El Mundo Primera Edición - La Lectura

La lucha por escribir la gran novela del siglo XX

Las editoriale­s Bama y Ediciones 98 coinciden en recuperar obras de Elena Quiroga, segunda mujer en entrar en la Academia, cuyas novelas guardan ecos de la mejor prosa de su época

- Por ANNA Mª IGLESIA

«En momentos difíciles escribió cosas que entrañaban riesgo», dijo de ella Carmen Conde. Un riesgo, se podría añadir, al que Elena Quiroga (Santander, 1921- A Coruña, 1995) nunca renunció y que, sin embargo, en un contexto literario no demasiado versado a lo nuevo no fue reconocido como merecía. Prueba de ello es que, todavía hoy, los trabajos académicos sobre su obra son escasos y los más destacados vienen del extranjero.

Es el caso, por ejemplo, de la investigad­ora y traductora Phyllis Zatlin Boring, que en un artículo sobre la influencia de Faulkner en la narrativa de la autora santanderi­na subrayaba que la obra de Quiroga era demasiado compleja para la crítica de su tiempo. Probableme­nte esto explique el olvido en el que cayó, a pesar de los galardones recibidos –desde el Premio Nadal al Rómulo Gallegos– y de ser la segunda mujer en entrar en la RAE.

«Dentro de una familia, muchas veces los padres no saben cómo son sus propios hijos», afirmaba Quiroga en 1983, un año antes de entrar en la Academia, siguiendo los pasos de Carmen Conde. Sus palabras, sólo sutilmente acusadoras, dejan entrever cuán consciente era del lugar al que estaba siendo relegada dentro de un canon que terminaría por no contar con ella.

En 2011 comenzaron a cambiar las cosas: ese año, la Biblioteca Castro, dirigida por Darío Villanueva, uno de los principale­s expertos en Quiroga, incluyó su obra en su colección de clásicos. Dos años más tarde, Cátedra reeditó La enferma. Ahora son dos editoriale­s las que vuelven a apostar por esta autora que, al quedarse huérfana siendo una niña, dejaría su Santander natal para trasladars­e a Galicia, cuyo paisaje y territorio se convertirí­a en protagonis­ta de sus novelas.

Por un lado, Bamba editorial recupera Tristura; por el otro, Ediciones 98 rescata Presente profundo. Se trata de dos títulos esenciales en la trayectori­a de Quiroga. Tristura representa un acercamien­to a la prosa autobiográ­fica y a la novela de formación en cuanto nos presenta a Tadea, una niña huérfana como la autora, que, al morir su madre, se traslada a vivir a casa de sus tíos, un ambiente sofocante, gris, lleno de restriccio­nes y de silencio reflejo de esa España de posguerra. La tristeza define la experienci­a de Tadea, cuyos pasos la autora retomará, cinco años después, en Escribo tu nombre.

Presente profundo nos narra la vida de dos mujeres, Daría, una panadera gallega, y Blanca, una joven afincada en Madrid, unidas por la trágica decisión de quitarse la vida. El hallazgo del cadáver de la panadera despierta en el médico rural, Rubén, el recuerdo de esa joven mujer a la que amó en Madrid y el deseo de indagar sobre las vidas de estas dos. Esta indagación le lleva a cuestionar los principios médicos sobre los que se sustentaba el suicidio, entendido como un mal que acechaba a las mujeres, seres inestables, proclives a la histeria o la locura. «Pensaba, hace siete años, que el suicidio era la derivación de una mente extraviada, el esguince final de un ánima enferma», reconoce Rubén, a través del cual Quiroga no sólo denuncia la patologiza­ción de la mujer, convertida en un ser necesitado de tutelaje, sino que convierte el suicidio en un gesto de libertad. Esas dos mujeres decidieron quitarse la vida y lo hicieron con esa misma conscienci­a con la que Liberata, la protagonis­ta de La enferma, decide autoimpone­rse el silencio.

El caso de Tadea es completame­nte distinto: a ella, el silencio se le impone como se imponía en ese tiempo de represión. Más allá del sustrato biográfico, la vida de Tadea es metáfora de la España de entonces, una metáfora que volvemos a encontrar en muchas otras de sus novelas, en las que la autora enfrenta el ahogamient­o y las prohibicio­nes impuestas a la búsqueda constante de libertad. De ahí que el silencio sea a la vez imposición y libre decisión y que el suicidio sea el único y desesperad­o gesto de libertad.

A Cunqueiro lo consideró siempre un maestro. A los nombres de Laforet y de Matute fue unida sobre todo tras publicar Tristura, pues Tadea evocaba a Andrea, pero también a Matia, a Borja y a Manuel. Al nombre de Martín Gaite la unió que en Fragmentos de interior la escritora salmantina abordaba el suicidio, tema que también acerca a Quiroga a otras autoras como Alfonsina Storni, Gertrudis Gómez de Avellaneda o Rosalía de Castro. Y, a estos nombres, hay que añadir también a Virginia Woolf, sobre todo por Las olas, pues su uso del tiempo y la exploració­n del inconscien­te a través del monólogo interior y el estilo indirecto hermanan a Quiroga con estos grandes que reinventar­on la novela del siglo XX.

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