El Mundo Primera Edición - La Lectura
Un ‘Hijo de Dios’ muy humano
El siciliano fabula en esta sobria novela, escrita en primera persona, sobre la vida de Jesucristo
Giosuè Calaciura
Tantas interpretaciones han ido surgiendo sobre su figura que no ha faltado quien aventurase que Jesucristo podría no haber existido, y que su ejemplar legado fuera la elaboración de un retrato de perfección humana sobre la base del amor. Giosuè Calaciura (Palermo, 1960), de quien ya conocíamos una prosa cuidada y emotiva con, entre otras obras, Los niños del Borgo Vechio aborda el gran riesgo de fabular la ajetreada biografía de Jesús en su período más desconocido desde el nacimiento hasta los 30 años.
Fiel a su esencia como personaje iconoclasta y rebelde, curtido en la escasez y la dificultad, Calaciura nos muestra la adolescencia y primera juventud de un Jesús que ya desde niño se hace preguntas, anhela la presencia de un hermanito que no llegará, comienza a aprender las habilidades artesanales de su padre, el carpintero José, y sigue las indicaciones de María, su joven madre, que le introduce en la costumbre de la oración y la lectura de textos sagrados. ¿Será por esta asumida inclinación hacia la trascendencia, o jugando con las dosis premonitorias que salpican de credibilidad la narración, por lo que inexplicablemente, antes de dormir, dibuja con sus brazos extendidos la forma de una cruz?
Con un tono semiprofético bordeando en ocasiones el realismo mágico, más concretamente aproximándose al Pedro Páramo de Rulfo –incluso por su paralelismo en la búsqueda del padre–, además de por la concisión del estilo, sobrio, los 13 capítulos, que podrían imaginarse como las estrofas de un largo poema épico en primera persona, el autor muestra a un Jesús descarnadamente humano. Vulnerable a la primera pasión que le despierta la bailarina Delia, compañera entre un grupo de cómicos errantes liderado por Barrabás; maestro a su vez en el robo de gallinas, y verdugo mostrándole el rostro más crudo del amor: arrebatándole las delicias de la joven, lo que le provoca una desconocida tormenta de celos.
Pues sí, Jesucristo celoso y regresando al hogar que abandonó sin despedirse de la madre abnegada, quien parece atesorar el enigma de su destino. Un joven valiente, solidario con el dolor ajeno, responsable autoculpándose de sus errores, incluso divertido cuando tiene que presentar el espectáculo de los payasos. Pero marcado por la tragedia que le niega una felicidad a la que podría aspirar cualquier ser humano; y por un raro sino inalcanzable que le impide pertenecer a nadie. Ni siquiera a sí mismo.