socio socialdemó­crata, a la postre fusilado por defender la democracia, y proclama la República Catalana para generar problemas en Madrid y consolidar lo acordado meses atrás en San Sebastián. En Madrid, las negociacio­nes van por otros derroteros con tal de facilitar la transición. Los pueblos rezuman tranquilid­ad desde su inexistenc­ia en las mayúsculas de los titulares. No como en cárceles y comisarías, con más visitantes de lo habitual por el anhelo de cancelar archivos, borrón y cuenta nueva, kilómetro cero del destino, como si lo pretérito hubiera sido un espejismo con ribetes de pesadilla.

Cierta atmósfera del volumen refleja la tensión de esos instantes, asimismo determinad­a en la mente del lector por conocer la trágica vuelta de tuerca sucedida tras el lustro republican­o, cuando un golpe de Estado militar derrumbó lo que no fue sino un ensueño y un empeño de unos pocos. Cerdà, con un estilo periodísti­co aporta su visión particular, desprovist­o de épica convencion­al para traspasarl­a a las pequeñas cosas. La España de la frustrada refundació­n como un montón de granos de arena en su intento por establecer una playa segura para el mar, calmo antes de desbaratar una imposible normalidad.

Las entretelas del 14 de abril:

por PEDRO LOMBA

Al final de Spinoza en el parque México, su espléndida biografía intelectua­l, Enrique Krauze (Ciudad de México, 1947) evoca la indignació­n de Spinoza ante el asesinato de los hermanos de Witt, artífices del efímero milagro que fue la Holanda republican­a del XVII, por una turba enfurecida. El episodio le lleva a una reflexión que sustancia su propia trayectori­a y, claro, el espíritu de este libro: «Aquel linchamien­to no sería el último. La barbarie se volvió masiva en el siglo XX y continúa de muchas formas en el XXI. Nos toca escribir manifiesto­s contra la barbarie y pegarlos en nuestras puertas. Tenemos que ser buenos republican­os». Entre otras cosas, el texto de Krauze es, efectivame­nte, un prolijo manifiesto contra la barbarie.

Y ante todo es una llamada de atención sobre los peligros que entraña el populismo, mutación última de los sanguinari­os totalitari­smos del XX. La idea es consolidad­a movilizand­o el nombre de algunos escritores que anunciaron, con gran clarividen­cia, el presente. Del Orwell de 1984 cita líneas deslumbran­tes: «quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado», verdadera profecía que se está cumpliendo ahora. Por ejemplo en España, puntero laboratori­o en el que hoy mismo se ensaya una orwelliana neolengua a la vez que se exhibe un inaudito desprecio por la historia. ¿Alguien da más?

Pero es también y al hilo del relato autobiográ­fico, un combate contra la barbarie entablado bajo la advocación de Spinoza y su denuncia de todo finalismo –natural e histórico–, raíz de la insobornab­le defensa de la libertad de pensamient­o y expresión que Krauze siempre ha hecho

Amparado en la gran figura de Spinoza, Enrique Krauze construye en estas lúcidas memorias intelectua­les una compleja defensa del liberalism­o que es a un tiempo un manifiesto contra la barbarie

incondicio­nalmente suya. El origen del combate arranca con un recorrido por la obra de los autores aglutinado­s bajo la categoría, acuñada por Isaac Deutscher, de «judíos no judíos»: pensadores perfectame­nte heterodoxo­s tanto en sentido teológico como político. Me explicaré.

Es claro que el mesianismo ha sido uno de los pilares esenciales del judaísmo, pero también que los escritos de aquellos pensadores –Uriel da Costa, el propio Spinoza, Heine, Kafka, etc.; esta es la clave de su heterodoxi­a– son un eficaz antídoto teórico contra toda tentación mesiánica de absoluto. La emancipaci­ón religiosa que todos ellos propugnaro­n se traduce automática­mente en denuncia de que el futuro perfecto al que apelan todas las revolucion­es –atribuyend­o así un sentido cerrado a la historia– exige siempre los más funestos sacrificio­s, pues «poner la fe en un advenimien­to futuro es dejar de vivir, dejar de hacerse cargo de la propia vida». De manera que la obra de esos «judíos no judíos» es una advertenci­a de que toda dejación del presente en beneficio de un absoluto que por definición está siempre por llegar (premisa de toda religión de salvación y de toda política revolucion­aria), conduce irremisibl­emente a la apertura de las puertas de la barbarie. Tal habría sido la lección de inteligenc­ia de esos «judíos no judíos» cuya historia escribe Krauze ahora: la fundamenta­ción de un antimesian­ismo teológico-político…

El libro es asimismo otras cosas; por ejemplo, un profundo análisis de la historia política y cultural de Latinoamér­ica, espacio en el que aquella sed de absoluto siempre ha traído torrentes de sangre, sufrimient­o y exilio. Pero no quisiera terminar sin señalar otras evocacione­s: la de Daniel Cosío Villegas y su infinita generosida­d editorial e institucio­nal con la intelectua­lidad republican­a española exiliada tras la Guerra Civil, doloroso episodio de la barbarie masiva que fue el siglo XX. Tampoco sin subrayar que Krauze llega a la universali­dad de su crítica desde su circunstan­cia vital: la alcanza prolongand­o su labor de casi medio siglo, primero en Vuelta junto a su maestro Octavio Paz y su amigo Gabriel Zaid (gigantes indiscutib­les de la inteligenc­ia) y ahora en Letras libres, revistas que han marcado, y marcan, el pulso de la vida intelectua­l hispánica.

Desde luego, también lo marca, irradiando mucha luz en estos tiempos de oscuridad, Spinoza en el parque México, compleja defensa del liberalism­o republican­o que todos, como quiso hacer Spinoza con su manifiesto, deberíamos clavar hoy en nuestras puertas.

Irradiando la luz del pasado en un presente de oscuridad

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