El Mundo Primera Edición - La Lectura

La hidra fílmica de Albert Serra: 101 horas imposibles

Magistral en pequeñas dosis y exasperant­e en su totalidad, la película ‘Los tres cerditos’ se proyecta por primera vez en España como una instalació­n artística, diez años después de su rodaje en la Documenta 13

- Por JAVIER BLÁNQUEZ

Los tres cerditos (2012), de Albert Serra, es técnicamen­te una película, y demanda ser vista en una sala de cine. Hasta aquí la lógica es implacable, porque se trata de un trabajo lineal, con un desarrollo preestable­cido, un comienzo definido y un final cerrado. Pero las propias caracterís­ticas de la obra de Serra imposibili­tan que pueda exhibirse de la manera habitual, ya que en su totalidad supera las 101 horas y todas las adversidad­es posibles –logísticas, económicas, y por supuesto biológicas– impiden que se pueda ver entera, al menos de un tirón.

Ante esa paradoja –una película que no puede verse como se debe ver el cine–, Serra ha encontrado la solución: transforma­r Los tres cerditos en una instalació­n, desviar su taxonomía hacia el videoarte, y trasladar su exhibición a un museo. El público curioso y/o despistado, y también la pequeña pero fiel facción de fans de Serra que sabían de la existencia de esta película desde hacía una década y no habían podido tener acceso a ella, podrán acercarse a la obra en la Fábrica de Creación Fabra i Coats.

Cine teórico. El proyecto fue originalme­nte un encargo de la Documenta 13, la feria de arte contemporá­neo de Kassel. Allí, Albert Serra y su equipo de Andergraun Films se afincaron durante los 100 días que duraba el certamen para crear una película en tiempo real: cada jornada se rodaba una hora que, al día siguiente, se proyectaba, de modo que completar el visionado implicaba reservar una franja de tiempo diaria durante tres meses.

En 2013 hubo otra proyección en el Centre Pompidou de París, a razón de 10 horas diarias durante un mes, otro claro obstáculo para acceder a la obra en su integridad pero que, curiosamen­te, situaba Los tres cerditos en un estadio cinematogr­áfico primitivo, como cuando, en la década de 1910, Louis Feuillade triunfaba con los seriales de Fantômas o Les vampires. Sin ser un cine práctico, lo de Serra es, cuanto menos, un impecable cine teórico. Para completar el tiempo de metra

je, la solución fue dramatizar tres libros de entrevista­s de tres figuras capitales, polémicas y absorbente­s de la historia y la cultura alemana: Johann Wolfgang Goethe, Adolf Hitler y Rainer Werner Fassbinder. Un hecho azaroso ayudó a definir estas opciones: los títulos selecciona­dos –las Conversaci­ones con Goethe de Johann Peter Eckermann, Las conversaci­ones privadas de Hitler, que técnicamen­te son monólogos, y Fassbinder por Fassbinder, la colección de entrevista­s editada por Robert Fischer– tenían una extensión parecida, y daban para unas 30 horas de rodaje cada uno. Fiel a sus principios, Serra eligió actores no profesiona­les que, caracteriz­ados como los protagonis­tas, se dedicaron a leer fielmente página tras página.

Triángulo azaroso. Cuando se entra en Fabra i Coats y se accede a la sala de Los tres cerditos, lo que nos encontramo­s es un espacio inmenso, oscuro, en el que tres pantallas emiten la película en puntos de visionado opuestos, formando un triángulo. Es decir, en cada punto se puede ver la obra completa si se tiene la constancia y la paciencia de ir a diario, estar todas las horas de apertura y no moverse del mismo lugar –para ello se han habilitado cómodos sofás–, y una vez termina, vuelve a empezar. Aunque la manera más natural de moverse por la instalació­n es, realmente, dando vueltas por el espacio, capturando instantes aquí y allá, dejando que sea el azar el que determine si escuchamos a Hitler hablando del logro imperial de Bismarck, a Goethe disertando sobre el color, o a Fassbinder reflexiona­ndo sobre la muerte.

En la presentaci­ón de la instalació­n, Albert Serra reflexionó sobre la naturaleza de Los tres cerditos. Indicó que el futuro lógico para una película de estas caracterís­ticas sería, evidenteme­nte, el streaming: que algún día pudiera aparecer en una plataforma –gratuita o de pago– y que, quien quisiera verla entera, tuviera la opción de ir deteniendo la reproducci­ón, como hacemos al ver series. Pero, de manera más audaz, teorizó sobre el cine como una extensión de la pintura: de la misma manera en que un cuadro existe en un museo aunque nadie lo mire, o el museo esté cerrado, él propone Los tres cerditos como una posibilida­d de cine que se proyecta sin público, y que no necesita de su observació­n para existir.

Técnicamen­te, el cine –como la música– exige de una reciprocid­ad en la mirada o la escucha, a diferencia de un edificio o una escultura. Pero si existe música en vivo sin público –como la interpreta­ción de la pieza para órgano As slow as possible de John Cage, que se tocará de manera mecánica durante 600 años en una iglesia de Halberstad­t–, también puede existir un cine infinito sin espectador­es. La propuesta de Los tres cerditos es tan aberrante como implacable­mente lógica; tan impractica­ble como atractiva en su teoría, al menos hasta que aparezca íntegra en YouTube.

30 horas de monólogo de Hitler.

La película, además, tiene un punto profundame­nte provocador. Exponerse a cualquiera de sus segmentos implica enfrentars­e ante la posibilida­d de que a uno le invada el tedio: 30 horas de monólogo de Hitler –interpreta­do por un actor joven con un bigote postizo aparatoso, que más parece que sea Chaplin en El gran dictador– pueden funcionar en libro en las tiradas de lectura habituales, pero en la película genera una sensación de monotonía deliberada­mente buscada. A la vez, el fraseo de los actores, y la composició­n bella de los planos, hacen que un momento al azar de Los tres cerditos sea algo hipnótico y seductor.

Esta es otra de las paradojas del film: en pequeñas dosis es magistral, en su totalidad es (o debe ser) un monstruo exasperant­e. Que es en lo que siempre ha brillado Albert Serra: en proponer un cine que desafía las ideas preconcebi­das, que obliga al espectador a reconocer sus contradicc­iones y a pensar en una idea más pura, más artística, del medio. Quizá, por ello, estar en un museo, y ser exhibido como videoarte, es la mejor solución para esa hidra fílmica que es Los tres cerditos.

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 ?? ?? FOTOGRAMAS DE ‘LOS TRES CERDITOS’ CON SUS TRES PROTAGONIT­AS: FASSBINDER, HITLER Y GOETHE .
FOTOGRAMAS DE ‘LOS TRES CERDITOS’ CON SUS TRES PROTAGONIT­AS: FASSBINDER, HITLER Y GOETHE .
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