El Mundo Primera Edición - La Lectura
Bernardí Roig, una aventura equinoccial
Cuatro espacios (tres en Málaga y uno en Madrid) acogen a la vez las propuestas inquietantes y atrevidas de un artista que no conoce el vértigo
El empeño de Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965) por buscar, hallar o entenderse en el arte, ese reto imposible que recuerda a una banda de Moebius, tiene ahora cuatro escenarios donde muestra sus inquietudes y perplejidades. Tres en Málaga (Museo Casa Natal Picasso, Centre Pompidou y Museo Ruso), donde se plantea su visión de Pablo Picasso, y uno en Madrid (Galería Max Estrella), que es otra guerra. O la misma. Cuatro retos, cuatro abecedarios y un mismo lenguaje.
PREGUNTA. ¿Hacia dónde va en su peregrinaje por el arte?
RESPUESTA. Espero no saberlo nunca. Mientras tanto, como decía Werner Herzog, me gustaría ser un elefante cuando camino y una montaña cuando descanso, o algo así.
P. Hable de los límites del arte.
R. Como dice Pedro A. Cruz Sánchez, el único límite que tiene el arte es el código penal. Lo suscribo completamente.
P. Javier Marías escribía sus novelas con brújula, no con mapa. ¿Cómo se las apaña us
ted, quizá tira de intuición?
R. Mi cabeza es como una caja llena de imágenes amontonadas a punto de ser derramadas. Estoy convencido de que ver es haber visto, pero mirar nunca es suficiente, luego hay que comprender. Debe ser una combinación de intuición y estudio a partes desiguales.
P. En el vídeo ‘Otras manchas en el silencio’ (2011) usted se cosía, pacientemente, la boca. Qué sugería, ¿la imposibilidad del decir, que el decir confunde, que es mejor no hablar?
R. Esa videoperformance fue un recital de silencio para un público anestesiado. Me tuve que coser la boca yo mismo porque no encontré a nadie que lo hiciera por mí. Fue una automutilación que me dejó exhausto. Lo hice porque pensé que debía callarme y que ya no había nada que añadir a lo dicho. Obviamente me equivoqué, ya que no he parado de decir cosas, pero las digo desde otro sitio; desde las cicatrices cauterizadas del silencio que me impuse.
P. No sé si habrá cierto paralelismo de aquello con ese tubo fluorescente que ilumina el suelo/la nada en Max Estrella.
R. Sí, podría estar relacionado. En esta exposición, las luces fluorescentes han pasado de iluminar las paredes a iluminar el suelo, porque los dibujos, al deshollinar los muros, están por los suelos. Y allí es donde quiero anclar al ojo.
Se refiere Bernardí Roig a que en una sala de esta galería hay decenas, centenares de papeles arrugados por el suelo. Son «721 dibujos muy líquidos, urgentes, trazados con tinta negra. Edifican la ‘montaña de los rechazados’». Hay otra zona con los admitidos.
La luz suele estar presente, como obsesión o preocupación, en las propuestas de Roig. A través de tubos fluorescentes (con frecuencia) o en habitaciones oscuras. Él lo razona así: «La luz hace que las cosas se vean; un poco de luz, que se intuyan, como en Georges de La Tour; un exceso de luz te obliga a cerrar los ojos y hace que te veas a ti intentando verlas. Pero sólo son suposiciones».
Y casi simpre la presencia abrumadora del blanco y del negro. Conviviendo u oponiéndose. Él lo achaca a que tiene una cabeza en blanco y negro. Él mismo viste en blanco y negro. Y en blanco y negro plasmó las miradas de un centenar de personalidades de todos los colores. Desde Miguel Zugaza, Manuel Borja-Villel o José Guirao a Enrique Vila-Matas, Alberto García-Alix y Javier Gomá. Todos se enfundaron una camiseta blanca de manga larga donde, con letras negras, se leía POET. Aquella osadía, que tituló Poets (99 Hombres y una mujer barbuda) la expuso en la Galería Max Estrella en junio de 2015.
En esta misma galería hay ahora una cabeza con nariz de ave que gira y gira sobre una peana. «Es el torno de un alfarero», aclara. La cabeza es la del propio Roig sacada de un molde. «El molde de algo es el hueco de algo», razona. El título de la pieza es Y que cada vuelta que da es un golpe del tiempo que certifica nuestro acabamiento. No muy distinto del le
ma que algunos relojes muestran en su esfera: «Todas las horas duelen, la última mata».
Bernardí Roig, que ha expuesto en la Phillips Collection de Washington, en el Palazzo Fortuny de Venecia o en las catedrales de Burgos y Canterbury, sorprende en la galería madrileña con la escultura de un hombre, de tamaño natural, calvo y desnudo de cintura hacia arriba que cuelga boca abajo desde el techo. Sorprende e inquieta. «Esta figura podría ser el doble fantasmático de nuestro yo invertido. Esta exposición, entre otras cosas, busca la desnudez de las paredes y dispone del suelo y del techo para generar ingravidez», sostiene el artista balear.
En esa línea figura la propuesta en el Centre Pompidou Málaga (hasta el 30 de mayo), donde ocupa el cubo de cristal del museo a través de gigantescos bloques de luz de seis metros de alto. En el Museo Ruso de Málaga explora la relación de Picasso con Degas y los Ballets Rusos a través de cuatro bailarinas de bronce cromado suspendidas del techo que giran sobre sí mismas, con algunas de sus piernas inacabadas. «Proyectan sombras y perfiles que se superponen en una lentitud sin música».
Heredero y alumno de Francis Bacon, de Balthus, Giacometti, Rembrandt, Bruce Neuman y Tarkovski, ahora dice que está leyendo a Paul Valéry, Piglia, Vila-Matas y Michel Onfray. P. ¿Qué quiere expresar, angustia, incomunicación?
R. Dibujo porque no lo puedo evitar, de lo contrario me saldría un quiste. En todo caso no quiero comunicar algo, quiero comunicar con alguien, como decía Godard.