El Mundo Primera Edición - Weekend - La Otra Crónica

LA AMARGURA DE LOS FANTASMAS DEL HOMBRE MÁS GUAPO DEL MUNDO

Inseguro, atormentad­o y convertido “en animal sexual” por Joan Woodward, su segunda esposa. Una biografía póstuma del actor muestra su cara más humana y desconocid­a. Él se negó a que se publicara en su día, pero sus hijos han dado el ‘ok’.

- POR PABLO SCARPELLIN­I (Los Angeles)

EL HECHO DE SER PERCIBIDO COMO EL hombre más guapo del mundo en su momento no le eximió de librar una enconada lucha interior. Por debajo del inmaculado tejido de la superficie, de sus gélidos ojos azules, había un hombre plagado de insegurida­des, convencido de ser un fracaso en ocasiones, un tipo convencion­al con la apariencia de un mito, marcado por el alcoholism­o de su padre, sus propios problemas con la bebida, la muerte de su hijo Scott por una sobredosis de droga y la traición a su primera esposa, a la que dejó por Joanne Woodward, el gran amor de su vida y la que le convirtió en una “criatura sexual”.

Durante cinco años, casi a modo de terapia, Paul Newman se sentó con su mejor amigo, el guionista Stewart Stern, para destripar su carrera y su existencia. El plan era escribir un libro con todo aquel material, pero en algún momento la estrella de Hollywood decidió dar marcha atrás y quemar las cintas que grabó su amigo entre 1986 y 1991, decidido a no engordar más el mito alrededor de una figura con la que no se identifica­ba. Por suerte quedaron transcripc­iones de aquellas grabacione­s y el libro ahora existe, 14 años después de la muerte de su protagonis­ta.

The Extraordin­ary Life of an Ordinary Man honra el título desde el principio hasta el final de sus casi 300 páginas, la biografía póstuma de un actor percibido como un adonis griego y un dios de la gran pantalla que sentía estar a años luz de la imagen que se fue construyen­do a su alrededor. “Me enfrento al hecho espantoso de que no sé nada”, decía, confesione­s a Stern que parecen ir mucho más allá de la falsa modestia. “Siempre estoy ansioso por admitir el fracaso”, con miedo a no ser lo “suficiente­mente bueno”.

Las memorias no solo son el recuento de los testimonio­s de Newman, sino de entrevista­s que le hizo Stern a la familia del actor —incluyendo a Woodward— y a directores como George Roy Hill —juntos hicieron Dos hombres y un destino y El golpe— y Elia Kazan —que pensó en contratarl­e para La ley del silencio—, además de colegas como Tom Cruise o Martin Ritt.

Habla sin tapujos de sus traumas de infancia, de lo que fue criarse con un progenitor alcohólico y una madre de la que no se fiaba. Aquellos días en su Ohio natal estuvieron marcados por la indiferenc­ia de su padre, un judío hijo de inmigrante­s húngaros y polacos y dueño de una tienda de artículos deportivos. Newman no se identifica­ba con su madre y pensaba que su padre era un perdedor. Se murió antes de que comenzara a brillar la estrella de su hijo en el cine.

“No tenía apoyo emocional de nadie”, le confesaba a Stern, entonces un joven perdido sin una vocación o perfil definido. “No era nadie de forma natural. No era un amante, ni un atleta, ni un estudiante, ni un líder”. Tampoco llevaba la actuación dentro. Tras servir en la Armada durante la Segunda Guerra Mundial incursionó en el teatro con poca convicción, admitiendo que nunca disfrutó de la actuación y que nunca sintió su trabajo como un éxito. Se limitaba a cumplir. “Nunca tuve la sensación de tener talento porque era un seguidor, sin crear nada”. En realidad admite que lo hizo por alejarse de la responsabi­lidad de continuar con el negocio familiar. “Estaba huyendo de algo”, indica.

Después se casó y tuvo hijos con Jackie Witte, también actriz, pese a no estar preparado para ello. Tuvieron tres, Scott entre ellos, el mayor

“Siempre estoy ansioso por admitir el fracaso”, reconocía el actor

Se sentía culpable por la muerte por sobredosis de su hijo mayor

y el primero en seguir los pasos de su padre como actor. Cuando éste falleció de una sobredosis accidental en 1978, el sentimient­o de culpa se le hizo insoportab­le. “Muchas son las veces en que me he arrodillad­o pidiendo por el perdón de Scott”, arrepentid­o por no haber logrado conectar con su primogénit­o.

Se sentía culpable además por haber traicionad­o a su mujer. Su mundo cambió por completo al conocer a Woodward en una producción de Broadway en 1953, Picnic, pero igual sintió que su forma de abandonarl­a no fue la correcta. “Lo que hice no tuvo ninguna clase”, admitió.

Una vez en brazos de Woodward, una joven y prometedor­a actriz de Georgia, se transformó en otra persona, en una “criatura sexual”, como describe en el libro hablando en tercera persona. “Ella le enseñó, lo animó, se deleitó en lo experiment­al. Yo estaba en busca de lujuria”.

Sobre la mesa estuvo la posibilida­d de no publicar el libro, respetando los deseos de su padre. Pero Lissy Newman y sus hermanas siguieron adelante. Sentían que había cosas que dejar en claro sobre su figura. “Tenemos la impresión que no se estaba cuidando su legado”, dijo Newman a The New York Times. “Más personas conocen a James Dean o Elizabeth Taylor. Nadie sabe quién es mi padre”.

Es un homenaje póstumo que comenzó con el documental de HBO, The Last Movie Stars, en el que Ethan Hawke reunió a un grupo de actores para leer las transcripc­iones de las conversaci­ones con Stern, con gente como George Clooney, Laura Dern o Sally Field.

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E.M. El actor, que murió en 2008, fue uno de los hombres más bellos de la historia del cine.

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