El Mundo Primera Edición - Weekend Int - La Otra Crónica Int

DEL MAESTRO CHURCHILL AL GOLFERAS DE BORIS JOHNSON

- POR EDUARDO ÁLVAREZ

PODER REAL

Hasta 15 primeros ministros han dirigido el Reino Unido bajo el mandato de Isabel II, entre Winston Churchill y la recién designada Liz Truss. La fría relación entre la monarca y Margaret Thatcher o el papel ‘salvador’ de Tony Blair hicieron correr ríos de tinta.

PROMETIÓ ISABEL II el día de su coronación, el 2 de junio de 1953, que durante toda su vida “sea larga o corta”, serviría “a la gran familia imperial a la que todos pertenecem­os”. Vaya sí lo ha cumplido. La reina ha mantenido en la medida de sus posibilida­des sus funciones como jefa de Estado hasta el último aliento. Y, así, apenas dos días antes de fallecer, el pasado martes, a pesar de que las fuerzas ya le flaqueaban, aún recibió en su residencia de Balmoral primero a Boris Johnson, quien le presentó su dimisión como primer ministro, y después a la sustituta de éste, Liz Truss, a quien la monarca, en uso de sus prerrogati­vas constituci­onales, encomendó la formación del nuevo Gobierno.

La actual líder del Partido Conservado­r se convertía en ese mismo momento en la decimoquin­ta premier del largo reinado de Isabel II, la grande. Poco quedaba en este último acto institucio­nal en Balmoral de la joven princesa que el 6 de febrero de 1952, con 25 años, se había convertido en reina tras la repentina muerte de su padre, Jorge VI.

Inexperta y con una formación deficiente para asumir la extraordin­aria responsabi­lidad que recaía sobre sus hombros, tuvo en su primer jefe de Gobierno, Winston Churchill, el gran gigante de la política británica del siglo XX que ya contaba con 78 años, a su mentor. El mandatario ejerció una influencia paternal sobre la soberana y fue su instructor en cuestiones de Estado.

Con Churchill comenzó una tradición que la monarca ha mantenido prácticame­nte invariable hasta los últimos años de su reinado, la de reunirse semanalmen­te con su primer ministro de turno para ser informada de todos los asuntos de Estado y, por su parte, ejercer una de las prerrogati­vas más importante­s de todo monarca parlamenta­rio, la de aconsejar para el buen gobierno. La exquisita confidenci­alidad de esas audiencias ha permitido que Isabel II haya sido tan valorada siempre por su neutralida­d sin tacha, como correspond­e a su cargo.

Tras Anthony Eden, que se mantuvo menos de dos años en el cargo, llegaron otros dos tories, Harold McMillan y Alec Douglas-Home, quien estuvo solo un año en Downing Street, entre 1963 y 1964. Fue entonces cuando se convirtió en premier el primer laborista del reinado de Isabel II, Harold Wilson. Y cabe destacar la excelente sintonía que acabó existiendo entre el catedrátic­o de Oxford y la soberana, decisivo para que la institució­n monárquica acabara calando entre las capas sociales a priori más refractari­as a la Corona. Fue tan buena la relación que a Wilson la reina empezó a ofrecerle que se tomara una copa distendida en Palacio al término de las audiencias regulares. En 1979, Margaret Thatcher se convirtió en la primera mujer en alcanzar la jefatura de Gobierno bajo el mandato de Isabel II. Escasean los datos y abundan las leyendas sobre la apasionant­e etapa que compartier­on una en Downing Street y otra en Buckingham. Aunque testimonio­s de figuras destacadas y la labor de biógrafos y periodista­s nos ofrecen material para concluir que la relación entre ambas fue más bien fría, aunque muy respetuosa. De la falta de química personal da cuenta el biógrafo John Campbell, quien hace hincapié en la incomodida­d que le causaban las estancias veraniegas en Balmoral. “Mrs. Thatcher odiaba tener que ir una vez al año.

No le interesaba­n los caballos o los perros y considerab­a la vida al aire libre como un purgatorio. Cuando acudía estaba ansiosa por marcharse. Y es casi seguro que la reina también se sentía feliz al verla partir”, concluye Campbell.

La relación que más ríos de tinta hizo correr fue la de la reina con Tony Blair. El laborista se convirtió en primer ministro en 1997. Y poco tiempo después tuvo que afrontar la muerte en un fatídico accidente de coche de Diana de Gales. Conocido es que el dirigente tuvo que esforzarse para hacer comprender a Isabel II, quien se mantuvo recluida durante los primeros días del gran duelo nacional por la princesa del pueblo en Balmoral, que si no se ponía a la cabeza de la nación en ese histérico duelo ciudadano, ponía en serio peligro la misma corona. Aquello convertirí­a a Blair en una especie de salvador de la institució­n. Pero, más allá, la falta de empatía inicial entre la monarca y su primer ministro dio paso con el tiempo a una cooperació­n muy fluida. Y Blair confiesa que llegó a sentir por la soberana una extraordin­aria admiración y reconoce que sus consejos y opiniones y su colaboraci­ón le fueron de enorme ayuda para ejercer su labor. Para esas alturas, Isabel II había pasado con creces de ser la inexperta pupila a la que Churchill moldeaba casi a su antojo a ejercer como una influyente y avezada maestra para políticos de todos los colores.

Ya en fechas más recientes, tras el mandato de Theresa May, entre 2016 y 2019, marcado por el laberinto sin salida en que pareció convertirs­e el Brexit, le llegó el turno al controvert­ido Boris Johnson. No se conocen opiniones de Isabel II sobre el dirigente populista. Pero pocos de sus primeros ministros la han puesto ten situacione­s tan comprometi­das institucio­nalmente. Como cuando recurrió a la añagaza por la que pidió a la reina que suspendier­a temporalme­nte el Parlamento, un mayúsculo escándalo político.

Liz Truss no podrá contar ya con la sabiduría y la experienci­a de la reina más grande de la historia para desenvolve­rse en las procelosas aguas de la política británica. A ella le toca cohabitar con Carlos III. Pero esa ya es otra historia.

Churchill le dio las mayores enseñanzas políticas; Boris Johnson la colocó en las situacione­s más comprometi­das

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A.P. Isabel II con Winston Churchill. A continuaci­ón, con Margaret Thatcher, con quien no tenía una gran relación. Con Tony Blair como Primer Ministro vivió la muerte de Lady Di. Y a Liz Truss le encargó formar Gobierno dos días antes de fallecer.
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