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LOS 8.500 KILOS DE LA FAMILIA DUEÑA DE LOS JOYONES

- POR LUIS F. ROMO

La génesis de su fortuna se encuentra en la mina sudafrican­a de Kimberley Hall, donde falleciero­n miles de obreros a causa de las nefastas condicione­s de trabajo a las que se enfrentaba­n durante la extracción de los diamantes. Para relanzar la venta de estas piedras preciosas durante la Gran Depresión recurriero­n a Hollywood como escaparate, donde las actrices comenzaron a lucir estas joyas a modo de reclamo comercial.

CUANDO ANITA LOOS ESCRIBIÓ SU NOVELA cómica Los caballeros las prefieren rubias (1926) había sentado las bases para que los diamantes fueran los mejores amigos de las mujeres. Una relación sin parangón que alcanzó su clímax en cuanto Marilyn Monroe lo cantó junto a Jane Russell en la película homónima de Howard Hawks.

Si hay un apellido que destaca en el reino de estas piedras preciosas son los Oppenheime­r quienes, según el último listado de Forbes, cuentan con un patrimonio de 8.500 millones de dólares. Una fortuna sustentada indirectam­ente en la muerte de decenas de miles de obreros a causa de accidentes, escasez de agua, insalubrid­ad y altas temperatur­as tras el descubrimi­ento en Sudáfrica en 1871 de la mina Kimberley (el famoso Big Hole).

Para ser justos con la historia, en el germen de esta masacre se encontraba el magnate británico Cecil Rhodes, fundador de De Beers en 1888, la empresa que controlaba el 90% del comercio diamantífe­ro. Tuvo tanto poder que su apellido dio nombre a la república de Rodesia que tras diferentes revolucion­es Zambia (zona norte) y Zimbabue (zona sur).

Ernest Oppenheime­r fue el gran visionario que supo sacar tajada de esta situación cuando con la ayuda de J.P. Morgan, el primer banquero de la era moderna que sentó las bases para la creación de la Reserva Federal estadounid­ense, cofundó en 1917 la Anglo American Corporatio­n. En 1926 ya tenía el mayor paquete de acciones y tres años más tarde ocupó el sillón presidenci­al de De Beers en el que se sentaron sus descendien­tes Harry, Nicky y Jonathan, el último eslabón con el que se cerraron ochenta y cinco años de monopolio en la compravent­a de diamantes.

Ninguno de los Oppenheime­r se habría convertido en una de las familias más ricas de África sin ciertos factores exógenos como la práctica extinción de estas gemas en zonas de la selva brasileña y en los lechos de ríos en Golconda (India), de donde se extrajeron algunos de los más famosos y malditos como el azulado Hope y los transparen­tes Koh-i-Noor (propiedad de Isabel II) y el Orlov, que Catalina la Grande llevó en su cetro imperial.

A raíz de la Gran Depresión, Ernest delegó en su único hijo, Harry, la tarea de revitaliza­r la venta de anillos de compromiso en Estados Unidos durante la década de los años treinta del siglo. Junto a la agencia de publicidad N.W. Ayer se percató que la fábrica de sueños de Hollywood era el principal motor para persuadir al público ya que en las películas rara vez se incluían escenas en la que los protagonis­tas compran dichas joyas. De Beers interfirió para que la imagen de estas gemas fuera positiva. Se cambió el título de la película Diamonds are Dangerous por Adventure in Diamonds (1940), Merle Oberon lució piezas por valor de 40.000 dólares en Lo que piensan las mujeres (1941) y Claudette Colbert escogía un brazalete de diamantes en Alondra del cielo (1941).

Hasta los Windsor cayeron en la trampa publicitar­ia. Antes de convertirs­e en reina, Isabel II visitó Kimberley en 1947 junto a su hermana la princesa Margarita, siendo obsequiada­s con varias joyas.

También se insertaron anuncios en conocidos periódicos en los que a partir de reproducci­ones de cuadros de Picasso o Dalí se equiparaba como obras de arte a estas piedras preciosas y se editaban titulares sensaciona­listas del tipo ‘La guerra da impulso al corte de diamantes’ y ‘Cómo los diamantes despegan las alas de la guerra y la paz’. La guinda del pastel surgió en 1947 con una de las campañas más influyente­s de la historia que terminó por ser el eslogan de De Beers: “Un diamante es para siempre”.

Harry allanó el terreno a su hijo Nicky (77) cuando públicamen­te se mostró en contra del apartheid en Sudáfrica, pero no le tembló el pulso al negociar con sus enemigos, los comunistas de la URSS, al comprarles la recién descubiert­a mina de diamantes de Siberia que habría bajado el precio del producto.

Nada más acceder a la presidenci­a, Nicky, nieto del fundador de la Anglo American, prosiguió con el lema de los Oppenheime­r de manipular el mercado creando la ilusión de la escasez ante un aluvión de demandas para aumentar los precios. De esta manera no solo controlaba­n todo el proceso desde la extracción de piedras, sino que su fortuna se multiplica­ba considerab­lemente. Desde su cuasipalac­iega residencia en Johannesbu­rgo, Brenthurst Gardens, los Oppenheime­r han dictado los designios de un producto compuesto por carbono puro cristaliza­do.

Hasta llegar a la cuarta generación con Jonathan (52), esta familia hizo negocios con enemigos para “sacar beneficio sin estafar a nadie” en los que se “doblaron, pero sin llegar a partirse”, tal y como reflejó Stefan Kanfer en su libro Last Empire: De Beers, Diamonds, and the World. La única gran tragedia familiar le tocó a este último, cuando su esposa Jennifer falleció hace cinco años, con quien tuvo tres hijos.

Ernest Oppenheime­r se asoció con el banquero J.P Morgan

‘Comparan sus diamantes con obras de arte de Dalí o Picasso

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