El Mundo Primera Edición - La Lectura
Películas para contar una guerra eterna
Desde ‘Éxodo’ (1960) hasta ‘Munich’ (2005), el conflicto entre israelíes y palestinos ha sido una fuente de historias para el cine
Todo empezó con un cuento de hadas, o algo parecido. La primera película sobre la fundación de Israel recreó el periplo del President Warfield, uno de los barcos que habían transportado a parte de los 200.000 supervivientes del Holocausto que intentaban entrar ilegalmente en Palestina en busca de un hogar antes del fin del mandato británico (noviembre de 1947). Y Éxodo, película dirigida por Otto Preminger en 1960, a partir de la novela de Leon Uris, llegó a convertirse en símbolo del nacimiento de una nación pese a que –o, quizá, precisamente porque– era una falacia hollywoodiense. Aquel navío no había logrado su objetivo, como la película pretende: sus pasajeros, al contrario, habían acabado recluidos en barcos-prisión y devueltos a Europa. Como curiosidad, el guionista, Dalton Trumbo, no simpatizaba para nada con la causa judía, que en la película deseaban activamente la partición del territorio y hacían gala de «su voluntad de facilitar soluciones», pero que Trumbo consideraba que «querían quedarse con toda la tierra palestina»..
Salvo inevitables excepciones, el grueso de las producciones cinematográficas que componen una cronología alternativa de estos 75 años de enfrentamiento entre israelíes y palestinos exhibe menos sesgo propagandístico. Y más cautela. Sirva a modo de ejemplo Avanti Popolo (1986), la más importante de las películas sobre la Guerra de los Seis Días, que en 1967 proporcionó a Israel una gran victoria militar: pese a estar financiada con sheqels, ponía el foco en dos soldados egipcios que solo quieren llegar a casa. Y en lugar de tomar partido, se centraba en mostrar el absurdo consustancial a todas las guerras. De manera similar, tuvieron que pasar 17 años desde la guerra del Yom Kipur para que viera la luz su dramatización audiovisual señera, Kippur (2000), relato semiautobiográfico y brutal a cargo del director Amos Gitai que explica sin tapujos por qué aquella contienda sigue traumatizando a la comunidad hebrea.
Ataques terroristas. Solo un año antes de Yom Kipur, en 1972, 11 atletas israelíes fueron secuestrados y asesinados durante la celebración de los Juegos Olímpicos. En Munich (2005), Steven Spielberg rememoró la operación secreta orquestada por el Mossad con el fin de localizar y aniquilar a los responsables de aquel atentado, no solo para poner en evidencia la herida abierta dejada por el Holocausto sino también para demostrar que la paz no se busca oponiendo la guerra sucia al terrorismo.
También la Guerra del Líbano de 1982 ha sido objeto de retratos que enfatizan el sinsentido del conflicto, buena parte de ellos a cargo de cineastas israelíes que habían participado en ella como soldados y usaron el cine como método de exorcismo. En Vals con Bashir (2009), por ejemplo, Ari Folman puso imagen a las pesadillas que llevaban décadas azotándolo sirviéndose de un método de animación perturbadoramente realista; y Samuel Maoz confinó la acción de Líbano (2009) en el
interior de un tanque que se abre paso ciegamente y a lo loco por un paisaje horripilante ante la confusión, la perplejidad y el terror de sus ocupantes.
En 1991, tras la primera Intifada palestina, se sucedieron varios esfuerzos internacionales en pos de la paz. Recientemente, HBO produjo el telefilme Oslo (2021), centrado en el encuentro que tuvo lugar en 1993 en la capital noruega entre Isaac Rabin, Primer Ministro de Israel, y Yaser Arafat, líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). En mayo de 1994 ambos acordaron en El Cairo la puesta en marcha de la autonomía palestina, pero un año después el plan quedó frustrado con el asesinato de Rabin. En Rabin, el último día (2015), Gitai señaló a Benjamin Netanyahu (cabeza del partido conservador Likud) y a las autoridades religiosas como responsables ideológicos del magnicidio, y recordó cuán peligroso es dejar que el fanatismo gobierne nuestras vidas.
La segunda Intifada se desencadenó en 2000 tras la visita a la Explanada de las Mezquitas, lugar sagrado del islam, por parte del líder opositor israelí, Ariel Sharón. La consiguiente ira palestina se tradujo en una campaña de ataques suicidas similares a los que imaginan películas como Paradise Now (2005) y El atentado (2012). La primera es un estudio psicológico de dos amigos empujados más por la presión del entorno que por su propia fe a convertirse en hombresbomba. La segunda, basada en la novela homónima de Yasmina Khadra, observa a un cirujano palestino cuando descubre que su esposa es responsable del asesinato de 17 personas.
También series. Desde entonces, el asesinato de tres adolescentes israelíes en la Franja de Gaza en 2014 provocó la confrontación bélica en el territorio más devastadora en décadas –la miniserie Our boys la recuerda con contundente eficacia. Otra serie, la existosísima Fauda, thriller israelí rodado en hebreo y árabe, aborda con sin maniqueísmo las operaciones antiterroristas de las fuerzas especiales israelíes en Gaza.
El cine, mientras tanto, ha querido ofrecer una visión más conciliadora, ajena al fundamentalismo. El documental Promesas (2001) probó que, cuando son niños, judíos y árabes pueden ser amigos. Y en The Gatekeepers antiguos miembros del servicio secreto israelí afirman que los palestinos son socios necesarios en la búsqueda de una solución.
Aunque abusando de chistes genitales y topicazos culturales, hasta Adam Sandler ha llamado a esa coexistencia pacífica. Puede que su Zohan: licencia para peinar (2008) no sea la película más reflexiva sobre las relaciones entre israelíes y árabes, pero sí es la más profunda sobre el asunto protagonizada por un agente del Mossad reconvertido en peluquero gerontófilo. Algo es algo.