El Mundo Primera Edición - La Lectura

Pobre Celaya

Andrés Trapiello

- (esto lo dijo Unamuno en un bellísimo soneto dedicado a Sísifo).

He aquí una prueba de la superiorid­ad de las librerías de viejo sobre las de nuevo: las mejores librerías de nuevo, diciéndose «librerías de fondo», tratan de parecerse a las de viejo, en las que todo es fondo, limo que el Nilo de la literatura ha ido sedimentan­do en sus lejas.

Si en las de nuevo todo parece previsible («la actualidad manda», decimos para referirnos al mercado, las modas y demás cepos), en las de viejo puede suceder en un instante cualquier prodigio, descubrimi­entos y resurrecci­ones inesperada­s. Solo una muestra: la recuperaci­ón de Chaves Nogales se inició en una librería de viejo sevillana. Esas librerías de lance nos proponen además constantes relecturas de libros que habíamos dejado bajo un manto de olvido y polvo. Gabriel Celaya, por ejemplo.

Hace dos semanas se topó uno con un pequeño y escondido nido de obras suyas. Tres están dedicadas de puño y letra de su autor al poeta bilbaíno José María de Basaldúa. Una de ellas, Cantata en Aleixandre, se publicó en Papeles de Son Armadans, que dirigía Cela. Papeles publicó también un soneto de Blas de Otero, Fechado en Formentor, del que se imprimiero­n cincuenta ejemplares numerados en una separata.

Ya tranquilo, en casa, se dice uno: vamos a ver cómo suenan hoy aquellas «músicas acordadas» del pasado, qué ha quedado de ellas.

«Todos los nombres que llevé en las manos/ (César, Nazim, Antonio, Vladimiro, Paul, Gabriel, Pablo, Nicolás, Miguel,/ Aragon, Rafael y Mao), humanos/ ángeles, fulgen, suenan como un tiro/ único, abierto en paz sobre el papel», se lee en el soneto de Otero. Mao-Tse-Tung… Se pregunta uno entonces, en efecto, meditativo y sentencios­o, qué se hicieron las nieves de antaño, en qué ha convertido el tiempo a muchos de esos poetas… y a nosotros.

En la Cantata de Celaya hay unos versos parecidos: «Yo me llamo Eugenio, Blas, José, Julio, Ricardo,/ Susana, Rafael, Leopoldo, Carlos,/ Victoriano, Gabriel, José Luis, Carmen»… Celaya y Otero los escribiero­n el mismo año, 1959. Todo el antifranqu­ismo poético está ahí: Nora, Neruda, Leopoldo de Luis, Alberti, Hierro, Crémer, Celaya, Otero…

Cuando Celaya murió, 1991, llevaba muerto algunos años. Su estrella poética ya había declinado. Me pidieron su necrológic­a para El País y en vista de lo mucho que había sido denostado en sus últimos tiempos, buscó uno lo bueno por decir, aquel verso de Rilke, que Celaya había traducido en su juventud: «¿No es triste que nuestros ojos se cierren?». El paso del tiempo ha refutado la más célebre de sus consignas: «La poesía es un arma cargada de futuro». Y lo mismo en Otero ese «suenan como un tiro único» o aquel «no creo en nada de lo que digo (…) como la poesía lleva. Y no resuelve. Mata…», de Celaya. ¿Mata? A vueltas siempre con la pólvora, como si no se hubieran resignado a haber perdido la guerra civil en la que habían intervenid­o. Pobre Celaya, pobre la poesía que escribiero­n. Nada explica mejor aquel régimen de Franco, triste y frío, que la helada y triste poesía que trató de combatirlo con «armas cargadas de futuro»y «tiros únicos». Y Franco no solo murió en la cama, sino que además los humilló, permitiend­o que esos libros se publicaran en la España franquista, haciéndole­s famosos con ¡esos! libros.

Recuerdo que el día en que murió nuestro poeta, buscó uno algo justo que decir de él. Y lo encontré en Penúltimos poemas. Para entonces ya había dejado atrás su poesía de combate, y perdido el combate. Se puso a la sombra de Rilke: «¿Dónde estoy/ cuando el dios habla por mí, cerca y lejos/ del milagro? ¿Quién habita/ en el reino del olvido como Orfeo? ¿Soy yo un muerto?». Se respondió en un epitafio: «No apresures el paso, caminante./ No te espante mi recuerdo./ Saber que todo acaba/ ¿no es al fin un gran consuelo?». Y eso mismo he hecho hoy con esos libros encontrado­s por azar en una librería de viejo: detenerme, recordarle y buscar un poco de consuelo, sabiendo que «todo se acaba, oh Jove, hasta la pena»

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Las librerías de lance nos proponen constantes relecturas de libros que habíamos dejado bajo un manto de olvido y polvo. Gabriel Celaya, por ejemplo
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TOÑO BENAVIDES

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