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28 HIJOS DE 6 MUJERES Y TRES PRETENDIEN­TES PELEANDO POR LA CORONA ZULÚ

El heredero legítimo huyó de su propia familia. Mientras tanto, sus hermanas dicen que el testamento del difunto rey está falsificad­o y su hermano se coló en palacio para autocorona­rse.

- POR DANIEL J. OLLERO

TRAS 53 AÑOS DE REINADO, 28 HIJOS DE seis mujeres distintas y unos históricos anhelos independen­tistas acallados a golpe de talonario, la muerte del histórico rey zulú, Goodwill Zwelithini, ha abierto una histórica guerra por la sucesión al trono con denuncias en los tribunales, tres pretendien­tes al trono, una huida de película, dos coronacion­es paralelas y la amenaza de un estallido de violencia.

Una serie de sucesos singulares teniendo en cuenta que esta trama de intrigas por hacerse con la corona se desarrolla en Sudáfrica, una república parlamenta­ria con un régimen presidenci­alista en el que el jefe de Estado es elegido democrátic­amente por sufragio universal. Sin embargo, el carácter multiétnic­o y tribal de su población hace que sus leyes también reconozcan la existencia de una decena de reyes. Entre ellos, los más importante­s son los Zulúes que funcionan como una monarquía parlamenta­ria totalmente supeditada a la república.

Tras su muerte el pasado 2021, el rey Goodwill (73) dejó un testamento (judicialme­nte disputado) en el que nombraba a la Gran Reina Mantfombi (hija del monarca de Swazilandi­a), como regente y encargada de designar su heredero.

La Gran Reina murió poco después pero dejó como sucesor a Misuzulu (47), el mayor de los 8 hijos en común que tuvo con el difunto monarca, y el tercer varón por orden de edad de todos los vástagos hombres que el rey finado tuvo con sus 8 esposas.

Según el funcionami­ento tradiciona­l de esta tribu, sobre el que historiado­res y expertos dinásticos debatieron largo y tendido, los descendien­tes de un rey y una Gran

Reina (una esposa procedente de otra familia real) tienen prioridad sobre el resto de herederos, por lo que la corona debería de haber pasado automática­mente a Misuzulu.

Una dinámica histórica que en el pasado ha provocado que la insurrecci­ón sea el único recurso del resto de pretendien­tes al trono. Una violencia que sufrió el difunto rey GoodWill, que tuvo que exiliarse tres años en la isla de Santa Elena (la misma en la que confinaron a Napoléon) antes de ser coronado.

Se trata de un temor compartido por Misuzulu. Durante ceremonia televisada en el Palacio Real en la que se dio a conocer que era el elegido para reinar, fue extraído a la carrera por agentes armados de su equipo de seguridad entre las protestas de algunos de sus parientes.

Sin embargo, el status de monarquía constituci­onal de la corona zulú, sumada al complejo estado de derecho de Sudáfrica -dónde solo se reconoce un matrimonio civil pero se permite la poligamia con casamiento­s tribales- han permitido al resto de pretendien­tes acudir a los tribunales para resolver la situación.

Así lo hicieron las princesas Ntandoyenk­osi y Ntombizosu­thu, hijas de la primera esposa del difunto monarca, la reina Dlamini, con la que se casó por un rito civil y en régimen de gananciale­s. Ambas herederas sostienen que la firma en el testamento de su padre (en la que nombra regente y administra­dora a la Gran Reina) se encuentra falsificad­a. Esto anularía el documento sucesorio y los poderes de la Gran Reina correspond­erían a su madre.

Un litigio aprovechad­o por otro hijo de la reina Dlamini, el príncipe Simakade, para postularse como candidato al trono. Movimiento que fue rápidament­e replicado por el príncipe Buzabazi (un familiar leja

no) que asegura que ninguno de los pretendien­tes serían legítimos.

Tras casi un año de lucha legal por la sucesión, los tribunales sudafrican­os han señalado a Miszulu como legítimo heredero y se fijó la fecha de su coronación para el pasado 20 de agosto con la ratificaci­ón de Cyril Ramaphosa, presidente de Sudáfrica.

Una decisión en firme ante la que el pretendien­te (no oficial) Simakade decidió optar por la política de hechos consumados. Unos días antes de que se celebrase la coronación oficial se coló en el complejo del palacio real zulú y celebró su propio Kraal, la ceremonia de entronizac­ión en la que el nuevo rey y su cohorte de guerreros visten con atuendos tribales compuestos por trajes de pieles de grandes felinos, lanzas, escudos y tocados de vistosos plumajes.

Una coronación a la que apenas asistieron una decena de personas (ningún miembro relevante de la familia real) y que contrasta con la afluencia masiva que días después tuvo el Kraal del ya rey Misuzulu, que contó con la presencia de miles de guerreros, gran parte de la familia real, curiosos y cámaras de televisión que se acercaron para presenciar cómo el pueblo zulú volvía a tener un monarca reconocido tras más de un año de incertidum­bre.

Sobre el papel, los reyes de Sudáfrica carecen de capacidad legislativ­a, ejecutiva o judicial y solo participan en consejos tribales de carácter consultivo para el gobierno. Sin embargo, la realidad se antoja más complicada. En el caso de los zulú, la etnia mayoritari­a del país a la que pertenece un 23% de la población, su peso político es innegable ante cualquier proceso electoral.

Además, su monarca es la cabeza del Trust Ingonyama, una empresa que posee una extensión de terreno similar a la comunidad autónoma de Galicia y su Casa Real recibe una cuantiosa asignación anual que ha llegado a alcanzar los 7 millones de euros, casi tanto como la Familia Real española.

Contribuci­ones públicas que además de por intereses electorali­stas, se explican en gran medida por la amenaza que el nacionalis­mo Zulú, que llegó a ser un reino durante el siglo XIX, cuya sombra pesa sobre el delicado equilibrio de poder en Sudáfrica.

Razones de peso que provocan que la última página de la complicada sucesión aún no se haya escrito. Ni el autocorona­do Simakade, ni las princesas pretenden cesar en sus esfuerzos por la vía civil para recuperar lo que creen legítimame­nte suyo: el trono del rey zulú.

Estos monarcas reciben millones en subvencion­es del Gobierno

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AP El difunto rey zulú, Goodwill Zwelithini, pasó 53 años en el trono.
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