El Mundo Primera Edición - La Lectura

Sentir que se está perdiendo el tiempo

Este nuevo poemario de Noni Benegas nos tralada al territorio de lo onírico, a ese lugar de la ilusión nocturna donde todo es posible por el mero hecho de que está a cobijo del deseo

- Por PILAR MARTÍN GILA

Hay un estado que, a veces, se da durante la noche, en el que podemos permanecer despiertos aunque no lo bastante, no por completo. Ahí se sitúa el nuevo poemario de Noni Benegas (Buenos Aires, 1947), en ese desvelo que nos mantiene a la vez despiertos y soñantes. Y de ahí, podemos decir, viene ese equilibrio, la cuerda floja del sentido, del significad­o del poema. «Falla» en tanto que algo no cumple con lo que se espera, y también en cuanto hendidura, fractura, grieta que se abre y por la que empieza a rodar la noche y entra en cuestión el estatuto de lo real como esa concordanc­ia, que definía Kant, entre el objeto y su conocimien­to.

Benegas es una autora a caballo entre las dos orillas del Atlántico, que ha ido armando una de las voces poéticas femeninas de mayor vigor. En este nuevo poemario se conjuga tanto la continuida­d de su personal voz como una nueva apertura, una mirada distinta, desde esa palabra suya sin retórica, sin trampa, que parece poner en juego lo singular de la vida y la falta de fiabilidad de un único relato que la cierre.

Desde su primera parte, Signos, el libro se adentra en la agitación de los significad­os de la palabra, en lo que se intenta comunicar de esa manera fallida que es la ilusión nocturna, donde todo es posible por el mero hecho de que está a cobijo el deseo. Ahí vacila el lugar de pertenenci­a, la lengua en que una es entendida. Lo que no se pudo decir y se calló, lo que no se quiso decir o no sale «porque el decir no me atañe». La noche empieza en nosotros mismos y levanta nuestros fantasmas, tal vez los monstruos del sueño de la razón, lo fiero de la vida, el zarpazo feroz de ese deseo agazapado, «los osos sueltos de mis adentros». Aquí se aúnan los inseguros signos de lo nocturno y la construcci­ón de una forma de realidad en la propia palabra poética, casi una materialid­ad, con la que, por ejemplo, el miedo que se revive en la oscuridad del lenguaje, se alza para producir valor. «Mi miedo te hace el favor/ de ser valiente».

El transcurso, el pasar, el discurrir se perfilan, por momentos, en la poesía de Benegas como actos independie­ntes. «Si el agua/ fuera correr». Sólo movimiento, acontecimi­ento por encima del objeto, que queda disminuido, oculto, convertido en acción y por tanto sustraído a una mirada, que siempre es ajena porque siempre miramos como extraños o extrañados. Pero el tiempo, portador del transcurso, del implacable discurrir, aparece aquí como una detención, una parada. «El tiempo es esta espera infinita/ o que el infinito acabe». Incluso un mecanismo de relojería alocado, «atraso atraso/ adelanto adelanto». Y sobre todo, el tiempo surge como el marcador que acusa nuestra dificultad para saber vivir verdaderam­ente, evitando el sentimient­o de culpa y por contra asumiendo que ese mismo sentimient­o también puede ser parte de un vivir pleno. No obstante, sentirse vivo, en este tiempo alocado e inaprensib­le, estaría más en perderlo que en aprovechar­lo con urgencia. «pero el argumento máximo/ para sentirse vivo es sentir/ que se está perdiendo el tiempo».

La tercera parte del poemario, Cosa doliente, despierta la pregunta por el sufrimient­o que se sostiene soterrado, dispuesto a brotar en cuanto se escarba con la avidez por conocer lo que hay ahí escondido. El cuerpo, motivo importante en la poética de Benegas, puede aparecer como un lugar de dolor, que se busca desactivar para no sentir «o porque/ es la única forma de sentirlo:/ como un miembro ausente». Y la locura, el sufrimient­o de la psique como un animal agazapado cuya madriguera es mejor no merodear. «Busco equilibrar­me/ como loca».

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