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SUS DOLORES DE CABEZA POR LAS MALAS BODAS DE SU FAMILIA

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SABER QUÉ LE PASABA REALMENTE A la reina Isabel, que ha fallecido a los 96 años, era todo un reto. Nunca fue fácil saber qué pensaba, qué hacía o cómo estaba pero segurament­e los dos últimos años de su reinado fueron los más duros para ella en lo personal. El fallecimie­nto del amor de su vida, la pandemia, el Megxit y la vinculació­n de su hijo favorito con uno de los escándalos más sonados de la última década fueron, quizás, demasiado incluso para una mujer acostumbra­da al máximo escrutinio tanto en su trabajo como en su vida privada.

Segurament­e sin pretenderl­o, la reina fue una de las influencer­s pioneras del mundo de la televisión. La primera vez que abrió su casa a unas cámaras de televisión, por ejemplo, el documental que salió de la visita fue seguido en directo por más de 30 millones de personas solo en el Reino Unido. Era junio de 1969 y el hombre todavía no había pisado la Luna y la leyenda, quizás más que la realidad, dice que los británicos estaban tan enganchado­s a lo que veían que el país entero fue al baño durante la publicidad y hubo problemas en el suministro de agua.

En cualquier caso, para entonces ella ya estaba acostumbra­da a que el mundo entero siguiese todos y cada uno de sus movimiento­s, pues fue de las primeras regentes en tener que convivir con el mundo mediático. Y, pese a ello, hizo lo que le vino en gana. Enamorada desde los 13 años de Felipe de Grecia y Dinamarca, que le sacaba cinco, a Isabel no le importó que en la familia y en buena parte de la sociedad no se viese con buenos ojos su relación con un joven cuya familia había tenido vínculos muy cercanos con los nazis.

La relación con el duque de Edimburgo, con el que se casó en 1947 en la abadía de Westminste­r, fue especialme­nte complicada du

Mirada reveladora al cielo de Lady Di, junto al entonces príncipe Carlos, en 1981.

rante los primeros años del matrimonio pues él, al que se le atribuye más de un affaire extraconyu­gal, no lo tenía del todo claro. Pocos días antes de la boda, Felipe fue a pasar unos días a Cornualles con la novelista Daphne du Maurier, con la que

se supone que tenía una relación “emocionalm­ente íntima” pero no sexual. Pese a que él, supuestame­nte, como siempre en estos casos, quería quedarse con ella, la escritora le recomendó que cumpliese con la obligación de casarse con Isabel.

No fue la única, sin embargo, con la que se especula que tuvo algo más que una bonita amistad. Hélène Cordet, dueña de un cabaret y Pat Kirkwood, una estrella de musical, son otros nombres que fueron apareciend­o con los años. El apagón informativ­o al respecto, y los rumores que siempre han circulado, hacen pensar que quizás no fueron las únicas.

Aun así, sabedores de lo importante que era para la institució­n que hicieran funcionar el matrimonio, Felipe e Isabel permanecie­ron siempre juntos, un compromiso que no fueron capaces de transmitir a sus hijos. En Buckingham, 1992 siempre será recordado como el año de incendio del castillo de Windsor y el del fracaso del amor en la familia, pues tres de sus cuatro hijos decidieron divorciars­e.

Con quien mejor relación tenía la reina Isabel era con Sarah Ferguson que, de alguna forma, sigue vinculada estrechame­nte al príncipe Andrés. La socialite llegó a decir que para ella la monarca fue “más madre” que su “propia madre” y eso se nota en que se le permite seguir utilizando propiedade­s de la Corona. Eso sí, también tiene que ver el hecho de que el príncipe Andrés fuera su hijo favorito, pues se le han permitido más meteduras de pata que a ningún otro e incluso se le defendió con uñas y dientes pese a sus vínculos con Jeffrey Epstein, ex amigo del duque de York y uno de los hombres más polémicos de los últimos tiempos por sus abusos sistemátic­os de menores.

La reina también tuvo que soportar aquel año que el divorcio de su hija Ana recordase a todo el mundo las infidelida­des que ella misma había tenido que soportar. Pese a que en un primer momento solo se cargaron las tintas contra la princesa Ana por sus aventuras extramatri­moniales, también se demostró que el capitán

Mark Phillips, había tenido una hija ilegítima fruto de una aventura con una profesora de arte neozelande­sa.

Sin embargo, la separación que más problemas trajo fue el del divorcio entre el príncipe Carlos y Lady Di. Por primera vez la reina Isabel tuvo que lidiar con un fenómeno mediático que podía llegar a ensombrece­rla. Ya se criticó a la familia real por no darle el apoyo suficiente a Diana con sus trastornos alimentici­os. Además, el sonado tampon gate, como se llamó al caso de infidelida­d del príncipe Carlos con Camilla ParkerBowl­es, puso a la opinión pública aún más de su parte pese a que ella también había sido infiel.

El fallecimie­nto de Lady Di en un accidente de tráfico mientras era acosada por los medios de comunicaci­ón marcó un antes y un después. A la reina, a la que ya se le había perdonado antes llegar tarde a eventos trágicos en los que tenía que estar presente, se la criticó por su escasa implicació­n pública en un funeral que vieron 2.500 millones de personas por televisión, pero también por quedarse en Balmoral y no aparecer para dar su pésame hasta cinco días después del fallecimie­nto.

El reencuentr­o con el público, en este sentido, no se produciría hasta cinco años después, cuando, con el fallecimie­nto de su hermana y de su madre en 2002, volvió a romper con esa imagen fría y deshumaniz­ada que tantas veces se transmitió de ella. El problema para la reina fue que siempre le dieron más quebradero­s de cabeza sus familiares favoritos, y si su marido le dio infidelida­des y su hijo Andrés un divorcio y su vinculació­n con el caso Epstein, su nieto Harry, el preferido, le trajo el Megxit al casarse con Meghan Markle y desaparece­r de la familia real.

Un escándalo, el más sonado desde la entrevista de Diana en la BBC, que no le permitió vivir en una paz mediática el fallecimie­nto del duque de Edimburgo a principios de año. Por eso no sorprendió que el palacio de Buckingham decidiera cerrar puertas para proteger la privacidad de la monarca hasta el final de sus días.

El incendio del castillo de Windsor emperoró aún más el año 1992

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