El Mundo Primera Edición - La Lectura

Viaje a la melancólic­a Nueva Orleans

A partir de un vacío en la biografía de Benito Juárez, Yuri Herrera reconstruy­e el exilio del prócer mexicano

- Por ANNA Mª IGLESIA

Escribió Beatriz Sarlo que su conocimien­to de la historia lo debía más a las novelas que a cualquier ensayo y lo mismo podríamos decir muchos de nosotros, lectores que nos hemos acercado a la Francia del Segundo Imperio de la mano de Zolà, a la Inglaterra victoriana junto a Dickens o a la Italia garibaldin­a gracias a Lampedusa. La ficción permite ir más allá de los hechos y penetrar en las complejida­des de un tiempo y de sus protagonis­tas, rellenando los vacíos con la imaginació­n.

Lo sabe bien Yuri Herrera (Actopan, 1970), cuya última novela La estación del pantano, tiene como punto de partida un vacío. ¿Qué fue de Benito Juárez durante el año y medio que pasó desterrado en Nueva Orleans? En su autobiogra­fía, Apuntes para mis hijos, Juárez, prolijo en detalles a la hora de narrar su detención, su paso por prisión y su exilio en Europa, dedica muy pocas líneas a ese periodo: «Viví en esta ciudad hasta el 20 de junio de 1855 en que salí para Acapulco a prestar mis servicios de campaña…».

Es precisamen­te esta falta de informació­n lo que permite a Herrera imaginar una experienci­a posible para Juárez entre 1853 y 1854 en la capital de Luisiana, estado sureño en el que la esclavitud seguiría vigente hasta el final de la Guerra de Secesión en 1865. Pero La estación del pantano es algo más que el relato de la vida que pudo haber tenido Juárez en ese destierro, porque Herrera va más allá del personaje: de la misma manera que el rastro del Juárez

real se pierde en el vacío de unas páginas nunca escritas, el Juárez personaje se diluye entre la multitud de Nueva Orleans.

Aquel que pasaría a la historia por ser el primer presidente indígena de México desaparece entre el gentío informe de la ciudad moderna. Se vuelve anónimo como los otros exiliados y en la medida que la figura de Juárez se diluye, Nueva Orleans se convierte en la verdadera protagonis­ta.

Sin embargo, Herrera se aleja de la tradición decimonóni­ca de la novela urbana para acercarse a la literatura sureña y así retratar a esta ciudad a orillas del Misisipi, melancólic­a, decrépita, desigual. Leer a Herrera nos devuelve a Mark Twain, Harriet Douglas, Kate Chopin o Frederick Douglass. Nueva Orleans es una ciudad en la que todos tratan de sobrevivir. Y esta es, al final, la experienci­a que impregna La estación del pantano y la que acomuna a quienes deambulan por sus páginas.

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