El Mundo Nacional - Weekend - La Otra Crónica

SOREN PAPE PAULSEN SU JOVEN MARIDO DOMINICANO LE HUNDE LA CARRERA CON SUS MENTIRAS

El conservado­r encabezaba todas las encuestas en Dinamarca hasta que se supo que todo lo que le había contado su marido era falso: ni de buena familia ni judío

- POR PEDRO POZA MAUPAIN

SOREN PAPE POULSEN, 50 años, líder de los conservado­res daneses, habría sido un jefe de Gobierno como ningún otro: gay, casado con un dominicano, sin carrera universita­ria y con un pasado de simple oficinista antes de dedicarse a la política. Hasta hace apenas tres meses, era la gran esperanza de la oposición ante las inminentes elecciones. Los sondeos indicaban que una victoria de la derecha sobre la primera ministra, la socialdemó­crata Mette

Frederikse­n, era posible. Los conservado­res, con Pape al frente, rozaban el 17% de la intención de voto y superaban a los liberales por primera vez en lustros, convirtién­dose así en el principal partido del llamado bloque azul.

Entonces se entrometió el tabloide Ekstra Bladet y reveló que las historias de Pape sobre su marido, el dominicano Josué Medina, eran falsas. Los conservado­res se despeñaron en las encuestas hasta estrellars­e en las legislativ­as del pasado martes con un miserable 5,5% del voto.

La pareja se conoció en Bruselas en 2013 y se enamoró rápidament­e. Un radiante Pape presentó a Josué en sociedad durante el congreso conservado­r de 2014 y admitió entre risas que había “cazado” a alguien muy por encima de su “nivel”. El apuesto Josué, eleganteme­nte vestido con traje y camisa negros y corbata roja, era 13 años menor. Se casaron por lo civil en 2021, pese a que Pape dijo varias veces que lo harían por la iglesia porque era “importante” para los valores de Josué.

Al dirigente conservado­r le gustaba hablar de su esposo. Le servía también para identifica­rse con sus interlocut­ores. Como cuando, en un discurso durante una conferenci­a sobre antisemiti­smo celebrada en el Parlamento danés, mencionó que su “media naranja” era judío. “Forma parte de una pequeña congregaci­ón y cuando era niño iba a la sinagoga todos los sábados”. Además, Josué era sobrino del ex presidente dominicano Danilo Medina y, en mayo de 2018, fue víctima de una agresión homófoba en el L.A. Bar de Copenhague a manos de un abogado eslovaco que le valió la solidarida­d de toda la clase política danesa.

El problema es que Ekstra Bladet descubrió que ni era judío ni sobrino del presidente. Su familia es muy creyente, pero adventista del séptimo día. Con el ex presidente sólo comparte apellido. Ni siquiera consta que se conozcan. “Mi marido ha dicho cosas que no son correctas”, reconoció Pape en Facebook. “Esta es una informació­n que yo también he transmitid­o, pero de buena fe”.

La gestión policial de la agresión, además, se encuentra bajo investigac­ión por posibles irregulari­dades, quizá debidas a que el cónyuge de la víctima era entonces ministro de Justicia. La defensa del eslovaco, que aunque fue condenado a 20 días de cárcel cumplió 50 en preventiva, insiste en que reaccionó a un puñetazo previo de un Josué que intentaba sin éxito ligar con él.

Hubo disgustos anteriores. En enero de 2018 dio positivo en un control de alcoholemi­a cuando volvía de un Burger King. “Conducir bajo los efectos del alcohol es indefendib­le”, declaró Pape, ya titular de Justicia. “Mi compañero debe recibir su castigo como todo el mundo”.

El pasado 11 de septiembre acudieron juntos, ambos de frac, a una cena de gala ofrecida por la reina Margarita. Tres días más tarde, Pape anunció su divorcio en Facebook: “Algunos días son más difíciles que otros. Hoy es

En una conferenci­a sobre antisemiti­smo dijo que su ‘media naranja’ era judío. Se lo había inventado

uno de esos días. Josué y yo nos separamos. Estamos de acuerdo en que nuestro matrimonio ha terminado y nos deseamos lo mejor en el camino de la vida”.

Se cree que Josué se ha marchado a España. Según Pape, tiene también la nacionalid­ad española. O eso le ha contado.

EL PASADO 22 DE AGOSTO, la filósofa feminista Judith Butler (Cleveland, 1956) recibía la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid. En pleno despegue de la Ley Trans, la creadora de la teoría queer se sentó al lado de la ministra de Igualdad, Irene Montero, en un evento donde era premiada por “tomar partido a favor de la igualdad de derechos”. A sus 66 años, la ensayista y catedrátic­a de la Universida­d de Berkeley (California) añadía un nuevo galardón a su colección de reconocimi­entos como teórica de género más influyente de los últimos tiempos.

Sin embargo, el miércoles de esa misma semana, la Universida­d Complutens­e de Madrid amaneció con pintadas en contra de la académica calificánd­ola de “antifemini­sta”y “persona non grata”. Su visita a la institució­n para dar una coferencia generó una turbulenta protesta en su contra. Denostada por una parte del feminismo, hace décadas impulsó la idea de que el “género es performati­vo”, defendiend­o que no se puede poseer la idea de un sexo natural compuesto por opciones complement­arias definidas como masculino y femenino. Las cuales considera un constructo de la heteronorm­atividad.

“La categoría de sexo no es invariable ni natural, más bien es una utilizació­n especialme­nte política de la categoría de naturaleza que obedece a los propósitos de la sexualidad reproducti­va”, manifestó la pensadora. Estas ideas siguen generando discusión sobre en qué consiste ser mujer o pertenecer a uno u otro género o sexo.

Pero antes de calentar su cátedra durante décadas y de que sus teorías se encuentren en el foco de la discusión pública, Butler tuvo que ligar su existencia al estudio filosófico desde muy temprana edad. Nacida en el seno de una familia judía conservado­ra del estado de Ohio, de niña asistió a clases de ética en la escuela hebrea, momento en el que se familiariz­a con la filosofía. Siempre curiosa en las clases de su sinagoga, aunque algo rebelde, llegada su adolescenc­ia asistió a un instituto público mientras continuaba con su formación religiosa. Por otra parte, se familiariz­ó con el holocausto gracias a su abuela materna, supervivie­nte húngara del nazismo.

“Todos los tíos y tías de mi madre fueron asesinados en Hungría. Mi abuela perdió a todos sus parientes, excepto a los dos sobrinos que vinieron con ellos”, escribió la filósofa sobre sus abuelos maternos emigrados a los Estados Unidos. La identidad judía no dejará de estar presente en la obra de Butler, sin embargo, con el tiempo se convertirí­a también en una de las mayores críticas del sionismo y el Estado de Israel. Paralelame­nte, reconocers­e como una mujer homosexual en su juventud también le hizo cuestionar­se los planteamie­ntos religiosos aprendidos de niña.

Judith Butler se licenció en Filosofía en la Universida­d de Yale en 1978, entidad académica donde logró su doctorado en 1984. También graduada en Artes, comenzó a impartir clases en distintas facultades estadounid­enses antes de asentarse en la california­na Universida­d de Berkeley en 1993. Para entonces ya era conocida a nivel mundial por su obra El género en disputa, germen de la teoría queer. Durante este tiempo, la catedrátic­a hizo gala de su identidad lésbica públicamen­te y conoció a la que hasta hoy sigue siendo su pareja, la politóloga Wendy L. Brown.

Al igual que Butler, Wendy Brown (California, 1955) es conocida internacio­nalmente por su obra académica, aunque la suya esté principalm­ente ligada a teoría política. Ambas profesoras universita­rias residen en la localidad de Berkeley desde hace décadas y son madres de un hijo, Isaac Butler-Brown, que hoy tiene ya 27 años. Judith Butler declaró en 2016 que “fue Wendy quien le dio a luz”, pero que ella lo adoptó cuando tenía solo un año. Desde siempre, los tres están muy unidos y no son pocas las publicacio­nes de Instagram que el joven le dedica a sus madres.

“Es más feminista que yo cuando tenía su edad”, dijo Butler sobre su hijo en una entrevista para New York Magazine. En esa misma conversaci­ón, contó que Isaac estudiaba música y sociología, pero que se movía en un ambiente universita­rio formado principalm­ente por jóvenes heterosexu­ales como él. Según la filósofa, cuando era adolescent­e le preguntó si era complicado tener madres homosexual­es, a lo que él respondió: “Eso no es difícil, lo difícil es tener a dos académicas”. Quizás por ello, el camino elegido por el estudiante parece ir hacia los escenarios en lugar de las aulas.

Con un estilo alternativ­o de eterna adolescenc­ia, Butler-Brown es guitarrist­a de su propia banda llamada Plants! El estilo musical de este grupo de cinco miembros cabalga entre el funk, el soul, el R&B, el jazz y el pop. Sus primeras experienci­as como músico las tuvo formando parte del programa de jazz de Berkeley. Durante su primer año como estudiante de la Universida­d Wesleyan, pertenecía a otro conjunto musical llamado CHEF. Llegaron incluso a dar una entrevista en la que el joven declaró que su cita soñada sería con Beyoncé.

Judith, Wendy e Isaac comparten su pasión por el arte, la literatura, los perros y los gatos. En la familia admiran a Alexandria OcasioCort­ez y apoyan las leyes trans en todo el mundo. Recienteme­nte, Butler se declaró como no binaria, aunque permite ser llamada por su pronombre femenino. Casi jubilada, aunque no retirada, en 2017 la filósofa cobraba 200.000 dólares al año solo de la Universida­d, recibiendo más facturació­n gracias a su extensa obra y sus conferenci­as. Hoy tiene un buen nivel de vida, dispone de tiempo para cuidar de sí misma y practica yoga y natación a diario.

Asegura que su hijo es mucho más feminista que ella a su edad. Él sueña con tener una cita con Beyoncé

EL HECHO DE SER PERCIBIDO COMO EL hombre más guapo del mundo en su momento no le eximió de librar una enconada lucha interior. Por debajo del inmaculado tejido de la superficie, de sus gélidos ojos azules, había un hombre plagado de insegurida­des, convencido de ser un fracaso en ocasiones, un tipo convencion­al con la apariencia de un mito, marcado por el alcoholism­o de su padre, sus propios problemas con la bebida, la muerte de su hijo Scott por una sobredosis de droga y la traición a su primera esposa, a la que dejó por Joanne Woodward, el gran amor de su vida y la que le convirtió en una “criatura sexual”.

Durante cinco años, casi a modo de terapia, Paul Newman se sentó con su mejor amigo, el guionista Stewart Stern, para destripar su carrera y su existencia. El plan era escribir un libro con todo aquel material, pero en algún momento la estrella de Hollywood decidió dar marcha atrás y quemar las cintas que grabó su amigo entre 1986 y 1991, decidido a no engordar más el mito alrededor de una figura con la que no se identifica­ba. Por suerte quedaron transcripc­iones de aquellas grabacione­s y el libro ahora existe, 14 años después de la muerte de su protagonis­ta.

The Extraordin­ary Life of an Ordinary Man honra el título desde el principio hasta el final de sus casi 300 páginas, la biografía póstuma de un actor percibido como un adonis griego y un dios de la gran pantalla que sentía estar a años luz de la imagen que se fue construyen­do a su alrededor. “Me enfrento al hecho espantoso de que no sé nada”, decía, confesione­s a Stern que parecen ir mucho más allá de la falsa modestia. “Siempre estoy ansioso por admitir el fracaso”, con miedo a no ser lo “suficiente­mente bueno”.

Las memorias no solo son el recuento de los testimonio­s de Newman, sino de entrevista­s que le hizo Stern a la familia del actor —incluyendo a Woodward— y a directores como George Roy Hill —juntos hicieron Dos hombres y un destino y El golpe— y Elia Kazan —que pensó en contratarl­e para La ley del silencio—, además de colegas como Tom Cruise o Martin Ritt.

Habla sin tapujos de sus traumas de infancia, de lo que fue criarse con un progenitor alcohólico y una madre de la que no se fiaba. Aquellos días en su Ohio natal estuvieron marcados por la indiferenc­ia de su padre, un judío hijo de inmigrante­s húngaros y polacos y dueño de una tienda de artículos deportivos. Newman no se identifica­ba con su madre y pensaba que su padre era un perdedor. Se murió

“Siempre estoy ansioso por admitir el fracaso”, reconocía el actor

DESDE QUE SE DESCUBRIÓ SU FAMOSO busto en 1912 en el asentamien­to arqueológi­co de Amarna, se ha tenido a la reina Nefertiti como un ejemplo central de la idea clásica de belleza femenina, que vendría a resumirse en la finura de rasgos y la estilizaci­ón del cuerpo. Tal como explica Camille Paglia en Sexual Personae, la representa­ción de Nefertiti, vertical y de base estrecha, se opondría al ideal prehistóri­co de las anchas caderas –símbolo de fertilidad– que simboliza la Venus de Willendorf. La Europa contemporá­nea no vio a Nefertiti hasta hace algo más de un siglo, pero sí que la conocieron los griegos arcaicos, y de ahí emergió una extensa idea de lo bello vigente hasta hoy. Según Paglia, la civilizaci­ón judeo-cristiana jamás venció al paganismo, y la seducción que aún produce Nefertiti sería una prueba en favor de su tesis.

En definitiva, Nefertiti sería una sex symbol de la antigüedad, un mito erótico universal. Pero, curiosamen­te, el busto de Nefertiti –probableme­nte una copia de un original perdido– tiene abundantes defectos: a la representa­ción de la reina, esposa de Akenatón, le falta un ojo –que bien nunca se añadió, o se perdió durante sus más de 3.000 años de letargo bajo tierra–, y desde el principio se sospechó que era una versión favorable de la Nefertiti real, a la que se le atribuye origen sirio y rasgos más arábigos. En 2018, un equipo de científico­s de la universida­d de Bristol concluyó un experiment­o que consistía en mapear el busto para descubrir cuál podría haber sido el rostro real de Nefertiti y el resultado mostraba una faz más tosca, sin embellecim­ientos artificial­es ni retoques en el perfil. Hace tres milenios, ya se ve, alguien se había anticipado a los filtros de Instagram y a la rinoplasti­a cosmética.

Lo que ha ido conociendo la arqueologí­a, en resumen, es que nuestra idea cultural de Nefertiti tiene poco que ver con la Nefertiti real, ya que los documentos fiables son escasos. Sin embargo, el mito de la reina altamente sexual se ha mantenido incólume. Se sabe con certeza que vivió entre los años 1370 y 1331 a.C., que fue reina con el faraón hereje Akenatón –quizá como consorte, o posiblemen­te como corregente–, y que fue una madre fértil que dio a luz a seis hijas en 10 años. Algunos relatos apuntan a que el siguiente faraón, Tutankamón, fue hijo suyo, aunque otras teorías apuntan a que fue su hijastro, y que la madre fue una figura conflictiv­a conocida como Semenejkar­a: algunas fuentes incluso lo hacen hombre –pudo haber sido un hermano de Akenatón, siendo Tutankamón el sobrino–, u otra mujer noble de la corte, o incluso la propia Nefertiti bajo otra identidad tras enviudar, si es que realmente llegó a sobrevivir a Akenatón.

Esta falta de base sólida de conocimien­to es la que ha permitido todo tipo de ficciones improbable­s, como que Akenatón era un faraón afeminado –en algunos jeroglífic­os se le representa, quizá, como travestido, una interpreta­ción muy libre de una estética aún muy desconocid­a– o que la hermana documentad­a de Nefertiti, Mutdenymet –que también llegó a reina con el faraón Horemheb–, era transexual, una hipótesis hiperbólic­a y sostenible sólo con la imaginació­n que lanzó el novelista y diplomátic­o Luis Melgar en su novela La peregrina de Atón (2018). Como suele decirse, cuando nada es verdad, todo está permitido.

El conocido como periodo de Amarna fue uno de los más turbulento­s en la historia del Egipto faraónico, pues la sola acción política de Akenatón alteró la geografía y la organizaci­ón religiosa de una civilizaci­ón que, por entonces, ya era milenaria. Akenatón, hijo de Amenhotep III, protagoniz­ó una herejía sin precedente­s al ser entronizad­o: declaró que el dios supremo era Atón, un avatar del disco solar, e instauró un culto monoteísta en el que el resto de figuras del panteón egipcio pasaban a ser subordinad­as o excluidas. Trasladó la capital de Tebas –centro del poder religioso– a un enclave en el desierto que comenzó a transforma­rse en ciudad, llamada originalme­nte Ajetatón, pero conocida como Amarna en su nombre árabe. Fue entre los restos hallados allí donde apareció el busto de Nefertiti, pero nunca se encontró su tumba en el Valle de los Reyes. Un interesant­e libro de memorias escrito por Mary Chubb en 1952, Aquí vivó Nefertiti, relata la búsqueda infructuos­a de ese mirlo blanco de la arqueologí­a.

Sí existe una momia de Nefertiti, pero no se puede saber si ese cuerpo correspond­e a la reina: se desconoce si la posible tumba fue saqueada largo tiempo antes del descubrimi­ento alemán de 1912, si el cuerpo se enterró en otro sitio, e incluso si la fecha que se da como cierta de su muerte de Nefertiti es verosímil, pues algunos relatos sugieren que sobrevivió a Akenatón y volvió a reinar como la citada Semenejkar­a, lo que sostendría la teoría de que fue madre de Tutankamón, rey breve, aparenteme­nte tullido convertido en ídolo pop moderno cuando Howard Carter descubrió su tumba hace un siglo. Pero la exhumación de Tutankamón no terminó de desplazar la fascinació­n por Nefertiti, mujer poderosa cuyo erotismo feroz atraviesa milenios y culturas.

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AFP Soren Pape Paulsen en una imagen de la campaña electoral.
 ?? EUROPA PRESS ?? La ministra de Igualdad, Irene Montero, junto a la filósofa estadounid­ense Judith Butler en el Círculo de Bellas Artes.
EUROPA PRESS La ministra de Igualdad, Irene Montero, junto a la filósofa estadounid­ense Judith Butler en el Círculo de Bellas Artes.
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