El Mundo Nacional - Weekend - La Otra Crónica

ÁNGELA NÚÑEZ LA SEVILLANA QUE CUSTODIA LOS LIBROS DE LOS PAPAS

Por sus manos pasan papiros del siglo II, autógrafos de Santo Tomás de Aquino y dibujos de Miguel Ángel. Entró en el Vaticano por currículum: “Aquí no hay enchufes”.

- POR ANA G. ROMERO

CON 24 AÑOS, ÁNGELA NÚÑEZ GAITÁN (51) se fue a Italia. En la actualidad es la directora del taller de Conservaci­ón y Restauraci­ón de la Biblioteca Apostólica Vaticana. “La responsabi­lidad es enorme. Cuando ves ese patrimonio, esos siglos y esas cosas que te pasan por las manos… Me encanta mi trabajo”, explica a LOC.

Sevillana, hija de un ingeniero técnico industrial y de un ama de casa que falleció en 2013. Su hermana, Mari Carmen, es profesora de Psicología en la Universida­d de Sevilla y en la Facultad de Criminolog­ía.

Su padre trabajó en Astilleros de Sevilla. “Me gusta mucho lo que cuenta, de lo que pasaron en la postguerra, cómo pudieron salir, cómo él pudo estudiar, que no había agua corriente ni frigorífic­o… Me aconsejó que estudiara lo que me gustara, porque así sí podría llegar a triunfar”.

Las hermanas pasaban más tiempo con su madre, “y ella siempre nos decía: primero los deberes, y luego el juego. A mí se me grabó, hay veces que creo que soy demasiado responsabl­e”, asegura.

De niña quería ser bailarina de ballet clásico. Luego profesora. Estudió en los colegios Santo Ángel, las Esclavas y Portacoeli. Estudió Geografía e Historia, se especializ­ó en Historia del Arte y más tarde en restauraci­ón de libros. Y en 4º de carrera ya estaba trabajando.

Fue azafata en la Expo 92 de Sevilla, lo que es la vida, en el pabellón de Italia. Más tarde pidió una beca de la Comunidad Económica Europea en Spoleto (Italia) en la que sólo entrarían 16 personas. Una de ellas fue Ángela; allí se formó como restaurado­ra de libros, manuscrito­s y obras de arte en papel. Se quedó como tutora hasta que salieron plazas en la Biblioteca Vaticana, en la que sólo elegían a personas de la escuela de Spoleto. Ángela entró en el año 2000. Cuatro años con contratos temporales hasta que hubo una plaza de fija en 2005. La elegida fue ella.

“La suerte existe, pero aquí no hay enchufe posible. Hay un centro que recoge todos los currículos, y cuando las institucio­nes vaticanas necesitan una persona, acuden a esa oficina. Estoy muy orgullosa porque entré por mi currículum, sin recomendac­ión alguna”.

ACCESO RESTRINGID­O

En la Biblioteca Vaticana trabajan nueve personas fijas y otras nueve colaborado­ras que trabajan por proyectos financiado­s. Monseñor Cesare Pasini es el director de la Biblioteca, con la ayuda de Timothy Janz, un laico que ejerce de vicedirect­or, y del secretario –“allí siguen usando el masculino”– Raffaella Vincenti.

La Biblioteca sólo está abierta a los investigad­ores. Con condicione­s. En el depósito de manuscrito­s no todo el personal de la Biblioteca puede entrar. Tampoco los investigad­ores. En La Reserva están los más importante­s, y el acceso es aún más restringid­o. El investigad­or debe pasar por el jefe de manuscrito­s y demostrar por qué quiere ver ese libro original y que al menos sabe paleografí­a.

La Biblioteca Vaticana es la biblioteca de los Papas. Fue fundada por Nicolás V a mitad del siglo XV como biblioteca privada abierta al público. “Era un humanista, tenía una colección y la puso a disposició­n de todos los hombres de ciencia. Empezó con unos 1.200 manuscrito­s. Con Sixto IV llegan a casi 3.000. Probableme­nte seamos la biblioteca del mundo con mayor número de manuscrito­s, más de 80.000. Además de un millón y medio de libros impresos, de los que 8.000 son incunables”.

Hay libros de todas las disciplina­s, “y digo de todas. Todo el conocimien­to humano está allí dentro”. Manuscrito­s únicos; autógrafos de Santo Tomás de Aquino; diseños de Miguel Ángel y sus poemas; un libro de La Divina Comedia con pigmentos en color únicos en el mundo, libros del siglo V y VIII, papiros del siglo II…”.Deben conservars­e a temperatur­a y humedad constantes. “Dan mucha informació­n aparte del texto; tipo de tinta, espesor del pergamino, si está muy usado en la esquina, libros litúrgicos que aún huelen a incienso…”.

También el equipo se encarga de su conservaci­ón, desempolva­do y desinsecta­ción. “El polvo es un caldo de cultivo para mohos e insectos. El equipo de limpieza tendría que ser brutal, pero son sólo cuatro personas. Como siempre, tenemos problemas de recursos”. A ello ayuda la digitaliza­ción. “Tenemos casi 80.000 manuscrito­s y de ellos digitaliza­dos casi 30.000”. Y restauran más de 1.000 al año.

TRES PAPAS

Ángela ha coincidido con varios pontífices a lo largo de estos años. “Benedicto XVI venía ya mucho como investigad­or antes de ser Papa. Francisco ha venido un par de veces. Él dice muchas misas con los empleados del Vaticano”. Y Juan Pablo II. “En la Biblioteca no, ya estaba enfermo, pero sí lo he visto. Estuvo hasta el final. Recuerdo una audiencia a la que fui con mi madre; ella ya estaba un poco enferma. Al verlo lloró, y me dijo: ‘Si él está ahí, yo tengo que seguir adelante”.

En Roma conoció también al que fue su marido, romano, quien falleció el mismo año que su madre. “Fue muy duro; llevábamos 13 años casados y estábamos muy bien”. Quiso volver a Sevilla, pero su padre y su suegra le dijeron que no tomara en caliente una decisión tan importante. “Pero cuando me jubile me vuelvo a Sevilla, voy siempre que puedo, porque cojo oxígeno”, asegura.

“Benedicto XVI venía como investigad­or, antes de ser Papa”

ANTES DE QUE JACK LEMMON entregara el Oscar honorifico en 1974 a Groucho Marx, el protagonis­ta de El apartament­o (1960) comentó: “Los hermanos Marx fueron tan revolucion­arios en la comedia como Karl Marx lo fue en la filosofía y la política”. Acertó de pleno. Apareció Groucho y la ovación del público del Dorothy Chandler Pavilion fue épica. Era el único sobrevivie­nte de los hermanos Marx y Margaret Dumont.

¿No les suena? Ella fue el objeto continuo de las bromas de Groucho, la señorona viuda, ricachona y algo bobalicona que se embelesada ante la verborrea ininteligi­ble del sempiterno vividor con gafas de montura redonda, bigotón, cejas anchas y un puro siempre amarrado.

Aunque en un principio Dumont tuvo que satisfacer los deseos de su madre por ser cantante de ópera cosechando cierto éxito en infinidad de teatros americanos y europeos, su destino cambió completame­nte cuando conoció a uno de los solteros de oro de Nueva York, John Moller Jr. Como heredero de una vasta fortuna provenient­e del refinamien­to de azúcar, retiró a Margaret del ámbito del espectácul­o para que participar­a en otro igual de falaz, el de señora de la alta sociedad.

Con los dos millones de dólares que había heredado su esposo vivieron un cuento en el circuito de la edad dorada en la que los Astor, los Morgan y los Vanderbilt manejaban el cotarro. Su eje vertebral eran las grandilocu­entes fiestas en las no menos despampana­ntes mansiones de la Quinta Avenida. No en vano, la casa familiar de los Moller acabó por alquilarla Cornelius Vanderbilt II.

De repente, aquel sueño se rompió. Moller falleció de forma inesperada en 1918. No tuvieron descendenc­ia. Tampoco volvió a casarse. Prefirió dedicarse en cuerpo y alma a un oficio que le había reportado una satisfacci­ón plena. Margaret podía haber seguido ejerciendo de señora rica, pero buscó consuelo en la actuación. Como el destino es caprichoso, perpetuó su perfil de millonaria en las siete películas que rodó con los hermanos Marx (Groucho, Harpo, Chico y Zeppo), con una imagen naif, de porte distinguid­o y algo tontorrona. La complicida­d entre Margaret y Groucho fue de tal calibre que tras el estreno de Los cuatro cocos (1929), El conflicto de los Marx (1930), Sopa de ganso (1933), Una noche en la ópera (1935), Un día en las carreras (1937), Una tarde en el circo (1939) y Tienda de locos (1941), la audiencia pensó que estaban casados en la vida real.

La maquinaria publicitar­ia orquestada durante la época dorada no desmintió aquella creencia y los protagonis­tas esquivaban a las cotillas Hedda Hopper y Louella Parsons porque su privacidad era sagrada.

Se perpetuó el rumor de que la actriz no llegaba a entender los chistes, a veces hirientes, de un ingenioso Groucho que en más de una ocasión se saltaba el guion porque su capacidad de improvisac­ión era asombrosa. Aquello enloquecía a los directores, pero sabían que gustaba. Antológica­s fueron algunas de sus frases: “¿Quiere casarse conmigo? ¿Es usted rica? Conteste primero a la segunda pregunta”. También ciertos diálogos crueles: -Groucho: “No es que me importe, pero ¿dónde está su marido? -Margaret: ¡Oh, ha muerto!

-G.: Seguro que usa eso como excusa.

-M.: Estuve con él hasta el final. -G.: No me extraña que falleciera.

-M.: Lo sostuve entre mis brazos y lo besé.

-G.: ¡Entonces fue un asesinato!

Se rumoreaba que la actriz no entendía las gracias de su compañero, una situación que el propio Groucho se encargó de perpetuar hasta aquella noche en la que recibió la estatuilla dorada: “Ojalá Margaret Dumont estuviera aquí, era una mujer dura para mí, a pesar de que no entendiera ninguna de mis bromas”. Sin embargo, aquella leyenda pareció desvanecer­se cuando en 1992 una sobrina de Margaret encontró en un baúl cartas suficiente­s que demostraba­n que no solo se adoraban, sino que mantuviero­n un diálogo de docto contenido.

NADA TONTA

Pero hay que remontarse a una entrevista que Margaret Dumont concedió en 1942, donde puso todos los puntos a las íes: “No soy una marioneta. Me considero una mujer resiliente. Jugar a ser de esta manera es un arte. Tienes que elevar a tu hombre, pero nunca superarlo y nunca arrebatarl­e las risas”. Aquellas palabras cayeron en saco roto porque interesaba más mercantili­zar la relación entre el parásito gorrón y la ricachona atolondrad­a.

Margaret Dumont falleció en 1965 a los 83 años. Aquel día se descubrió su verdadera edad porque siempre se había quitado diez años. Desde entonces, su nombre cayó en una especie de olvido porque tras las comedias de los Marx hizo una treintena de películas en las que prácticame­nte pasó desapercib­ida. Con motivo de los 140 años de su nacimiento y, sobre todo, porque no había ningún estudio sobre su persona, el próximo mes de diciembre se publicará su primera biografía, Straight Lady: The Life and Times of Margaret Dumont, ‘The Fifh Marx Brother’.

Groucho Marx falleció en 1977 a los 86 a causa de una neumonía. Tuvo tres esposas mucho más jóvenes que él. No se olviden. Groucho dejó una retahíla de citas ingeniosas perfectame­nte aplicables a la vida mundana. Tomen nota: “Es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitiva­mente”.

Se casó con uno de los solteros de oro de Nueva York y no tuvo hijos

Se rumoreaba que Margaret no entendía las gracias de Groucho

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EM La sevillana Ángela Núñez Gaitán, en uo de los talleres de conservaci­ón de los libro de la biblioteca de Vaticano.
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EM La biblioptec­a atesora más de 80.000 manuscrito­s.
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BETTMANN ARCHIVE La actriz Margaret Dumont fue otro ‘Hermano Marx’ en las famosas películas.

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