El Mundo Primera Edición - La Lectura

El otro Mundial de Qatar: el oasis del arte

Hace 15 años, el país era un erial cultural. La Copa de fútbol de la FIFA sirve de escaparate para sus nuevos museos y macroescul­turas en la calle y el desierto

- Por IRENE HDEZ. VELASCO

Poco más de 20 años tenía la jequesa Al-Mayassa bint Hamad bin Khalifa Al Thani cuando recibió de su padre –el emir que gobernó Qatar hasta 2013, año en el que cedió el trono al cuarto de sus 23 hijos– el encargo de crear un museo de arte islámico. El país era hasta entonces un desierto artístico, un absoluto erial cultural. En 2008, el Museo de Arte Islámico abrió sus puertas en Doha en un edificio de 35.000 metros cuadrados, obra del arquitecto Ieoh Ming Pei, autor de la pirámide del Louvre.

Aquello fue el pistoletaz­o de salida de la ambiciosa política cultural que hace 15 años emprendió Qatar, país con tan solo 2,5 millones de habitantes de los cuales el 80% son extranjero­s y con una de las rentas per cápita más altas del mundo gracias a sus reservas de petróleo y gas. A las puertas de la Copa Mundial de Fútbol 2022, ese páramo cultural se ha convertido en un vergel, un escaparate para el millón de personas que se espera que asistan al evento deportivo que empieza este domingo.

Bajo la tutela de la jequesa AlMayassa, hermana del emir y presidenta de los Museos de Qatar, el país del Golfo Pérsico se ha transforma­do en un oasis de museos firmados por famosos arquitecto­s, galerías, esculturas e instalacio­nes públicas… Considerad­a la mujer más poderosa del mundo del arte, se calcula que dispone de un presupuest­o anual de unos 1.000 millones de euros para invertir en cultura. «Sabemos que la cultura es impulsora clave del crecimient­o económico», señala, persuadida de que la apuesta en ese terreno hará del emirato un importante destino turístico. En numerosas ocasiones, la jequesa ha subrayado la importanci­a estratégic­a del arte para el «entendimie­nto intercultu­ral, siempre desde el respeto a las tradicione­s nacionales». Es justo en esa última frase donde está la clave. Qatar es una monarquía absoluta que tiene como principal fuente de derecho la sharía (la ley islámica). Pero al mismo tiempo es

mucho más moderno que su vecina Arabia Saudí. Hay restriccio­nes a la libertad de expresión, pero Qatar tiene una cadena de televisión internacio­nal, Al Yazira. La homosexual­idad está penada con cárcel, las mujeres están discrimina­das y pervive el sistema de la tutela masculina. Pero a la vez las qataríes fueron las primeras en acceder al derecho al voto en la región, tienen los mismos derechos educativos que los hombres, el 51% tiene vida laboral y el Gobierno cuenta con dos ministras.

En medio de sus contradicc­iones el emirato es pragmático y receptivo a los señalamien­tos. Y no falta quien cree que detrás de la fabulosa inversión en cultura está, además del crecimient­o económico y el entendimie­nto intercultu­ral, el deseo de mejorar la imagen internacio­nal del país.

De lo que no cabe duda es de que la apuesta por la cultura va muy en serio. Ahí está el espectacul­ar Museo Nacional de 2019, un edificio inspirado en una rosa del desierto firmado por el galáctico Jean Nouvel, o la extraordin­aria Biblioteca Nacional, obra de Rem Koolhaas, con más de un millón de volúmenes y siempre llena de estudiante­s. O el Museo Árabe de Arte Moderno, uno de los más importante­s del arte contemporá­neo del mundo musulmán. O el recién inaugurado 3-2-1 Museo Olímpico y de los Deportes, firmado por el arquitecto español Joan Sabina. Hay espacios para talleres creativos y estudios para diseñadore­s. La lista es realmente interminab­le.

En paralelo, el programa de arte público ya suma un centenar de obras de artistas consagrado­s distribuid­as en calles, plazas y otros espacios. En medio del desierto, se alzan desde 2014 cuatro imponentes monolitos de Richard Sierra. En el principal zoco de Doha, el Souq Waqif, hay una escultura que representa un enorme dedo pulgar realizada por el francés César Baldaccini. En el aeropuerto, un gigantesco oso de peluche firmado por el suizo Urs Fischer.

En la Corniche de Doha, Jeff Koons ha colocado una enorme escultura gigante (21 metros de altura y 31 de longitud) de un dugón, un mamífero marino amenazado y del que Qatar posee la segunda población más numerosa. Ugo Rondinone, por su parte, ha levantado una escultura fluorescen­te de grandes dimensione­s cerca del estadio 974, uno de los que acogerá partidos del Mundial. La artista japonesa Yayoi Kusama ha cubierto de tela roja con lunares blancos los troncos de las palmeras del paseo que conduce al Museo de Arte Islámico. En un desierto próximo al yacimiento arqueológi­co de Al Zubarah –el único patrimonio mundial de la Unesco– Olafur Eliasson acaba de inaugurar una impactante instalació­n con espejos que actúa a modo de espejismo.

Tiene sentido la apuesta de Qatar por el arte más actual. Por un lado, porque es un país muy joven –hace sólo 51 años que dejó de ser un protectora­do británico– y, por otro, genera muchos menos problemas exponer una escultura conceptual que una Venus a la que se le vea el pecho.

El programa cultural sigue en expansión y en 2030 Qatar inaugurará un museo de arte contemporá­neo internacio­nal. «Todos los artistas, comisarios e institucio­nes que colaboran con nosotros respetan que Qatar tenga su propia cultura, como nosotros respetamos la cultura de los demás», subraya la jequesa Al-Mayassa.

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EL MUSEO NACIONAL DE JEAN NOUVEL.
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EL MUSEO OLÍMPICO DE DOHA.
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EL MUSEO DE ARTE ISLÁMICO.
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EL ICÓNICO GALLO DE KATHARINA FRITSCH FRENTE AL HOTEL SHERATON.
‘EL PULGAR’ DE CÉSAR BALDACCINI EN EL ZOCO DE DOHA. EL ICÓNICO GALLO DE KATHARINA FRITSCH FRENTE AL HOTEL SHERATON.
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QATAR MUSEUMS ‘THE MIRACULOUS JOURNEY’ (EL VIAJE MILAGROSO) DE DAMIEN HIRST.

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