El Mundo Primera Edición - La Lectura
‘GEISHAS’ Y SAMURÁIS, BELLEZA Y EROTISMO
Una exposición en Barcelona explora la fascinación por Japón a través de 200 piezas de colecciones privadas que no se habían mostrado nunca al público
S«Sin las ‘geishas’ no entenderíamos Japón. Encarnan la delicadeza, la belleza y la sutileza. Lo subliman todo»
i os adentráis en el camino inexplorado, al final aparecerán infinitos secretos». Es una sentencia del Bushido, el camino del samurái, el código que define los principios y el comportamiento de los guerreros japoneses. Como si fuese una máxima de filosofía taoísta, la frase sirve de guía para adentrarse en la complejidad del arte y la cultura japonesa, que ya fascinó a los artistas del siglo XIX, especialmente a los impresionistas, pero sobre todo a Van Gogh y a Picasso. «Envidio la extremada limpieza que tienen todas las cosas en los japoneses», escribió Van Gogh en sus cartas a su hermano Theo. «Nunca es aburrido y jamás parece haber sido hecho apresuradamente. Su trabajo es tan sencillo como respirar, y pueden hacer una figura con algunos trazos seguros, con la misma facilidad que si estuvieran abrochándose el chaleco», continuaba el holandés. La exposición Geisha/Samurái. Memorias de Japón, que ocupa las dos plantas del Palau Martorell, se recorre como ese camino inexplorado lleno de secretos infinitos, que resulta tan fácil de transitar como el hecho de respirar, que diría Van Gogh.
«Japón no deja indiferente a nadie. En toda España existe un gran interés por la cultura nipona, especialmente en Madrid y Barcelona», destaca el comisario Ferran López Alagarda, presidente de la Federación Española de Anticuarios, coleccionista y experto en japonismo.
«Gracias a la puerta de entrada que supone el manga, las generaciones más jóvenes se interesan por toda la tradición japonesa, que aún marca a toda la sociedad con ese equilibrio ancestral entre naturaleza y espíritu», añade.
El anticuario ha concebido la exposición con 200 piezas de colecciones privadas, sobre todo nacionales. «Práctica-mente el 95% de las obras no se habían mostrado nunca al público», señala.
Nada más entrar en el palacete neoclásico una pared cubierta con la mítica gran ola de Hokusai parece engullir el grabado original, en un efecto teatral que continúa en todas las salas. En el claustro de columnas se despliega toda una galería de ukiyo-e que, simplemente, es maravillosa: las estampas cobran todo el significado de la palabra en japonés, pinturas del mundo flotante. Y entre ellas se descubre un arte casi secreto, el de los kuchi-e (literalmente, boca de imagen), ilustraciones sobre bambú que servían para los frontispicios de libros o revistas y que «son muy difíciles de localizar», dice López Alagarda.
Una cortesana que ofrece una hoja verde a un gorrión bajo las hojas de un sauce, una joven pensativa bajo la luna llena, una chica que mira hacia el bosque con melancolía... Cada imagen parece el reflejo de un haiku, con la brevedad e intensidad de sus versos.
Con una iluminación de semipenumbra y entre terciopelo carmesí, el Palau se ha transformado en la alcoba de una geisha: aquí están sus refinados peines, sus obi que atan cual faja ancha sobre el kimono, sus abanicos y ricas sedas... Dos kimonos ceremoniales bordados a mano, uno blanco y otro negro, se enfrentan de pared a pared, como un armario que conjura la dualidad del ying y del yang. «Sin las geishas no entenderíamos Japón. Encarnan la delicadeza, la belleza y la sutileza. No son simplemente mujeres, muestran todos sus potenciales interiores y exteriores y los comparten con la sociedad. Subliman todo lo que llevan. Aquí muestran su belleza y sus objetos cotidianos, que son obras de arte», considera López Alagarda.
Tampoco entenderíamos Japón sin los samuráis. Tras subir la escalera de mármol se despliega el cuartel de los guerreros, con sus armaduras, katanas, yaris (lanzas de mango largo) o wakizashis (sables cortos). En un salón casi a oscuras, un círculo rojo que remite al sol naciente de la bandera nipona se ilumina para enmarcar una armadura que parece tener vida propia. «El samurái es símbolo de la lealtad. Ese concepto ha traspasado el ADN de las diferentes generaciones hasta hoy. Es algo que aún vemos en la corrección y la educación de los japoneses. No llevan el traje de samurái pero lo son en su esencia, en su forma de relacionarse, en el respeto...», compara el comisario.
Tras recorrer la senda samurái, quedan otros dos secretos por descubrir. El primero: la exquisita colección de
netsukes de marfil, miniaturas de tres a 15 centímetros que servían para sujetar bolsas o cajitas al kimono ante su falta de bolsillos. «El netsuke es el gran desconocido pero a la vez la pieza más coleccionada en el mundo.
Permite el acceso de todas las clases sociales, porque se puede adquirir desde un trozo de madera tallada hasta una esculturita de marfil. Hay una gran demanda en Occidente», apunta el anticuario. Al final de la exposición, un cartel advierte: ¡Aviso! Imágenes eróticas explícitas. Con la misma delicadeza de los ukiyo-e se se despliega toda una colección de shungas, estampas eróticas que sorprenden por lo explícito de los genitales, tanto femeninos como masculinos (estos destacan por su gran tamaño, nada que ver con la escueta forma de la escultura grecorromana o del Renacimiento). «El shunga es la máxima expresión del erotismo de Japón», resalta López Alagarda. Un erotismo en el que el placer de la mujer se hace de lo más evidente, representándose de una forma muy diferente a la tradición occidental. Picasso llegó a atesorar más de medio centenar de shungas, sentía predilección por las escenas de cortesanas de Yoshiwara, el barrio de los burdeles, que luego reinterpretaba a su estilo. Sus estampas japonesas siempre le acompañaron en sus múltiples mudanzas. Hace más de un siglo que las memorias de Japón también explican el arte europeo.
Y la fascinación por sus secretos no deja de aumentar. N
GEISHA/SAMURÁI. MEMORIAS DE JAPÓN