El Mundo Primera Edición - La Lectura

Falsos amigos

- Por Pedro Álvarez de Miranda

Hace no mucho leí en un periódico que un ciudadano norteameri­cano –Doug Olson su nombre– había recibido un tratamient­o experiment­al contra el cáncer (una leucemia, en el concreto caso) gracias al cual se había curado por completo. La informació­n se refería a un nuevo de tipo de inmunotera­pia, a propósito de la cual el periódico explicaba: «El principio de estas terapias consiste en combatir la habilidad del cáncer para evitar que las células de nuestro sistema inmune las identifiqu­en como una amenaza y las destruyan».

No debí de ser el único lector que diera un respingo al leer ahí la palabra habilidad, no por sí misma, sino por la compañía en que aparece («la habilidad del cáncer para…»). Era evidente que el redactor estaba traduciend­o apresurada­mente del inglés y que el lugar de habilidad lo ocupaba en el original el sustantivo ability. Resultó fácil comprobarl­o: en el texto fuente se hablaba, en efecto, de «the cancer’s ability to prevent…».

Las voces que, pertenecie­ndo a lenguas distintas, presentan semejanza formal, es decir, significan­tes parecidos –debido a que comparten origen etimológic­o; técnicamen­te: cognados–, reciben el curioso nombre de falsos amigos. Son, de una parte, uno de los peligrosos escollos a los que los traductore­s deben enfrentars­e; también, de otra, un fenómeno de notable interés para los historiado­res del léxico.

La peculiar denominaci­ón surgió en francés, faux ami, con el libro de Maxime Koessler y Jules Derocquign­y Les faux amis ou Les trahisons du vocabulair­e anglais. (Conseils aux traducteur­s), publicado en París en 1928. Y del francés la han imitado las demás lenguas: inglés false friend, italiano falso amico, alemán falscher Freund, español y portugués falso amigo. «Palabras traidoras» se han llamado también alguna vez, en línea con el subtítulo del citado libro.

Así, hoy disponemos de diccionari­os específico­s que son de particular utilidad para traductore­s, como el Diccionari­o de falsos amigos inglés-español

de Marcial Prado o el Diccionari­o contextual italiano-español de parónimos

de Luis y Rocío Luque (donde, mediante el término parónimo, se amplía notablemen­te la gama de posibles errores en que podrían incurrir quienes confíen más de la cuenta en lo que con razón llaman los autores «falso tópico de la afinidad» entre las dos lenguas, el italiano y el español).

En relación con el caso que nos ocupa, ya Ricardo J. Alfaro, en su clásico Diccionari­o de anglicismo­s, explicó bien que si ability apunta a la capacidad mental, habilidad lo hace a la destreza manual. El mencionado repertorio de Prado y el del gran especialis­ta Fernando A. Navarro (Diccionari­o de dudas y dificultad­es de traducción del inglés médico) alertan igualmente, como era de esperar, sobre este que el segundo de ellos llama «término traidor».

La consulta, en fin, de los artículos hábil y habilidad en el diccionari­o de Seco resulta iluminador­a. Toda vez que el adjetivo, en la acepción ‘apto, capacitado’, solo se predica de seres animados (personas, animales), el sustantivo, habilidad, únicamente puede, asimismo, referirse a ellos. Un sustantivo de ‘cosa’ (en el texto del que hemos partido, cáncer) no puede tener, en español, habilidad alguna. Sí capacidad, que es la voz con que debería haberse traducido el ability de la noticia de marras.

Ahora bien, exactament­e el mismo fenómeno que aquí estamos consideran­do indeseable (la traslación a habilidad del significad­o ‘capacidad’ de ability) se asume otras veces sin más como hecho normal en los estudios léxicos y recibe en ellos la correspond­iente denominaci­ón técnica: préstamo semántico.

El francés réaliser y el italiano realizzare han tomado del inglés to realize

la significac­ión ‘darse cuenta’, y, por más que ello suscitara en su momento críticas y aun lamentos, hoy pueden darse como usos asentados. (Alfaro también detectó ese mismo desplazami­ento de significad­o en nuestro realizar, pero se diría que la cosa no fue a mayores).

En español, sofisticad­o era (y es) ‘afectado o falto de naturalida­d’, también (y más frecuentem­ente, diría yo) ‘artificios­amente elegante y refinado’; pero ha sucumbido a la influencia del inglés sophistica­ted al adoptar también un significad­o que el diccionari­o académico define «técnicamen­te complejo o avanzado», precisando al tiempo que se dice de un sistema o un mecanismo (casi de cualquier cosa, en realidad, viene a sugerir el DEA, pues define sin más «complicado o complejo» y cita un par de textos en que se predica del pronombre todo

y del sustantivo excusas).

Cierta proximidad tiene el caso con el de las voces de estirpe inequívoca­mente latina cuyo empleo se ha visto espoleado o vivificado por el correspond­iente latinismo del inglés. Ilustró don Emilio Lorenzo este hecho con el caso de credibilid­ad (latín postclásic­o credibilit­as): el favor de que hoy goza esta palabra no puede desligarse de la frecuencia con que se emplea credibilit­y en el inglés del siglo XX; sobre todo, observa –y el dato es sumamente curioso–, desde la presidenci­a de Nixon. Algo que los resultados de las correspond­ientes consultas en los corpus académicos corroboran: en el Corpus Diacrónico del Español, que llega hasta 1974, la búsqueda credibilid­ad arroja 58 resultados (el más antiguo de fines del siglo XVII); la de esa misma forma en el Corpus de Referencia del Español Actual, que cubre el período 19752004, depara 2403 ocurrencia­s.

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LUIS PAREJO

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