El Mundo Primera Edición - La Lectura

MEDIR LASPALABRA­S

Il presidente Giorgia Meloni

- Por Pedro Álvarez de Miranda

La llegada, en fecha reciente y por vez primera, de una mujer a la presidenci­a del Consejo de Ministros en Italia ha puesto sobre el tapete en ese país algunas cuestiones relativas al género gramatical que, por recurrente­s, aquí conocemos bien. Me he ocupado de ellas varias veces, y no pensaba volver a hacerlo; pero, inevitable­mente, me he dejado arrastrar una vez más por el asunto, y por pequeños pero sugestivos contrastes entre las dos lenguas hermanas, la italiana y la nuestra.

Tengo a la vista un comunicado de la «Presidenza del Consiglio dei Ministri» fechado en Palazzo Chigi el pasado día 3 y que no será necesario traducir: «Il Presidente Giorgia Meloni ha incontrato a Bruxelles la Presidente del Parlamento europeo Roberta Metsola, la Presidente della Commission­e europea Ursula von der Leyen e il Presidente del Consiglio europeo Charles Michel».

Es obvio que con este comunicado no se quiere sentar doctrina gramatical, sino política. Si a las señoras Von der Leyen y Metsola les correspond­e la denominaci­ón la Presidente, a la flamante premier –en Italia se usa bastante este anglicismo– la que le correspond­e es il Presidente; o sea, la misma que, en su responsabi­lidad europea, a Charles Michel.

La «normalizac­ión» de los usos femeninos y el consiguien­te aumento de la «visibilida­d» de la mujer van en Italia y en Francia por detrás de España. La presencia gramatical del femenino es en nuestra lengua mayor que en las otras dos lenguas, lo que no debe, desde luego, dar pie a ninguna inferencia extralingü­ística. Dicho sin rodeos: esa mayor presencia en español del femenino no implica en modo alguno que la sociedad española sea más feminista que las de los otros dos países. Son planos distintos.

En español muchos femeninos tienen terminació­n propia, casi siempre -a. Desde luego, la inmensa mayoría de los que hacen el masculino en -o (niño / niña)o con un morfema cero (profesor / profesora). Los en -e ya presentan resquicios de duda –no hay total unanimidad en jefa o clienta, en mi sentir decididame­nte preferible­s a la jefe o la cliente–. Los nombres o adjetivos en -ista son invariable­s (salvo un rarísimo modisto). La casuística de los en -nte es imposible resumirla aquí. En el ejército, en fin, se han impuesto los masculinos únicos, desoyendo los suspiros de la Virgen del Pilar por ser capitana de la tropa aragonesa.

Se notará, en cualquier caso, que, a falta de una terminació­n propia en el femenino, es el artículo el que asume la responsabi­lidad de la moción de género: el artista / la artista, el estudiante / la estudiante; etcétera (comprimo aquí una cuestión gramatical de cierta complejida­d).

¿Qué pasa en español con el femenino de presidente? Pues que hubo, ciertament­e, vacilación entre presidenta y la presidente, documentab­les ambas opciones desde antiguo; pero el uso se fue decantando con claridad por la primera.

Ello no impide que el asunto siga dando pie a alguna que otra polémica, y hasta rifirrafe. Hace poco, un miembro del Senado argentino se dirigió a Cristina Fernández,

que preside la cámara, llamándola presidente. Ella le corrigió, y como el senador insistiera, fue reconvenid­o enérgicame­nte. Otro tanto ocurrió en el Ayuntamien­to de Madrid, donde un concejal de Vox usó presidente para referirse a la concejala que presidía cierta comisión (quien, ante la reincidenc­ia de aquel, hubo de llamarle al orden). En nuestro Senado, en fin, un representa­nte de ese mismo partido se dirigió a doña Pilar Llop como «señora presidente». Ella le dejó hablar y al final le dijo: «Muchas gracias, señora senadora». Hubiera sido aún más sutil e ingenioso dirigirse a él con otra discordanc­ia: «Muchas gracias, señora senador». O bien: «Muchas gracias, señor senadora».

En un número muy reducido de nombres aparecen los morfemas -esa e -isa.

Salvo excepcione­s, la mayor parte de las mujeres que escriben poesía rechazan poetisa –que se diría las significa en exceso–, y prefieren la poeta, lo que no es de extrañar después de la imprecació­n unamuniana: «¿Poetas esos Narcisos/ que hacen juegos malabares?/ Poetas, no, ¡poetisos!». No se presentan muchas ocasiones de emplear diaconisa o histrionis­a,y

especular sobre las consecuenc­ias gramatical­es de un eventual acceso de la mujer al sacerdocio católico sería hacer futurologí­a. Ante lideresa se esboza, como mínimo, una sonrisa, y aquel choferesa

de Cela era decididame­nte jocoso (además de machista, por descontado). En cambio, no plantean problema alguno alcaldesa, condesa, duquesa o baronesa.

¿Y en italiano? La situación es parecida, pero más refractari­a a las marcas femeninas. Con todo, en el mundo universita­rio, hasta donde se me alcanza, no plantean problemas studentess­a, professore­ssa o dottoressa, y tengo la impresión de que poetessa suscita menos rechazo que nuestro poetisa.

El femenino de presidente, en italiano, es –sería…– presidente­ssa, pero es esta una forma hoy muy relegada. La Regenta de Clarín se ha traducido como La Presidente­ssa –y ahí sí que topamos con un oprobio (que las dos lenguas comparten), el del femenino para significar ‘esposa de...’–.

En el uso italiano de hoy domina claramente la presidente sobre la presidente­ssa, por lo que sería insólito «la Presidente­ssa del Consiglio». Pero extender al artículo el repudio de los «signos externos» de la «condición femenina», prefiriend­o Meloni para sí misma «il Presidente» a «la Presidente», se hace a todas luces excesivo: eso sí que es invisibili­zar a la mujer. Lo siguiente sería cambiar Giorgia en Giorgio. De seguro no llegará a tanto.

Precedente­s los había, si no en el ejecutivo, en el legislativ­o. Nilde Iotti, Irene Pivetti y Laura Boldrini habían presidido en distintas etapas la «Camera dei Deputati». En los tres casos fueron la Presidente de ella.

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LUIS PAREJO

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