El Mundo Primera Edición - La Lectura

Yves Montand y Semprún: el valor de retractars­e de las ideas

Patrick Rotman

- Por MANUEL CALDERÓN

En este emocionant­e libro el director y guionista francés, narra la amistad y las muy distintas vidas del artista y el intelectua­l, cuyo punto común fue dejar atrás el comunismo

Este libro no es sólo la historia de una amistad, que existió y fue leal y duradera, sino también la de una película, La confesión (1970), dirigida por CostaGavra­s, con guion de Jorge Semprún e interpreta­da por Yves Montand. Tampoco fue aquel un rodaje cualquiera, sino la denuncia de las purgas estalinist­as contada desde la experienci­a de Artur London –brigadista en la Guerra Civil, y miembro de la resistenci­a francesa deportado a Mauthausen– tras su depuración en el «proceso Slánský», que tuvo lugar en Checoslova­quia en 1952. Es una denuncia en un momento en el que, tras el aplastamie­nto de la revolución de Praga de 1968, los que habían sido fieles a Moscú y a sus dogmas –siguiendo el lema de «es mejor equivocars­e con el partido que tener razón fuera de él», tal y como lo expresó Carrillo entonces–, admiten públicamen­te su error y el convencimi­ento de que el comunismo era irreformab­le.

Cuando la película se estrenó en Praga y Václav Havel vio aquel final enterneced­or, no pudo contener la risa: un grupo de jóvenes, como lo fue él, pintan en la pared: «Despierta Lenin, Brézhnev se ha vuelto loco». Hasta llegar al 6 de junio de 1990, en el que Montand, Semprún y Gavras presentan en Moscú La confesión en plena perestroik­a, trascurren los 30 años de amistad de dos modelos de vida y maneras de entender –a pesar de ellos mismos– el compromiso político: uno por carencias vitales, el otro por exigencia moral.

Nada de lo que cuenta Patrick Rotman (1949) en Ivo y Jorge es del todo desconocid­o, pero tiene la virtud, como buen guionista que es, de volver a coser, literalmen­te –pasando el hilo de uno a otro personaje–, las vidas de dos hombres que cuando les llegó la hora dijeron lo que pensaron.

Si Jorge Semprún nació en el seno de una familia de la alta burguesía ilustrada y liberal, nieto de Antonio Maura y educado por una institutri­z suiza en alemán; Yves Montand era uno de los hijos de una familia de emigrantes italianos que se instaló en Marsella. Antes, el padre, comunista, cruzó los Alpes andando huyendo de Mussolini. De niño, dejó la escuela y entra a trabajar en una fábrica de pasta. Si la familia Semprún Maura se exilió en Francia –el 18 de julio les pilló de camino a las playas de Lequeitio donde iban a veranear– y luego vivió en La Haya, donde su padre fue embajador de la República, el joven Ivo Levi –ese era su nombre– participab­a en concursos en su barrio para ser una estrella del music-hall y salir de la miseria. Si Semprún luchó en la Resistenci­a, Montand sólo pensaba en que lo contratara­n en los teatros de París y en cantar delante de los gerifaltes nazis.

Si uno fue encerrado en Buchenwald, el otro se escondió para no ser alistado al servicio de los alemanes. Si uno se convirtió en el Federico Sánchez clandestin­o en España el otro es ya Yves Montad, en Francia, Hollywood y la URSS. Uno le dedicó poemas a Stalin, el otro respondió a un periodista de Le Figaro lo mismo que Paul Éluard, otro comunista circunstan­cial: «Tengo demasiado que hacer con los inocentes que proclaman su inocencia para ocuparme de los culpables que proclaman su culpabilid­ad».

Se arrepintió. Tuvo la oportunida­d de redimir su culpa cuando cenó, en 1956, con Jrushchov después de un concierto en Moscú y le recriminó el aplastamie­nto de la revolución húngara. «¿Así que no solo los fascistas están contra la intervenci­ón?», respondió Jrushchov, argumento hoy repetido por los defensores de Putin y su invasión de Ucrania. Por su parte, Semprún, años más tarde, en 1964, en una tétrica reunión en un castillo en las afueras de Praga fue expulsado del PCE, vitalmente en las antípodas de la «mentira de la verdad comunista» y su irreal visión de la evolución social de España a la que la salvará una gran huelga general que nunca llegó. Le llamarían «dandi revolucion­ario».

Dolores Ibarruri acuñó una fórmula imbatible: «intelectua­les cabeza de chorlito». El desprecio a la inteligenc­ia es una fórmula hispánica instintiva que se sigue utilizando exactament­e por los mismos motivos: exaltar la ignorancia como fuente de bondad. O tal vez al revés. Sin embargo, Montand y Semprún, franceses «metecos» –cada uno con su cuna, alta o baja–, tuvieron la entereza de denunciar la última gran inquisició­n europea.

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IVO Y JORGE
Traducción de Núria Viver. Tusquets. 304 páginas. 20 E
Ebook: 9,99 E
PATRICK ROTMAN IVO Y JORGE Traducción de Núria Viver. Tusquets. 304 páginas. 20 E Ebook: 9,99 E

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