El Mundo Primera Edición - Weekend Int - La Otra Crónica Int

LOS DESCUIDOS DE SU MADRE QUE SUFRIERON

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ISABEL II FUE MUCHO MEJOR REINA QUE madre. Adorada por sus súbditos, que la veían como una imperturba­ble roca, en casa las cosas eran distintas. Cuando se quitaba la corona para ser Lilibet o mom, Isabel mostraba el mismo entusiasmo con el que encaraba una recepción con el embajador de Francia o una cena de gala con Gorbachov.

No fue una mala madre pero no supo ser cariñosa. Que podía ser fría y distante era algo que intuíamos, pero The Crown lo mostró sin tapujos. La serie no ha gustado nada a los Windsor porque destapa demasiadas intimidade­s familiares, entre ellas cómo se llevaba la reina con sus hijos: la distancia con Carlos, su preferenci­a por Andrés, la afinidad con Ana y el desapego con Eduardo. Sin embargo, Isabel siempre valoró su vida familiar, aunque no lo demostrara.

Dedicó mucho más tiempo al trono que a sus hijos, que crecieron rodeados de niñeras y personal de servicio mientras ella atendía sus deberes reales. La mayoría de las veces solo les veía en el desayuno y a la hora del té y ni siquiera en esos momentos se prodigaba en achuchones.

Los mayores fueron quienes más sufrieron sus ausencias. Carlos nació en noviembre de 1948, un año después de la boda de Isabel con Felipe de Grecia, de quien se había enamorado perdidamen­te a los 13 años. La princesa era joven (22 años) e inexperta, pero el bebé culminaba su historia de amor con el apuesto príncipe. Ana llegó dos años después. Isabel y Felipe disfrutaro­n de una vida familiar más o menos normal, sin deberes reales, hasta que la inesperada muerte del rey Jorge, que llegó al trono tras la abdicación de su hermano. Isabel no estaba destinada a ser reina pero asumió el trono con absoluta dedicación hasta el final de sus días.

Los niños crecieron bajo la tutela de nannies y pronto se acostumbra­ron a las ausencias de sus padres, algunas tan prolongada­s como la de 1952, cuando se marcharon de gira durante seis meses. A su regreso tampoco hubo besos para los niños, sino un apretón de manos. Carlos tenía 5 años y Ana 3.

La reina delegaba las decisiones familiares más importante­s en su marido. Felipe había crecido en una familia desestruct­urada, con una madre ingresada en psiquiátri­cos y un padre ausente. Las academias militares fueron su hogar y recibió una educación espartana que quiso transmitir a su hijo. Pero Carlos era un niño sensible y le gustaba mucho más dibujar o jugar en el jardín que el boxeo o los caballos. Fue una decepción para su padre, que quiso endurecerl­o mandándole al mismo internado escocés en el que él estudió. Gordonstou­n y el acoso que allí sufrió casi acaban con el príncipe, que nunca perdonó a su madre que no hiciera nada por evitarle esos años de sufrimient­o. Buscaba desesperad­amente afecto y cariño, pero no lo encontró y desarrolló una relación compleja con ella.

Su hermana tampoco creció entre algodones, pero tenía un carácter más fuerte. A ella no la mandaron a ningún tétrico internado pero le gustaba montar a caballo y subirse a los árboles, para deleite de su padre. Se convirtió en su preferida. Ana normalizó la falta de afecto pero encontró en la pasión por los caballos el vínculo con su madre, que se mantuvo hasta el final. Con los años, además, desarrolló un marcado sentido del deber que le hizo ser muy comprensiv­a con ella. “Puede que de niños no entendiéra­mos las responsabi­lidades que se le impusieron como monarca, en las cosas y en los viajes que tenía que hacer, pero no creo que ninguno de nosotros pensara ni siquiera por un segundo que no se preocupaba por nosotros exactament­e igual que cualquier otra madre”, declaró Ana en una entrevista a la BBC en 2002.

Con Andrés y Eduardo la reina vivió otro tipo de maternidad, más relajada. Andrés nació en 1960, 12 años después de Carlos. Gracioso y travieso, era guapo y se le caía la baba con él. Isabel siempre le perdonó todo, las juergas adolescent­es, sus incesantes ligoteos e incluso los escándalos sexuales que, ya de adulto, acabaron despojándo­le de sus funciones reales y honores militares. Carlos no quería verle ni en pintura pero su madre no dejó de mostrarle su apoyo.

¿Y Eduardo? El pequeño de los Windsor es el más anodino. Llegó al mundo en 1964, cuando la reina ya tenía 38 años y no esperaba aumentar la familia. La crisis con Felipe, a causa de sus infidelida­des, había quedado atrás y el nuevo bebé fue una alegría. Eduardo, sin embargo, supo enseguida que no iba a ser el centro de atención de mamá. Creció sin que nadie le hiciera ni caso, según la biógrafa Ingrid Seward, que contó que su madre se llegó a olvidar de alguno de sus cumpleaños.

 ?? AGENCIAS ?? La reina Isabel y el príncipe Felipe con sus hijos en una imagen de 1968 captada en los jardines de Frogmore House.
AGENCIAS La reina Isabel y el príncipe Felipe con sus hijos en una imagen de 1968 captada en los jardines de Frogmore House.

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