El Mundo Primera Edición - La Lectura
MEDIR LASPALABRAS
Il presidente Giorgia Meloni
La llegada, en fecha reciente y por vez primera, de una mujer a la presidencia del Consejo de Ministros en Italia ha puesto sobre el tapete en ese país algunas cuestiones relativas al género gramatical que, por recurrentes, aquí conocemos bien. Me he ocupado de ellas varias veces, y no pensaba volver a hacerlo; pero, inevitablemente, me he dejado arrastrar una vez más por el asunto, y por pequeños pero sugestivos contrastes entre las dos lenguas hermanas, la italiana y la nuestra.
Tengo a la vista un comunicado de la «Presidenza del Consiglio dei Ministri» fechado en Palazzo Chigi el pasado día 3 y que no será necesario traducir: «Il Presidente Giorgia Meloni ha incontrato a Bruxelles la Presidente del Parlamento europeo Roberta Metsola, la Presidente della Commissione europea Ursula von der Leyen e il Presidente del Consiglio europeo Charles Michel».
Es obvio que con este comunicado no se quiere sentar doctrina gramatical, sino política. Si a las señoras Von der Leyen y Metsola les corresponde la denominación la Presidente, a la flamante premier –en Italia se usa bastante este anglicismo– la que le corresponde es il Presidente; o sea, la misma que, en su responsabilidad europea, a Charles Michel.
La «normalización» de los usos femeninos y el consiguiente aumento de la «visibilidad» de la mujer van en Italia y en Francia por detrás de España. La presencia gramatical del femenino es en nuestra lengua mayor que en las otras dos lenguas, lo que no debe, desde luego, dar pie a ninguna inferencia extralingüística. Dicho sin rodeos: esa mayor presencia en español del femenino no implica en modo alguno que la sociedad española sea más feminista que las de los otros dos países. Son planos distintos.
En español muchos femeninos tienen terminación propia, casi siempre -a. Desde luego, la inmensa mayoría de los que hacen el masculino en -o (niño / niña)o con un morfema cero (profesor / profesora). Los en -e ya presentan resquicios de duda –no hay total unanimidad en jefa o clienta, en mi sentir decididamente preferibles a la jefe o la cliente–. Los nombres o adjetivos en -ista son invariables (salvo un rarísimo modisto). La casuística de los en -nte es imposible resumirla aquí. En el ejército, en fin, se han impuesto los masculinos únicos, desoyendo los suspiros de la Virgen del Pilar por ser capitana de la tropa aragonesa.
Se notará, en cualquier caso, que, a falta de una terminación propia en el femenino, es el artículo el que asume la responsabilidad de la moción de género: el artista / la artista, el estudiante / la estudiante; etcétera (comprimo aquí una cuestión gramatical de cierta complejidad).
¿Qué pasa en español con el femenino de presidente? Pues que hubo, ciertamente, vacilación entre presidenta y la presidente, documentables ambas opciones desde antiguo; pero el uso se fue decantando con claridad por la primera.
Ello no impide que el asunto siga dando pie a alguna que otra polémica, y hasta rifirrafe. Hace poco, un miembro del Senado argentino se dirigió a Cristina Fernández,
que preside la cámara, llamándola presidente. Ella le corrigió, y como el senador insistiera, fue reconvenido enérgicamente. Otro tanto ocurrió en el Ayuntamiento de Madrid, donde un concejal de Vox usó presidente para referirse a la concejala que presidía cierta comisión (quien, ante la reincidencia de aquel, hubo de llamarle al orden). En nuestro Senado, en fin, un representante de ese mismo partido se dirigió a doña Pilar Llop como «señora presidente». Ella le dejó hablar y al final le dijo: «Muchas gracias, señora senadora». Hubiera sido aún más sutil e ingenioso dirigirse a él con otra discordancia: «Muchas gracias, señora senador». O bien: «Muchas gracias, señor senadora».
En un número muy reducido de nombres aparecen los morfemas -esa e -isa.
Salvo excepciones, la mayor parte de las mujeres que escriben poesía rechazan poetisa –que se diría las significa en exceso–, y prefieren la poeta, lo que no es de extrañar después de la imprecación unamuniana: «¿Poetas esos Narcisos/ que hacen juegos malabares?/ Poetas, no, ¡poetisos!». No se presentan muchas ocasiones de emplear diaconisa o histrionisa,y
especular sobre las consecuencias gramaticales de un eventual acceso de la mujer al sacerdocio católico sería hacer futurología. Ante lideresa se esboza, como mínimo, una sonrisa, y aquel choferesa
de Cela era decididamente jocoso (además de machista, por descontado). En cambio, no plantean problema alguno alcaldesa, condesa, duquesa o baronesa.
¿Y en italiano? La situación es parecida, pero más refractaria a las marcas femeninas. Con todo, en el mundo universitario, hasta donde se me alcanza, no plantean problemas studentessa, professoressa o dottoressa, y tengo la impresión de que poetessa suscita menos rechazo que nuestro poetisa.
El femenino de presidente, en italiano, es –sería…– presidentessa, pero es esta una forma hoy muy relegada. La Regenta de Clarín se ha traducido como La Presidentessa –y ahí sí que topamos con un oprobio (que las dos lenguas comparten), el del femenino para significar ‘esposa de...’–.
En el uso italiano de hoy domina claramente la presidente sobre la presidentessa, por lo que sería insólito «la Presidentessa del Consiglio». Pero extender al artículo el repudio de los «signos externos» de la «condición femenina», prefiriendo Meloni para sí misma «il Presidente» a «la Presidente», se hace a todas luces excesivo: eso sí que es invisibilizar a la mujer. Lo siguiente sería cambiar Giorgia en Giorgio. De seguro no llegará a tanto.
Precedentes los había, si no en el ejecutivo, en el legislativo. Nilde Iotti, Irene Pivetti y Laura Boldrini habían presidido en distintas etapas la «Camera dei Deputati». En los tres casos fueron la Presidente de ella.