El Mundo Madrid - Weekend - La Otra Crónica
LA PRIMA ‘ABEJITA’ DE ENA QUE POR INDISCRETA NO SERVÍA PARA REINA DE ESPAÑA
‘Bee’ (La Esfera) cuenta la historia de la nieta de la reina Victoria que se casó con Alfonso de Orleans, primo de Alfonso XIII, con el que galanteó.
UNA MUJER FASCINANTE. Nieta de la reina Victoria y nieta también de un zar de Rusia. Cosmopolita pero llena de aristas. Militante en la defensa de la Monarquía en los días del primer franquismo. Activa en labores de retaguardia durante la Guerra Civil. A ella se debe el diseño del emblema de la aviación y Ejército del Aire, el popular rokiski, que luego exportamos a la Royal Air Force. Lució las joyas más fabulosas y también conoció la precariedad del exilio. Pero Beatriz de Sajonia-Coburgo fue también un personaje lastrado por las malas lenguas.
Su matrimonio con el infante Alfonso de Orleans en 1909 estuvo desde el principio en el ojo del huracán: primero fue su reticencia a convertirse al catolicismo y después su presunto galanteo con Alfonso XIII. ¿Fue aquello cierto? Era prima carnal de la reina Victoria Eugenia y en los círculos cortesanos de la época, todavía anclados en el conservadurismo un poco rancio de María Cristina de Habsburgo, el carácter desenvuelto y locuaz de la atractiva princesa británica no sentó del todo bien.
Pero aquellas difamaciones tienen poco de realidad: Bee –abeja en inglés y apelativo con el que la conocían en su familia– fue una mujer íntegra, consciente de la responsabilidad que le confería su posición dinástica y poco dada a tolerar calumnias que pudiesen empañar su matrimonio.
La primera vez que escuché hablar de Beatriz de Sajonia-Coburgo fue a raíz de una investigación sobre la boda de Alfonso XIII en 1906. Aparecía en una de las carrozas del cortejo nupcial. A priori el personaje podría parecer intrascendente, una más entre la mucha parentela de quien iba a convertirse en reina de España. Pero su nombre volvía a salir en la Crónica de Alfonso XIII de Melchor de Almagro San Martín y en las Memorias de Doña Eulalia de Borbón. ¿Quién era entonces esta mujer que provocó un cisma en el seno de Familia Real española? ¿la princesa cuyo protestantismo alejó a Alfonso de Orleans de la Corte?
Beatriz era la hija menor del entonces duque de Edimburgo, el segundo de los hijos de la emperatriz Victoria y heredero del gran ducado de Sajonia-Coburgo-Gotha. Su madre era la gran duquesa rusa María Alexandrovna, la única descendiente femenina del libertador de los siervos, el zar Alejandro II. Quizá por ello desde su nacimiento en Ashford, cerca de Londres, en 1884 y hasta su muerte en Sanlúcar de Barrameda en 1966, la vida de Beatriz de Sajonia-Coburgo se convierte en un recorrido por la historia de Europa que nos lleva de la Inglaterra victoriana a la España del tardofranquismo.
La sangre que la unía con las dinastías más importantes de la historia hace de su biografía un viaje fabuloso a través de casi un siglo de historia. Su residencia en Londres era Clarence House. Pasó unos años en Malta –en el palacio de San Antonio, el mismo palacio de los días de feliz matrimonio de Isabel II y Felipe de Grecia–, disfrutó de la season, las regatas de Cowes y se presentó en sociedad en Buckingham ante su tío Eduardo VII. Pero también pasaba largas temporadas en el Palacio de Invierno en San Petersburgo, asistió a la coronación de su primo Nicolás II y vivió un romance juvenil con el gran duque Miguel Romanov. ¿Se imaginan ser prima, a la vez, del kaiser Guillerno II, el rey Jorge V y el último zar de Rusia? Los actores principales de la Gran Guerra unidos en la misma sangre.
De niña, cuando su padre heredó el ducado, se había tenido que trasladar a vivir a Coburgo, al castillo de Rosenau. Ella y sus hermanas eran muy buenos partidos para los príncipes casaderos de la época y, como era de esperar, pronto entraron en juego las maniobras casamenteras propias del momento. Su hermana mayor, Missy, se convertirá en reina de Rumanía, quizá la más apabullante de las soberanas consortes de su tiempo. Ducky, la segunda, protagonizará un gran escándalo sentimental del que descienden los actuales pretendientes al trono ruso, y la tercera, Sandra, la menos guapa pero también la más sensata, entroncará con las ramas teutonas que simpatizaron con el nazismo.
El hermano varón, Affie –en el lenguaje que emplean en la correspondencia familiar– se pegó un tiro el mismo día que sus padres celebraban las bodas de plata en el palacio ducal de Reinhardtsbrunn, en Gotha. Aunque Beatriz nunca hablaba de aquello, fue algo que la marcó para siempre. Igual que la Revolución Bolchevique de 1917, que le tocó en su propia piel y dejó a su madre, mujer riquísima y con la colección de zafiros más fascinante de su tiempo, en la pobreza. Más de 20 parientes rusos, incluido su primer novio, murieron asesinados por los comunistas.
Bee conoció a quien iba a convertirse en su marido durante los festejos nupciales de Alfonso XIII. Nada menos que un bizarro infante español, hijo de Eulalia de Borbón y del díscolo Antonio de Orleans. Se enamoraron, pero también empezó su calvario en una España aún pacata, pero constitucional, en la que no encajaba una princesa protestante con carácter y determinación. Llegó el exilio, Coburgo, Francia, la guerra del Rif y el regreso a España para brillar en una corte en la que algunos no perdonaban el influjo que ejercía sobre su prima, Ena. ¿Amamantar a los niños? ¿vestirse con túnicas, sombreros y plumajes traídos desde París?
Los San Carlos, la marquesa de Viana y la propia Infanta Isabel, la popular Chata, no veían bien los aires mundanos de Beatriz. Pero con ella la sangre de los Orleans se mezcló con los Sajonia-Coburgo para unir dos estirpes de leyenda. Tuvieron tres hijos, apuestos, elegantes y buenos deportistas que compartirán, con sus padres, los sinsabores del exilio. ¡Expulsados de España! Volverán en 1926, tras la brillante intervención de Ali en el desembarco de Alhucemas.
Desde su palacete de Quintana el matrimonio vivió la Dictadura y las inestables jornadas que trajeron la proclamación de la II República. En esas horas difíciles, sola y sin Alfonso, con la anciana tía Isabel, Beatriz volvía a demostrar su temperamento. Y llegó otro destierro y la Guerra Civil. El segundo de sus hijos murió en combate en noviembre de 1936. “No es una infanta de España, es una madre que llora cual solo sabe llorar la que vio salir al hijo… ¡y ya no ha de verlo entrar!”, rezaba el Romance del príncipe Alfonso que hizo tan popular la voz del pueblo español. Desde Frentes y Hospitales, se entregó al triunfo de la causa nacional pues pensaba que sería el camino hacia la restauración. ¡Franco y la traición de tantos monárquicos! ¿Nunca darían paso al rey? Serrano-Suñer, Kindelán, el duque de Alba y los condes de Barcelona desfilan por la vida de la infanta como partes de una escultura que ella misma trató de cincelar, pero jamás terminó.
Beatriz, Bee, fue una princesa adelantada a su tiempo. Arrogante, quizá. Indiscreta, seguro. Tenía una alta idea de su importancia, era irónica y con un elevado sentido artístico. Disfrutó y sintió. Despertó envidias y recelos, pero fue leal: a su familia y a su esposo. A una identidad dinástica que supo anteponer a humillaciones y desplantes. La más altiva, pero también la más fiel.
Fue princesa de la Gran Bretaña y murió como infanta de España, la de los pobres de Sanlúcar de Barrameda y la Casa de la Maternidad. Una vida de gustos sencillos y costumbres exquisitas. Devota pero jamás beata. Curtida en duelos familiares y rivalidades entre naciones, las suyas, las de su sangre. La última superviviente del duque de Edimburgo y María Alexandrovna y la esposa de un aviador.
Su vida transcurrió entre palacios y alhajas, salones de baile y lustrosos cascos de acero. Viajes exóticos y ferrocarriles de primera clase para ser testigo de las últimas ceremonias de grandeza en Europa. Clarence House, su casa en Londres, fue la vivienda de Carlos de Inglaterra hasta su proclamación como rey. El Palacio de Invierno de San Petersburgo es actualmente la sede del Museo Hermitage y el Palacio Real de Madrid se utiliza para recepciones de la Familia Real. Rosenau, el hogar de la infancia de Beatriz, está a cargo de la Administración Bávara de Palacios del Estado Federado de Baviera y el palacio de los duques de Montpensier es, desde 1982, la sede del Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda. El Botánico y Torre Breva siguen todavía, en manos de los herederos de los infantes.
Ella es el resultado de un crisol de creencias y culturas que confluyen en una mujer diferente: una sensibi
El círculo íntimo del Rey la veía demasiado mundana
El segundo de sus hijos murió combatiendo en 1936
lidad artística extraordinaria, adelantada a su tiempo, arrogante pero generosa. Hizo lo que quiso, pero jamás perdió de vista la alta responsabilidad histórica que le confería su monarquismo.