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SU PASIÓN EN LA ISLA ACABA CON LAS ESPERANZAS DE LA INFANTA
A la hermana del Rey le cuesta asumir la nueva realidad y se “siente un poco perdida”. Las apasionadas fotos de su ex en Formentera con su novia Ainhoa no le ayudan precisamente en este trance.
UNA DE LAS NOTICIAS DE LA SEMANA en el papel cuché ha sido la romántica escapada de Iñaki Urdangarin y Ainhoa Armentia a Formentera, donde las cámaras les han captado paseando de la mano, comiendo en un chiringo y besándose en el agua, lo que demuestra que su relación va viento en popa.
Cuestión que más de uno dudaba, visto el secretismo que mantiene Iñaki en su relación con Ainhoa, que contrasta con sus continuos encuentros públicos con la Infanta, con la que ya está bastante avanzado el divorcio, que, si no surgen imprevistos, será de mutuo acuerdo. Algo que a Cristina, que sacrificó familia y país por amor y hasta compartió con su marido pena de banquillo en el juicio Nóos, le estaría costando asumir.
Es la razón, según un allegado, de su sorprendente comportamiento. “Distanciada de la Familia Real y exiliada en Washington y después en Ginebra, para ella Iñaki y el clan Urdangarin, que la ha apoyado incondicionalmente, lo han sido todo. Ahora se siente un poco perdida, le está costando desenganchar de su vida anterior”.
Principalmente por eso su padre, Don Juan Carlos, y su hermana Elena viajaron a Ginebra a finales de agosto para apoyarla.
Y explica esta chocante situación entre los ex duques. A pesar de la separación, la Infanta ha sido una presencia constante este verano en la vida de Urdangarin y su familia. Pasó unos días a principios de agosto en Bidart, punto de encuentro estival del clan Urdangarin y su refugio veraniego tras ser vetada en Marivent, y además no tuvo reparo en coincidir allí con su ex, siendo fotografiados juntos en la playa con sus hijos Pablo, Miguel e Irene.
Posteriormente, coincidiendo con una impactante foto de Urdangarin desecho en lágrimas, se supo que por estar en libertad condicional, le denegaron el visado en EEUU para asistir el 19 de agosto a la boda de uno de sus sobrinos. Lo que nadie podía sospechar es que, según se publicó, en su lugar acudió la Infanta con sus hijos Irene, Juan y Miguel, y celebró el acontecimiento como una más de la familia .
Quedaban por ver imágenes del ex matrimonio el 4 de septiembre en la catedral de Jaca en el funeral de Eduardo Roldán, director de la estación de Candanchú, al que también acudió la Infanta Elena.
Los ex duques mantuvieron las distancias ante los numerosos fotógrafos apostados, pero al terminar se escaparon juntos a un bar donde, según testigos, permanecieron largo rato en la barra charlando como si nada pasara entre ellos. Y, recientemente, según publica Vanitatis, antes de su escapada a Formentera con Ainhoa, viajó a Ginebra para estar unos días con su hija Irene, coincidiendo una vez más con su ex mujer.
Su entorno justifica estos frecuentes encuentros por el bien de sus hijos, pero la fuente antes citada apunta: “No son críos pequeños, tienen entre 17 y 22 años, edad suficiente para asumir sin traumas la separación”.
Para este testimonio, la razón subyacente es la resistencia de la Infanta a asumir su nueva realidad y el interés de Iñaki, que actualmente está en paro y sin ingresos conocidos, para que nada interfiera en un divorcio de mutuo acuerdo, que le beneficiaría en todos los aspectos.