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“ESTUVE CON FELIPE GONZÁLEZ, PERO NO LLAMÓ MI ATENCIÓN”

- POR MARTA CORBAL CABALLÉ Miguel Á. Revilla

El presidente de Cantabria fue un buen soldado, pero algo frenó su crecimient­o... militar: “Solo los altos llegaban a alférez y yo mido 1, 68. Me hubiera gustado ser oficial y llevar una estrella de seis puntas, pero soy sargento”. En el cuartel, coincidió con Felipe González que “era flaco y con barba”.

A FRANCISCO FRANCO EN LA ACADEMIA militar le llamaban "el cerillita" por su pequeña estatura, delgadez y cabeza ancha. Luego llegó a general. Y sus 40 años de dictadura le añadieron un sufijo superlativ­o a su cargo. En 1965 ‘el Generalísi­mo' seguía teniendo mecha y podía prohibir cualquier diminutivo unido a su nombre o mención hacia su estatura. No así Miguel Ángel Revilla (Salceda, 1943), un joven recién licenciado en Económicas que en aquel tiempo llegaba al campamento militar de Monte la Reina en Toro (Zamora).

"Había pertenecid­o al sindicato de estudiante­s, me tenían fichado como medio raro", describe a LOC Miguel Ángel Revilla. "Pero pude hacer las milicias universita­rias y allí coincidí con estudiante­s gallegos, vascos y alguno de Cantabria". Durante esta época, el presidente cántabro estaba tan lejos de acceder a un cargo político como de tomarse su primer postre lácteo. "Mi primer yogurt me lo tomé a los 26 años, por eso en la mili era un chaparrete. Pesaba 58 kilos y medía 1, 68. Me cago en diez, parecía un esqueleto", relata.

A pesar de su poca musculatur­a a lo largo y ancho, pronto Revilla empezó a destacar en las maniobras militares del cuartel de artillería. "Era un gran tirador. Me llamaban 'tiro fijo' y en los exámenes de teórica lo hacía muy bien", cuenta. "De ahí o salías sargento o salías alférez. Yo quería salir alférez, llegar a oficial y llevar una estrella de seis puntas. Pero me di cuenta que solo los altos lo conseguían. Aunque no supiesen dar un tiro", explica. "Lo importante era el porte del soldado para llevar el traje de gala en los desfiles. Lo demás era inútil".

Revilla asegura que muy pocos hombres cumplían estos requisitos. "Salí sargento, suboficial", revela. "En los años 50 y 60 España era un país de enanos. Porque si comes garbanzos, chorizo o tocino hinchas la tripa, pero no esponjas. Mi madre me mandaba latas de paté que untaba el pan. Comíamos, pero no era una dieta equilibrad­a o variada". Precisamen­te, fue durante su servicio militar obligatori­o cuando el fundador del Partido Regionalis­ta de Cantabria descubrió la gastronomí­a zamorana.

"En el campamento hice amistad con Carlos Romero Herrera y todos los sábados nos invitaba a comer a su casa de Fuentesaúc­o, que estaba cerca. Allí tomé los mejores cocidos de garbanzos de mi vida", asegura. "Los dos habíamos sido revoltosos en la universida­d", relata sobre su militancia política en pleno régimen. Su amigo, Carlos Romero llegó a ser ministro socialista dos décadas después. A él, siempre estaba pegado un amigo "delgadito" que no le "llamaba la atención". Se llamaba Felipe González. El Felipe González que sería presidente.

"Carlos Romero pertenecía a un partido llamado Frente de Liberación Popular en el que estaba Pasqual Maragall. Me intentó afiliar, pero dije que no", sostiene. "Él estaba fichado, al igual que yo. Ahora es muy moderado". Años después de terminar la mili, Revilla leyó en el periódico que Carlos Romero había sido nombrado ministro de Agricultur­a del primer gobierno de Felipe González. "Comí muchas veces con Felipe González, pero llevaba barba y era flaco. Coño, no llamó mi atención. El jefecillo parecía Carlos Romero, no Felipe. Mira tú".

Pero tanto con Carlos Romero como con Felipe González, Revilla solo coincidió en el primer campamento. El futuro secretario general del PSOE y presidente del gobierno sí llegaría a ser alférez. "Yo salí siendo sargento, al igual que un todavía íntimo amigo mío: Pío Echeverría". Junto a Pío, Revilla fue destinado a Valencia. "Estuvimos allí cuatro meses. A mí me tocó ser sargento de cocina", relata. Sin embargo, vio cómo su amigo se pudo pasar el resto de su mili sin cumplir ninguna función debido a su condición social.

"Pío venía de una familia muy influyente del sector de la siderurgia del País Vasco. Se presentó con una mata de pelo y un traje no reglamenta­rio, con un pantalón acampanado. Porque el traje nos lo teníamos que comprar nosotros", aclara. "Pero el suyo se lo había hecho un sastre, era un lujo y muy moderno", explica. "Estaba haciendo la instrucció­n un coronel con un acento muy raro. Supongo que era uno de esos que se vino cuando Hitler perdió la guerra", relata. El oficial germano intentó sin éxito que su amigo se deshiciese de su peinado y ropa.

"No sé lo que pasó, pero Pío cogió un teléfono y habló con alguien, supongo que su abuelo. Al día siguiente se presentó con el mismo pelo y el mismo traje. El resto del campamento se lo pasó sin tener ningún oficio". Al contrario que su amigo, Revilla no pudo ser un nini en la mili. "Éramos ingenieros zapadores, nuestro cometido eran las voladuras y manejar tanques". Pero el futuro presidente de Cantabria fue destinado a los fogones.

"Ahí me di cuenta de que en Valencia no comían carne. Todo era a base de arroz, aceitunas, sepia. Traté de introducir un menú distinto, pero nada", recuerda. "Tampoco bebían vino. En un bar nos pedimos un tinto y nos trajeron cerveza. Habían entendido que queríamos un quinto". De la dieta cantábrica, tuvo que pasarse a la dieta mediterrán­ea.

Del régimen franquista se pasó a la democracia. La cual llegó mucho más tarde que los yogures a su nevera. Ahora, como presidente de Cantabria, afirma que aquellos años le nutrieron de valores y respeto al Ejército: "Cuando viene un oficial le digo: ‘A sus órdenes, se presenta el sargento Revilla de artillería en la reserva. Y no llegué a oficial por bajito'. Porque la puñetera genética y la falta de alimentos me impidieron ser alférez".

Un chico con el que convivió durante años en Miami la abandonó por email el último año de carrera durante los exámenes finales y además no ocultó en redes que se había ido con otra mujer. En ‘shock’, la artista hija de Antonio Carmona, hoy de gira con C. Tangana, se pasó un poco con el whisky y le dio un susto a su hermana.

“EL PEOR VERANO DE MI VIDA FUE EN 2016, cuando vivía en Miami con mi ex. Él me fue infiel y me volví a Madrid. Había ido a EEUU para estudiar Educación Musical y justo ese verano me graduaba y volvía a España. Lo hice con una sensación muy agria por todo lo que había pasado con él. Convivíamo­s y un día me envió un email diciéndome que no quería estar más conmigo. Me puse fatal. Además, todo ocurrió todo en mi último año de carrera, con los exámenes finales encima. Tenía que preparar seis canciones en diferentes idiomas y me quedé sin voz, muda. Me petó el cuerpo”. Así arranca la cantante Marina Carmona, hija de Antonio, su relato estival, un tanto dramático pero afortunada­mente superado con el paso del tiempo. “Empecé a sospechar que él me era infiel. Pero de alguna forma me repetía a mí misma que era imposible. Que él era un niño bueno, que mi familia lo amaba”, prosigue.

“Decidí volver a Madrid después de cinco años fuera, pero después de un tiempo en España me fui a Cambridge a ver a mi hermana, que estaba estudiando allí Producción Musical, y así me olvidaba un poco de lo que había pasado. El día que Lucía tenía su último examen de la carrera, esa misma mañana, me levanté y me puse a espiar en redes sociales a la chica con la que yo sospechaba que mi ex me había estado engañando. Entonces me encontré con una foto de esta chica con él en la Torre Eiffel. Y en el pie decía: “Por fin juntos después de tanto tiempo. Eres el amor de mi vida”.

“Cuando vi esta foto llamé automática­mente a una de mis mejores amigas y a mi madre y les confirmé lo que ya me imaginaba, que mi ex se había ido con aquella chica. En ese momento mi cabeza empezó a dar vueltas y vueltas y entonces decidí ponerme a beber, desconecta­r del mundo y escuchar Amy Winehouse a toda tralla. Me quería olvidar de todo y se me fue la olla. Fue horroroso”, recuerda con dolor la artista, reconocida internacio­nalmente por cantar flamenco en francés, y que este verano se encuentra de gira por el mundo con C. Tangana porque forma parte de los coros de su famoso tema Me maten, junto a su padre, el mítico cantante flamenco fusión Antonio Carmona.

“Pero esto no fue lo peor”, continúa Marina Carmona. “Mi madre empezó a llamar a mi hemana, que estaba en su último examen. Le pidió que volviera corriendo a su piso porque yo estaba desbordada por las circunstan­cias. Mi madre estaba preocupadí­sima, y mi hermana la pobre súper nerviosa porque no podía perderse su último examen. Mi madre le pidió a Lucía que fuera inmediatam­ente a casa para calmarme, yo estaba muy afectada. Además, esa misma tarde nos teníamos que subir a un avión y volver a Madrid”.

“Mi hermana llegó corriendo y me encontró de la risa al llanto, desbordada por la situación. Ese mismo día tenía que vaciar el piso en tan sólo cuatro horas y yo estaba en shock, no podía ayudarla. Lucía estaba súper nerviosa porque tenía que vender todos los muebles del piso, pero aún así manejó la situación. No tenía tiempo para atenderme pero aún así supo qué hacer conmigo y lo solucionó todo. Me pidió que me quedara quieta y acostada para que se me pasara”.

La situación era surrealist­a: “Me acuerdo que entraba gente en casa a ver los muebles y yo estaba acostada en un sofá callada, Lucía me pidió que mejor no hablara. Ella mostraba las lámparas y un montón de cosas más y yo ahí como una planta, tirada, triste. Yo, que había ido a Cambridge para ayudarla con su mudanza de regreso a España y no pude hacer nada. Allí, escuchando Amy Winehouse súper dramática”.

Pasaron las horas y Lucía no logró vender todas sus cosas. “Así que decidimos cerrar la casa y dejar la llaves en el buzón, menos mal que al menos todo quedó bien recogido”.

Pero la cosa no acaba aquí: “De camino al aeropuerto, en el taxi, mi hermana se dio cuenta de que se había dejado todos los ahorros de un año entero debajo del colchón. Y yo le respondí, “¿Quéeee?”. Yo estaba en a mis cosas y le dije que rompía una ventana si hacía falta para recuperar el dinero. Mi hermana me miró, me dijo que estaba loca y me pidió que me callara porque o podía pensar con claridad”. Sin duda, fue un final de curso para la historia de ambas que hoy cualquiera recuerda entre risas pero que resultó un mal trago en ese momento.

“Finalmente logramos llegar al aeropuerto y volar a Madrid. Cuando llegué. estuve 15 días totalmente destruida hasta que fui consciente de todo lo que me había pasado, que fue bastante duro pero superé. Mi hermana logró recuperar al tiempo el dinero que se había olvidado en Cambridge por la agencia que había alquilado el piso. Fue un lío porque no era una cifra nada desdeñable y tardó meses en recuperarl­o, y encima no del todo”.

Con la distancia, Marina Carmona se enternece con lo que le ocurrió. “Fue el peor verano de mi vida. Yo sólo quería autodestru­cción y decía ‘todos los hombres son lo peor’. No me podía creer lo que me había pasado. Hoy en día digo, ‘qué inocente era’. Era la primera vez que me rompían el corazón”. Nunca más volvió a cruzarse a su ex. “Con él estuve tres años y fue mi primera relación seria. No sé nada de él. Sólo que sigue viviendo en Miami y quién sabrá qué hace con su vida”.

Este verano Marina Carmona, en cambio, está súper feliz. Está grabando su nuevo disco, que quiere sacar a principios de año. Y , aparte de la gira con Tangana, también se va con su padre, lo hace desde hace cinco años. “Trabajar con él es maravillos­o. Tengo la suerte de poder compartirl­o como padre y artista. Cuando tiene que ser jefe pues también lo es. Es duro y disciplina­do, pero se agradece. Es un regalo porque lo admiro mucho. Compartir con él escenario es precioso. Tenemos química. Eso sí, me puso sus condicione­s antes, eh”.

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 ?? CEDIDA ?? Miguel Ángel Revilla en la mili (1965).
CEDIDA Miguel Ángel Revilla en la mili (1965).
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ALEJANDRA FLO

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