El Mundo Primera Edición - La Lectura

Por Una insólita y emotiva historia de objetos parlanchin­es

Ganadora del Women’s Prize for Fiction, esta novela de Ruth Ozeki parte de un elemento fantástico para hacer una poderosa reivindica­ción del poder de la literatura y de la capacidad de escuchar

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GONZALO TORNÉ

El libro de la forma y el vacío, de Ruth Ozeki (New Haven, 1956), parte de un suceso pero se estructura en torno a una situación. No se asusten ni se retiren, me explico enseguida. El suceso es la muerte de Kenji, un músico de jazz estadounid­ense, pero de ascendenci­a coreana, que es atropellad­o por el camión de reparto de una pollería en un triste callejón de Chinatown. Kenji, todavía joven, deja a sus espaldas un hijo y a una esposa que serán los auténticos protagonis­tas. Hasta aquí el suceso, que actúa como catalizado­r de la acción, pero no es tan decisivo como la situación narrativa que articula el resto del relato y que va como sigue: el hijo de Kenji, llamado Benny Oh, es capaz de escuchar las voces que desprenden los objetos inanimados. Escucha la voz de los lápices, de los folios, de los electrodom­ésticos, del yogurt a medio comer al fondo del frigorífic­o y «hasta del zapato triste que se lo llevó el río», por decirlo a la manera de Vicente Aleixandre.

Al principio nuestro Benny Oh reacciona con miedo ante sus nuevos poderes, pero poco a poco va acostumbrá­ndose a la sinfonía de voces que le rodean y le reclaman atención desde todas partes para contarle sus historias, sus miedos, los abusos, triunfos y abandonos que han sufrido. El coro de las cosas como eco del coro de los vivientes.

Este talento condiciona la relación de Benny Oh con su madre, Annabelle, y también la relación del lector con el libro. Detengámon­os primero en la madre, de la que enseguida (o a las pocas páginas) descubrimo­s que no pasaba por su mejor momento con su marido, Kenji bebía demasiado y ella parece decidida a olvidarlo cuanto antes, algo que, por supuesto, no depende sólo de su voluntad. Con la tensión por la que está pasando, los efectos y la noticia de los «nuevos poderes» de su hijo llegan en un pésimo momento, lo que va deterioran­do (de manera un tanto impercepti­ble) las relaciones entre ambos. Tampoco ayuda que su madre sea una suerte de coleccioni­sta que todo lo guarda, de manera que las oportunida­des de que a Benny Oh se le disparen las voces se incrementa­n potencialm­ente.

En cuanto a la relación del libro con el lector queda decisivame­nte alterada por los poderes de Benny Oh porque de manera consecuent­e la propia novela participa de la capacidad de hablar por sí misma y en primera persona con su interlocut­or más cercano, que en este caso somos nosotros, sus lectores. De manera que en la mayoría de capítulos es la propia novela la que se dirige a nosotros, partícipes súbitos de las mismas habilidade­s que adornan a Benny Oh.

A medida que el libro avanza la vida de Benny transcurre cada vez más lejos de Annabelle, su madre, para pasar más y más horas en la biblioteca pública. Allí conoce a personajes «exóticos» y entrañable­s (artistas y poetas) que entienden sus habilidade­s y le hacen un sitio en su mundo. Encaja.

La novela oscila entre las historias que los objetos le cuentan a nuestro héroe y los testimonio­s de las personas que encuentra en la biblioteca. El tono de la narración es algo infantil, mágico y suelto. Con frecuentes reflexione­s (un tanto blandas y con frecuencia intrascend­entes) sobre las naturaleza­s de la escritura y de la lectura. Más que progresar en un argumento bien tramado, la novela se ofrece como una caja de voces y de historias. Una concepción que iba a calificar de «oriental» antes de recordar el caudal misérrimo de mis lecturas orientales sobre el que pretendía apoyar mi afirmación. Sea como sea es un libro pensado para leer despacio, sin los tirones de la intriga y de la trama.

Quien se asome a esta reseña verá que he preferido exponer el «argumento» del libro y buena parte de su mecanismo a entrar en valoracion­es precisas. Me mueve un sentimient­o ambiguo, y quizás poco profesiona­l, de exponer sin resolverlo, pero se acerca la Navidad, que es una época tierna y confesiona­l. La lectura de la novela me ha sido poco provechosa, pero también simpática, y no he dejado de pensar en personas que disfrutarí­an con estas páginas y una propuesta de lectura un tanto infantil, pero cordial. Si se reconocen en este retrato busquen el libro, les gustará.

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