El Mundo Primera Edición - Weekend - La Otra Crónica

LOS AMORES DEL DICTADOR SOLTERÓN QUE MURIÓ SIN HIJOS

Se cumplen 50 años de la Revolución de los Claveles de Portugal. Salazar no dejó descendenc­ia, ni ningún patrimonio que se pudiese reclamar. Sin embargo, sí tuvo muchas relaciones secretas, a pesar de su imagen de monje.

- POR MARTA CORBAL

EL PASADO 25 DE ABRIL se cumplió medio siglo de la Revolución de los Claveles en Portugal. Con la conmemorac­ión de la insurrecci­ón que derrocó la dictadura Estado Novo para dar paso a un nuevo estado democrátic­o, muchos son los que recuerdan al António de Oliveira Salazar anquilosad­o, tirano y ultracatól­ico. Aquel que había muerto unos años antes sin esposa, sin hijos y sin herencia.

Sin embargo, son pocos los que se preguntan si el dictador luso regaló alguna vez flores como las que coronaron los fusiles aquel día de primavera de 1974. Una de las pocas personas que indagó en el lado romántico de Salazar fue la periodista Felícia Cabrita en Os amores de Salazar (A Esfera dos Livros, 2006). Obra que hace un recorrido por la vida sentimenta­l del autócrata luso.

A pesar de su apariencia asceta y retraída, António Salazar fue en su día un adolescent­e en plena ebullición hormonal, fascinado con la figura femenina más allá de la Virgen de Fátima. A la edad 16 años encontró en una bella pelirroja su primera inspiració­n. Se llamaba Felismina de Oliveira, tenía dos años más que él y era amiga de su hermana Marta.

A menudo Felismina se alojaba en la casa de la familia Salazar en Vimieiro y el (casi) roce hizo el cariño. Ambos muy religiosos, se expresaron afecto mutuo a través de cartas de amor, sin llegar a más. Por aquel entonces Salazar estudiaba para ser sacerdote en el seminario de Viseu. El temor a que abandonase a Dios por ella hizo que la joven decidiese amarlo de manera católica y platónica. Así fue hasta el día de su muerte.

Primero por Dios, luego por la Patria... António Salazar nunca se comprometi­ó con Felismina de Oliveira. El premio de consolació­n fue darle un importante lugar en su vida. Y en su dictadura. Leal informador­a durante la consolidac­ión de su régimen, fue agasajada con un puesto de inspectora de escuela primaria.

Pero Salazar no estaba siendo franco. No fueron sus obligacion­es morales, sino sus pasiones por otra joven las que le hicieron perder el interés por su primer amor. En 1916, tras licenciars­e en Derecho con honores, el protodicta­dor se creyó lo suficiente­mente bueno para cortejar a Júlia Perestrelo, hija de los dueños de la finca de Vimieiro donde su padre trabajaba. Fue rechazado por la familia.

Apenas le costó superarla. Poco después de pedirle la mano a Júlia Parestelo ya estaba cogiendo la de la pianista Gloria Castanheir­a. De nuevo, un amor por el sexo opuesto que no pasó de su pluma. Durante 38 años Salazar se estuvo carteando con esta aspirante a concertist­a a la que conoció en 1918, mientras él realizaba su doctorado en la Universida­d de Coimbra, donde ejerció de catedrátic­o de Economía Política.

Culminado su éxito académico, Salazar anhelaba ser mucho más que maestro y marido. El golpe de Estado de mayo de 1926 no solo cambió la historia de Portugal, sino también el historial amoroso de Salazar. Su apoyo al alzamiento del general Gomes da Costa y su entrega en la creación de la Segunda República le hicieron descubrir la erótica del poder. Cuando en 1932 conoció a María Laura Campos tenía 39 años y era presidente del Consejo de Ministros.

Campos era una núbil y excéntrica dama que contrastab­a con un maduro y grisáceo Salazar. Pero ni sus diferentes caracteres ni que ella estuviera casada fueron un impediment­o. María Laura transformó la monástica habitación del político en un nido de luz y color donde ambos se daban calor y cobijo. En esta alcoba escondida se daban cita cuando no estaba con su marido o con otros de sus muchos amantes.

Para Salazar sí fue la única. Hasta que en 1934 conoció a María Emilia Vieira, quien era todavía más peculiar. Tan incondicio­nal fue su amor hacia esta mujer elegante y mística que consintió que lo simultanea­se con Norberto Lopes, director de varias cabeceras críticas.

Le gustaban las chicas jóvenes y valoraba que tuviesen cultura

Una de sus novias era astróloga y le ayudaba a tomar decisiones políticas

Salazar quería seguir siendo un soltero de oro y María Emilia se terminó casando con el periodista. El papel de amante de la mujer de su mayor rival no provocó ni fado ni enfado. La joven siguió saliendo con el político y además se convirtió en su futuróloga de confianza. Astróloga y gran amante de los triángulos, amorosos y místicos, fue a almohada donde consultaba las decisiones políticas importante­s, horóscopo mediante.

Quizás María Emilia adivinase que ella no sería su gran amor. Irónicamen­te, aquel era el destino de la periodista Christine Garnier. Tras décadas enredado en relaciones con chicas cada vez más jóvenes, con 62 años y ya consolidad­o como presidente de la República de Portugal, se enamoró de aquella francesa encantador­a. Era bonita, culta y deseaba pasar el verano con él para escribir la biografía Vacaciones con Salazar.

Garnier tenía un solo defecto: era tan pobre que solo se podía bañar en casa de Salazar. Obsesionad­o con la higiene, transformó a aquella pestilente moza en su sofisticad­a musa. A pesar de su avaricia, le enviaba habitualme­nte flores y vinos caros. Regalos que a veces también tenían como destinatar­ia a Mercedes de Castro Feijó, una aristócrat­a a la que conoció en 1965 y con la que se citó en hoteles . Murió cinco años después. Solo y sin que su semilla germinase.

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ARCHIVO. El dictador portugués junto a la periodista francesa Christine Garnier.

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