El Mundo Nacional - Weekend - La Otra Crónica

EL GLORIOSO 92 QUE ENCUMBRÓ AL REY JUAN CARLOS ANTES DE PERDER LA NOCIÓN DE LA REALIDAD

Juan Carlos I jugó un gran papel para que los Juegos se celebraran en Barcelona hace 30 años. Su popularida­d estaba disparada. Pero entonces, relatan algunos autores, coqueteó con divorciars­e y...

- POR EDUARDO ÁLVAREZ

PASABAN CUATRO MINUTOS de las ocho de la tarde del 25 de julio de 1992 cuando a través de la potentísim­a megafonía del estadio olímpico de Montjuic empezó a sonar Els Segadors, el himno oficial de Cataluña. Y justo en ese momento hicieron acto de presencia los Reyes para ocupar sus puestos de honor en un palco de autoridade­s abarrotado con una cuarentena de jefes de Estado y miembros de la realeza de todo el mundo. El historiado­r Jordi Canal, estudioso de la institució­n monárquica, cuenta en su libro 25 de julio. 1992. La vuelta al mundo

de España que no fue ortodoxo que los monarcas accedieran mientras sonaba el himno autonómico, pero que fue la inteligent­e solución que a alguien se le había ocurrido para tratar de contrarres­tar los temibles silbidos que se esperaban.

Y, sin embargo, no hubo pitada alguna. Al revés. Con Don Juan Carlos y Doña Sofía ya en sus sitios, sonó el himno español, acogido con respeto por parte de las gradas, y el Rey disfrutarí­a en la bautizada por muchos como la noche más hermosa de Barcelona de la ovación dispensada por la mayoría del público.

Superado el instante de tensión, los monarcas disfrutaro­n de lo lindo de una de las más brillantes ceremonias de inauguraci­ón de Juegos Olímpicos. En el imaginario colectivo, a pesar de que este lunes se cumplen ya 30 años de aquello, permanecen intactas imágenes tan icónicas como la de la infanta Elena llorando a mares, emocionada mientras su hermano, el entonces Príncipe Felipe, recorrió durante seis minutos los 300 metros correspond­ientes sobre la pista como orgulloso abanderado del equipo olímpico español.

La comunión por entonces entre la Familia Real y la ciudadanía española era absoluta. La popularida­d de Don Juan Carlos se mantenía en índices superiores al 70%. Y al apoyo que recibía su gestión como Jefe del Estado, catapultad­o desde su papel el 23-F de 1981, se unía el sentimient­o patriótico casi de euforia que generaba en nuestro país el hecho de ser la nación donde parecía que en 1992 ocurría todo. Porque, recordemos, aquel año hicimos pleno con la coincidenc­ia de la Exposición Universal de Sevilla, la capitalida­d cultural europea de la ciudad de Madrid, los mencionado­s Juegos Olímpicos en Barcelona e incluso citas de tan alto nivel como la II Cumbre Iberoameri­cana de Jefes de Estado y de Gobierno. España parecía poderlo todo mientras sólo los tachados de muy agoreros empezaban a otear al fantasma que traería la crisis económica un año después. Y existía un consenso muy generaliza­do –y fundado– en que el gran reconocimi­ento internacio­nal de Juan Carlos I ayudaba de forma decidida a que nuestro país estuviera tan presente en el mapa global.

El idilio entre el Rey y su pueblo parecía irrompible. Y la monarquía era percibida como un importante factor de estabilida­d, como un motor para el avance nacional y como un referente social.

Pero en 1992 no se sabían mu

El Rey temía una pitada pero recibió la ovación de Montjuic

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EFE El Príncipe Felipe, abanderado del equipo olímpico español.

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