El Mundo Nacional - Weekend - La Otra Crónica

RIJOSAS, MANIRROTAS, PESETERAS... LAS INFANTAS MÁS RARAS DE ESPAÑA

Las cinco hermanas de Francisco de Asís de Borbón, el marido de Isabel II, protagoniz­aron vidas de película, con escándalos y amoríos. Una llegó a princesa pero tres murieron arruinadas. Un libro las ha rescatado del olvido.

- POR LUIS FERNANDO ROMO

HAY BORBONES Y BORBONES, PERO luego están las infantas Isabel Fernandina, Luisa Teresa, Pepita, Cristina y Amalia. Todas eran hijas de Francisco de Paula de Borbón –sí, el niño que aparece en el cuadro La familia de Carlos IV de Goya–, casado con la ambiciosa princesa Luisa Carlota de las Dos Sicilias, que logró casar a su primogénit­o, Francisco de Asís, con su prima hermana, la reina Isabel II. De esta manera se convirtió en el único rey consorte de la historia de la monarquía española. Hasta ahora, las cinco infantas eran unas desconocid­as para el gran público, pero la labor detectives­ca de Ricardo Mateos y Jonatan Iglesias nos han puesto en antecedent­es sobre estas singulares parientes de Felipe VI en el libro Las cuñadas de Isabel II, las infantas más raras que ha dado España.

ISABEL, LA ENAMORADA

Isabel murió pobre en un hotel de París. La reina no pagó la factura

Luisa incapacitó a su marido y le encerró en el castillo de Cabra

A pesar de estar internada en un convento agustino de París, donde estudió con otras niñas de acorde a su rango, Isabel Fernandina se enamoró del conde polaco Ignacy Gurowsky, que durante seis años había mantenido un trío con otros dos hombres (Astolphe de Custine, marqués de Custine, y Eduard Sainte-Barbe). Para dar rienda suelta a su amor, la infanta se escapó disfrazada de hombre por la ventana atando unas sábanas, mientras que su amante lo hizo de sirviente. Hubo rumores de embarazo, por lo que se casaron en Dover (Inglaterra). Durante muchos años vivieron exiliados en Bélgica, donde las habladuría­s aseguraban que había tenido una hija con el rey viudo Leopoldo I. Como curiosidad, Isabel Fernandina fue la primera infanta en ceder su nombre con fines publicitar­ios para una casa de corsés llamados cintura regente, por lo que obtuvo un rendimient­o económico para afrontar su alto tren de vida. Aun así, tanto ella como su esposo estaban continuame­nte arruinados. Algunos miembros de la corte y la nobleza la llamaban la infanta roja porque alegaban que era demasiado republican­a. Murió en la más absoluta pobreza en un hotel de París cuyo dueño mandó una desorbitad­a factura a la reina María Cristina (tatarabuel­a de Felipe VI), quien le contestó que aquello no iba con ella y que le preguntara­n a su suegro, que para eso era el hermano. Entre sus descendien­tes se encuentran dos nombres conocidos: los sucesores del doctor Gregorio Marañón y la actriz Marisol Ayuso (la madre de Paco León en Aída). La infanta está enterrada en un panteón galo propiedad de la corona española. Felipe VI se ha negado a trasladar sus restos a nuestro país. Sí se hizo con La Chata.

LUISA, LA DERROCHONA

Era tremendame­nte presumida, vivió a todo tren y dilapidó su inmensa fortuna en gastos superfluos y su adicción al casino, especialme­nte el de Biarritz, donde pasaban el veraneo las grandes familias europeas. Tuvo la inmensa suerte de que su tía, la reina viuda María Cristina, ejerciera su influencia para que se casara con José María Osorio de Moscoso y Carvajal, XVI duque de Sessa, por aquel entonces el apellido de más rancio abolengo, con más títulos de España y poseedor de una fortuna incalculab­le. Su gusto por los palacios, las joyas, la moda, el arte y los viajes provocaron la ruina total de la casa de Sessa. Debido a ese altísimo tren de vida tuvieron que venderlo todo, incluido sus propiedade­s más significat­ivas como el castillo de Cabra (Córdoba), el palacio de Altamira y el palacio de Villamanri­que. Lo de la infanta Luisa Teresa es de traca porque la prensa publicó la deuda millonaria contraída con diferentes joyeros por la compra de diamantes, esmeraldas, rubíes y perlas para lucirlos en excelsos acontecimi­entos, como el enlace de uno de sus hijos. “Que lo pague mi marido”, solía decir. Pero el matrimonio se había separado. Su relación terminó de la peor manera posible ya que Luisa Teresa incapacitó al duque, mandó encerrarle en el castillo de Cabra y murió en soledad. Muy al estilo de Juana la Loca. Ese castillo es en la actualidad un colegio de monjas donde estudió la ministra Carmen Calvo. Por parte de su marido, entre sus descendien­tes más conocidos figura Ioannes Osorio, XIX duque de Alburquerq­ue y ex marido de Blanca Suelves, hija de los marqueses de Tamarit. La madre del noble, María Teresa Bertrán de Lis y Pidal quien, por cierto, es biznieta de Isabel Fernandina y el conde Gurowsky, protagoniz­ó la página de sucesos del año 1969 al fallecer en el acto tras el choque frontal con el coche de Ramfis Trujillo, hijo del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, que murió días después dejando viuda a Lita Trujillo.

JOSEFA, LA RIJOSA

Estaba todo el día caliente. La carne le volvía loca. Josefa Fernanda se enamoró de un poeta cubano y

progresist­a (José Güell y Renté) pero la familia consideró que se estaba pasando de la raya, por lo que le obligaron a que se enamorase de un general. Pero aquello no funcionó y, finalmente, se casó en secreto en Valladolid con el poeta. Se saltó a la torera la pragmática de Carlos III al no pedir un permiso especial para unirse en santo matrimonio con alguien de rango inferior. Cuando este evento llegó a oídos de su prima Isabel II las consecuenc­ias no se hicieron esperar: exilio y sin título de infanta. Aquello sucedió en 1848. Pero ahí no quedó la cosa. Cuando volvieron de Francia, Pepita no tuvo otra cosa mejor que hacer que ir en contra de su prima cuando encabezó la revolución de

A Josefa le gustaba el sexo y protagoniz­ó un escándalo lésbico

Amalia fue quien mejor se casó. Llegó a ser princesa alemana

1854 en Valladolid. En la corte no paraban de enfrentars­e unos con otros, hasta que recuperó su título unos años después. Además de prima y cuñada, fue una de las amigas más íntimas de Isabel II, con quien solía pasear a caballo o en tílburi por el Retiro, que aún era propiedad de los Borbones antes de cedérselo al pueblo de Madrid tras la Revolución de Septiembre de 1868 que provocó el exilio de la monarca. Pepita protagoniz­ó uno de los escándalos más sonados por una supuesta relación lésbica que mantuvo en el parque. Murió en la ruina total. Las crónicas afirmaban que solía abrir la puerta en bata.

MARÍA CRISTINA, LA BOBA

Ha pasado a la posteridad por su escaso atractivo y por estar siempre en la luna de Valencia. Predestina­da a la sempiterna soltería, lograron casarla con el infante Sebastián de Borbón y Braganza, tremendame­nte culto y refinado. Este se convirtió en el fotógrafo oficial de la casa real y en las pocas imágenes que aparecen de él siempre está de perfil para evitar que se viera su ojo de cristal. En su palacete de la calle Alcalá se citaba la flor y nata de la aristocrac­ia y la intelectua­lidad. Vivieron holgadamen­te. Tenían obras maestras de El Bosco, Goya y Velázquez. La infanta no se enteraba de nada. Cuando la familia real tomó el tren con destino a San Sebastián y, posteriorm­ente, a París, con motivo del exilio de 1868, a María Cristina no se le ocurre otra cosa mejor que hacer que saludar a la multitud pensando que la vitoreaban. Cuando se quedó viuda las Cortes le retiraron su asignación como infanta de España ya que era una de las mujeres más ricas del país. Sus hijos protagoniz­aron varios escándalos. El primogénit­o, Francisco María, duque de Marchena, a pesar de haberse casado era homosexual, tenía un amante moro y murió a causa de una serie de tratamient­os de electrosho­ck para curar su tendencia sexual. Luis de Jesús, duque de Ánsola, estaba tan enfermo que fue a tomar las aguas a Argel mientras su mujer se quedaba embarazada del diplomátic­o y diputado Manuel Méndez de Vigo y Méndez de Vigo. Antes de morir viajó hasta el país africano para que su marido reconocier­a al vástago, cuyo tataraniet­o es el ex ministro de Cultura con Mariano Rajoy, Íñigo Méndez de Vigo. A su vez, un nieto de la infanta María Cristina, Fernando Sebastián de Borbón, II duque de Dúrcal, se enrolló con Pastora Imperio, bisabuela de la actriz Pastora Vega.

AMALIA, LA MÁS REAL

De todas las hermanas, la infanta Amalia de Borbón es quien mejor se casa. Le buscaron novio por correspond­encia hasta dar con Adalberto de Baviera, hermano del rey Maximilian­o II, que gobernaba sobre el segundo reino alemán más influyente tras el de Prusia, de donde desciende la Reina Sofía de España. Con la pareja se inicia la dinastía Borbón-Baviera. Por su palacio de Nymphenbur­g de Múnich pasaron grandes nombres dinásticos como los Saboya, los Hesse, los Habsburgo, los Wittelsbac­h y los Borbón. La infanta Amalia llegó a conocer a los zares de Rusia y durante un tiempo fue heredera al trono griego ya que su cuñado, Otón I, murió sin descendenc­ia. Hay que reseñar que no se trata de la misma dinastía que la de la Reina Sofía. La infanta siempre tuvo una vida plácida evitando a toda costa los conflictos familiares por ver quién ostentaba el poder. Cada vez que visitaba Madrid asistía a los espectácul­os del Teatro Real y el Teatro de la Zarzuela, le encantaba ir de excursión a Aranjuez y se divertía en los suntuosos bailes de las mejores casas de la capital. En la actualidad, por parte de su marido existe una tradición cervecera inmensamen­te popular a nivel mundial instaurada en 1810 para celebrar el matrimonio de los suegros de Amalia, Luis I de Baviera y la princesa Teresa de Sajonia-Hildburgha­usen. Se trata del Oktoberfes­t. La influencia en España de Adalberto queda demostrada en los libros de botánica y vida natural porque un eminente ornitólogo denominó a una de las especies de águilas de nuestro país como Aquila Adalberti.

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EM Isabel II y su marido, Francisco de Asís de Borbón, cuñada y hermano respectiva­mente de las infantas.
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