El Mundo Primera Edición - La Lectura
Un manifiesto contra las lecturas mitificadoras de la historia
En este valiente, rompedor y heterodoxo ensayo, el antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow quiebran el relato oficial de la historia lineal y plantean un fascinante fresco para releer el pasado
Las crónicas de la humanidad gozan del prestigio de los grandes relatos. Nos permiten acceder a una visión de conjunto a partir de una idea repetida en los libros con pertinaz insistencia. En este sentido, se acercan mucho al mito, con la diferencia de que el mito es más prudente y se mueve en un plano distinto al temporal. Para David Graeber (1961-2020) y David Wengrow (1972), autores de El amanecer de todo, un interesante estudio que pretende reescribir la historia del hombre desde sus inicios hasta la actualidad, todo –o casi todo– lo que nos han contado es falso. O, al menos, admite muchísimos matices.
Aunque el texto apunta especialmente contra determinados best sellers de moda en estos últimos años (sería el caso, desde una perspectiva liberal, de la obra de Francis Fukuyama Los orígenes del orden político y, desde una perspectiva marxista y neodarwiniana, del libro de Yuval Noah Harari Sapiens, por citar dos ejemplos), en el fondo de su crítica subyace una lectura de la historia planteada desde el mito de la modernidad ilustrada, ya sea desde la perspectiva rusoniana o desde el Leviatán de Thomas Hobbes.
Para Rousseau –y Harari seguirá este patrón–, los primeros humanos eran cazadores-recolectores que vivían en un estado de perpetua inocencia. «Fue sólo tras la Revolución Agrícola y, más aún, tras el surgimiento de las ciudades, que esta feliz existencia llegó a su fin y aparecieron la Civilización y el Estado, que también propiciaron la aparición de la literatura escrita, la ciencia y la filosofía, pero, al mismo tiempo, la de las cosas malas de la vida: el patriarcado, los ejércitos, las ejecuciones en masa y los burócratas que nos exigen que pasemos la vida rellenando formularios».
El filósofo inglés Hobbes parte de un punto de vista distinto: sin leyes, sin policía, sin Estado y sin poder represor, la humanidad viviría en un clima de guerra continua. La imposición de un gobierno fue necesaria para contener la violencia implícita a las relaciones humanas y hacer posible la civilización, la paz y el progreso. En ambos casos, observan Graeber y Wengrow, asistimos a «una burda simplificación» que no responde a los hechos probados de la historia. «Como pronto descubriremos –señalan en el prólogo–, sencillamente no hay razones para creer que los grupos pequeños tengan más probabilidades de ser igualitarios ni que los grupos grandes tengan necesariamente que tener reyes, presidentes o siquiera burocracias. Frases como esta no son sino prejuicios disfrazados de hechos, o incluso de leyes de la historia».
El concepto clave que los autores manejan, y sobre el que edifican su ensayo, es que la historia no se mueve linealmente ni progresa de forma constante. Al contrario, en cada etapa existen múltiples opciones y conviven realidades muy distintas. No es cierto –argumentan– que los cazadoresrecolectores fueran igualitarios, ni que las ciudades implicasen siempre el dominio de una pequeña elite. A veces sí, a veces no. Y las evidencias arqueológicas que aportan son abundantes. El resultado no sólo quiebra el relato al uso de la historia lineal, sino que ofrece un fresco mucho más complejo, contradictorio, plural y fascinante del pasado. El punto fuerte de El amanecer de todo se encuentra precisamente en este aspecto, pues nos invita a deshacernos de muchos de los velos que oscurecen nuestra comprensión de la realidad y a plantearnos dudas sobre los relatos oficiales.
El libro, sin embargo, llega también con su propia agenda ideológica, ligada a la obra anterior de Graeber, que nunca ha ocultado su vinculación con el activismo social ni su compromiso político con los postulados teóricos del anarquismo. Así, en el libro prima la reivindicación de la libertad por encima de cualquier otro valor –igualdad incluida–. Una noción de libertad que no es la del liberalismo, sino que implica un relativo rechazo hacia los gobiernos y las leyes en favor de una democracia participativa. Cabe preguntarse hasta qué punto su ideología fuerza determinados hechos para sostener sus argumentos, y si no se les podría acusar de caer en la misma trampa mitológica de la que acusan a otros autores.
A pesar de ello, resulta un ensayo estimulante que enriquece el debate público y nos invita a releer el pasado y a replantearnos el funcionamiento actual de las sociedades.