El Mundo Primera Edición - La Lectura
Julio Galán, el reverso maldito de Frida Kahlo
México vuelve a reivindicar al artista que alcanzó la fama en los años 80 y 90 y falleció por problemas de droga
por ENRIQUE JUNCOSA
Julio Galán (19592006) fue uno de los pintores mexicanos más relevantes de los años 80 y 90. Vivió en la Nueva York de los 80, donde se codeó con Andy Warhol y Francesco Clemente, y expuso en galerías como Annina Nosei. En aquella época se le relacionó con el neoexpresionismo, que en su versión mexicana tuvo tintes nacionalistas, siendo su obra adquirida por los grandes coleccionistas de su país, especialmente los de Monterrey, ciudad donde vivió gran parte de su vida. Existe cierto consenso en considerar que la obra de Galán de sus últimos años, cuando se dice que tuvo problemas descontrolados con las drogas, perdió mucha fuerza. El caso es que después de su muerte había estado más bien olvidado.
Sin embargo, el pasado verano la gran exposición Un conejo partido por la mitad –con más de 80 obras– comisariada por Magalí Arreola, directora del Museo Tamayo de Ciudad de México, volvió a situar a Galán como figura fundamental del arte mexicano, aunque en vez de enfatizar sus aspectos nacionalistas, explora las cuestiones más subversivas de su estética queer. Tras el éxito en el Tamayo, la antológica se podrá ver la próxima primavera en el Museo Marco de Monterrey.
Organizada por aspectos temáticos e ignorando sus últimas obras, la exposición analiza con acierto la relación de Galán con la fotografía y lo performativo, incluyendo fotos de Graciela Iturbide, Enrique Badulesco y Juan Rodrigo Llaguno, quienes documentaron las múltiples personalidades que el artista buscó adoptar en su obra y su atracción narcisista por los disfraces, de una forma que puede remitirnos a la obra de Frida
Kahlo, artista que exploró como Galán la vulnerabilidad de su personalidad.
La exposición que reivindica su figura dedica una sección a la infancia, mostrando interiores domésticos y planos de viviendas convertidos en laberintos, en los que Galán sitúa a niños solitarios o junto a personajes y animales fantásticos. En estos extraños espacios cerrados, los pasillos, puertas y ventanas no conducen a ningún sitio. Muñecos y juguetes ejercieron una gran atracción en
Galán, quien utilizó a uno de los muñecos de su colección, al que llamó Morelio, como una suerte de alter ego (Morelio hasta tenía mujer y amante).
La adolescencia también es un tema importante para el artista, tratando especialmente el despertar de la sexualidad, expresado metafóricamente mediante extraños paisajes que sugieren una especie de destierro y territorios por explorar. En otra serie de obras, Galán indaga en la identidad sexual y el travestismo, creando distintos personajes para proyectarse en esos desdoblamientos y construir una suerte de personalidad fluida, contraria a las convenciones culturales y sociales. Estos personajes de Galán viven en un mundo inquietante, repleto de referencias al catolicismo, el mundo de los sueños y el deseo homosexual, con tintes a veces masoquistas. La obra de Galán cuestiona las narrativas del multiculturalismo y contraría de forma irónica y salvaje todos los estereotipos y lugares comunes.
Las superficies de las pinturas de Galán incorporan materiales diversos a modo de collages: polaroids, recortes de revistas porno, espejos, cromos, lentejuelas... Dominan los tonos marrones y los barnices, que dan a sus imágenes un toque artificial al tiempo que subrayan aspectos oníricos. También es frecuente el uso de textos, a veces con errores gramaticales, subrayando la naturaleza narrativa de sus imágenes y su ironía. Sus distintos autorretratos no se refieren a su aspecto físico, ni siquiera a particulares estados de ánimo psicológico, sino que exploran su mundo interior y cómo éste condiciona su visión del mundo que le rodea.