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LA ADMIRABLE CARTA DE MI PADRE
Aún conservo la carta que mi padre, de ideología muy conservadora, me escribió, el 16 de julio de 1954, tras la explosión de la Ercina en la que me hacía llegar “la intranquilidad constante en la que en casa vivimos a todas horas por tu locura”, una carta de profundas reflexiones políticas e intelectuales. “Por mucho que te afecte el dramático mundo de los mineros, la dureza de su trabajo y las condiciones de su vida, se cauto en lo que digas”. Y donde su sentido común se expresa con altísimo nivel es cuando me aconsejaba: “Lógicamente los mineros no pueden pensar como tú. Pero procura que no te obliguen a pensar como ellos...”. Y aunque era un buen católico practicante no le importó reconocer la realidad de aquellos pozos. “Acepta las blasfemias allá abajo, en los tajos, no como un sentimiento sino como un desahogo”. Y su consejo no podía ser más generosamente sensato: “Desearía que regresaras de esta experiencia en la mina enriquecido pero no envilecido. Ni humana ni políticamente hablando”.
Aunque mi padre, un gran ingeniero, era conservador como ya me he referido, abordaba en esta admirable carta la situación que entonces vivíamos, puro y duro franquismo, reconociendo: “Tú sabes que yo intento ser apolítico, lo mejor que se puede ser en estos tiempos de política única. Tiempo tendremos, esto no durará toda la vida, al menos la tuya, para pensar, públicamente, de manera diferente aunque sin llegar a los extremos que posiblemente piensen, con razón, los mineros, pero hoy por hoy, la situación política, no está para florituras... Si en algún momento te sientes arrastrado, domínate. Eres joven y tiempo tendrás de pensar y actuar de manera diferente”. El final de tan admirable carta es un generoso reconocimiento a mi libertad: “Tu educación y formación universitaria deben servir para algo aunque pensar, puedes pensar como quieras”.
A pesar de los consejos de mi padre, la experiencia que estaba viviendo influyó para que yo me radicalizara, políticamente hablando, sin pensar que es imposible no hacer política a fuerza de pasión y desesperación.
A mi regreso de las minas, llegué a la conclusión, con Jules Renard, de que si no me ocupaba de la política es como si dijeran que no me preocupaba de la vida.