‘La Dolores’ canta los 100 años sin Bretón
Tras el éxito de ‘La verbena de la Paloma’, el Bizet salmantino elevó la ópera española a los altares con ‘La Dolores’, que regresa al Teatro de la Zarzuela con motivo del centenario de la muerte del compositor
Entre el 27 de enero y el 12 de febrero, el Teatro de la Zarzuela ofrecerá trece funciones de La Dolores, una ópera que fue estrenada en la misma sala en 1895 y que desde entonces quedó como símbolo de lo mejor de la ópera española. Su compositor, Tomás Bretón, del que conmemoramos este 2023 el centenario de su fallecimiento, un año antes había dado a conocer su Verbena de la Paloma en el Teatro Apolo. Sin embargo, con este drama lírico consiguió que por un momento todos olvidasen a «una morena y una rubia» para enamorarse de esa baturra cuya honra quedaba manchada por la copla popular: «Si vas a Calatayud/ pregunta por la Dolores,/ que es una chica muy guapa/ y amiga de hacer favores».
Un dramón verista. La responsable de poner en escena esta ópera será la directora Amelia Ochandiano asistida a la batuta por Guillermo García Calvo. En los dos repartos, nombres importantes como los de Saioa Hernández, Carmen Solís, Jorge de León, Gerardo Bullón o Rubén Amoretti.
En 1893, a los pocos meses de estrenarse el drama La Dolo
res de José Feliú y Codina, el incorregible Clarín declaraba: «A ratos parece aquello Cavalleria rusticana sin orquesta y sin cantantes». Después del exitazo internacional de la ópera de Mascagni, este dramón de ambientación rural, deudor de la moda verista, parecía reclamar música. En La Vanguardia se escribió después del estreno: «Desde que empieza la obra […] echamos de menos al desventurado Bizet», preguntándose si alguno «de nuestros actuales compositores hubiera podido encargarse de escribir música».
Ese músico no tardó en llegar y para sorpresa de todos fue Tomás Bretón, un autor que hasta entonces se había centrado en la composición de música sinfónica, camerística, algunas zarzuelas sin trascendencia y operones de corte post-meyerbeeriano, en la estela de Aida o La Gioconda. Sin embargo, para poder ser estrenadas por las compañías del Real y del Liceu respectivamente, Los amantes de Teruel (1889) y Garín (1892) hubieron de traducirse al italiano, lo que nos da una idea de las dificultades empresariales de la ópera cantada en castellano durante la Restauración.
Para la adaptación operística de La Dolores, Bretón comprendía que su verdadero público no había de encontrarse ni en Las Ramblas ni en la Plaza de Oriente. Fue en la Zarzuela donde finalmente la dio a conocer ya como drama lírico, enfrentándose a la resaca del estreno reciente de una de las mejores zarzuelas melodramáticas de Ruperto Chapí, Mujer y reina, sobre la vida de María Estuardo. La Escocia del siglo XVI, en cualquier caso, dejó espacio al Calatayud donde trabajaba esa maña acosada por una manada de hombres: el rico del pueblo, un sargento andaluz, un matón pendenciero y ¡hasta un seminarista!
En la Zarzuela se trataba de comprobar si
Clarín habían acertado con su premonición y si la tan traída y llevada Dolores daba para una buena ópera.
Bretón, con ‘b’ de Bizet.
Durante el estreno del 16 de marzo de 1895, el público, entusiasmado, obligó a repetir varios números de la partitura. Hasta el gacetillero de El Día escribió: «Creemos que no haya resonado nunca en el teatro de la calle de Jovellanos tantos y tan grandes aplausos como se oyeron anoche. […] Hubo momentos en que los gritos de entusiasmo impedían oír la música, cosa pocas veces vista en obras lírico-dramáticas».
La comparación con Carmen estaba servida. La popularísima ópera de Bizet se había estrenado en Madrid diez años antes, aunque para la intelectualidad de esos años simbolizaba los peores tópicos sobre lo español a ojos de los franceses: la cigarrera acosada por un militar y un torero, el asesinato, la superstición, la beatería ñoña, ¡toreros desfilando por la calle en traje de luces…! Frente a todo ello, Bretón entendió las posibilidades del drama original para reescribir una historia no muy alejada de la violencia pornográfica de la ópera de Bizet. Su mesonera, mujer trabajadora también, se enfrenta a su fatal destino enamorada de un seminarista que no duda en lanzarse al ruedo al quite del fanfarrón o de asesinar al valiente del pueblo. La escena de la corrida, con la banda fuera de escena, el coro militar de los chiquillos o la imponente evocación religiosa en el rezo del rosario nos hablan a las claras de esa relación intertextual entre ambas óperas. Una vez más, el Teatro de la Zarzuela sale en Madrid al quite del Real, que en este centenario olvida a uno de nuestros operistas más sugerentes. Después de las versiones en concierto en la Zarzuela de Farinelli y Tabaré (dos óperas de resultados desiguales), llega el turno de La Dolores. Ojalá que no tardemos en ver recuperadas verdaderas joyas de Bretón como sus piezas de género chico Al fin se casa la Nieves, Botín de guerra o El guardia de corps. Junto a La verbena de la Paloma, representan una de las épocas más felices del teatro musical popular creado en España.