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SU DETERIORO PSICOLÓGICO PESE A LA BICI ESTÁTICA, LA CAMA GRANDE: LLORÓ COMO UN NIÑO SUPLICANDO EL 3º GRADO
Pocos detalles se conocen de la estancia del ex duque en la cárcel, pero parece que su caída a los infiernos fue más cómoda de lo habitual. ‘Urdangarin. Relato de un naufragio’ desvela su día a día en Brieva.
BRIEVA (ÁVILA). 18 DE JUNIO DE 2018. UNOS 150 periodistas sitian el edificio de hormigón armado, con muros de cinco metros de altura, en el que Iñaki Urdangarin ha decidido cumplir su condena de cinco años y 10 meses por malversación, prevaricación, fraude, dos delitos fiscales y tráfico de influencias en el caso Nóos. El cuñado del Rey Felipe VI hizo su entrada pasadas ligeramente las ocho de la mañana. Atravesó la puerta en el interior de un coche con los cristales tintados. No hubo foto alguna. A partir de ese momento, apenas sabemos nada de lo que ocurrió durante los dos años y medio siguientes en el interior de aquel penal. Se instaló la ley del silencio y apenas hubo filtraciones.
Sin embargo, llega a las librerías el próximo 16 de noviembre Urdangarin. Relato de un naufragio (La Esfera de los Libros), una obra en la que el periodista Nacho Gay narra con todo lujo de detalles la vida carcelaria del preso más famoso de la historia de España.
El autor propone un viaje a las entrañas de la prisión y describe los aposentos del ex duque de Palma en sus años de condena no como mo una celda, sino más bien como una especie de loft. Al tratarse de un hombre en una cárcel de mujeres, se le instaló en el antiguo módulo de tránsito, en desuso desde que cumpliera condena allí el ex director de la Guardia Civil Luis Roldán, quien describió el lugar como un infierno en el que, paradójicamente, hacía muchísifrío. Pocos meses antes de la entrada de Urdangarin en prisión, sin embargo, Instituciones Penitenciarias invirtió un millón de euros para renovar el sistema de calefacción. Y cuando quedaban apenas unos días para el ingreso, los operarios bailaron un vals con la brocha y adecentaron una parte de los 400 metros cuadrados totales del módulo. El día que el ex jugador llegó, aún olía a pintura.
“Atravesando una puerta metálica, la única que recordaba a una prisión en todo el espacio que ocuparía el marido de la Infanta Cristina, se abría un pasillo que derivaba en los aposentos de este. Iñaki descubrió en ese momento que las estancias que iba a utilizar en el módulo tenían la forma de una letra T irregular y se componían principalmente de una sala de estar, una habitación con baño incorporado y un patio exterior de unos cien metros y algo sombrío, porque estaba orientado al norte. El recinto no recordaba para nada a una cárcel; ni rastro de los habituales barrotes o las puertas de hierro forjado con pestillo king size”.
En el citado libro también se asegura que el preso disponía de una especie de reducto gourmet en un pequeño rincón que hacía las veces de office, sin cocina, pero con cafetera y un pequeño refrigerador. “Pero un elemento dejó especialmente noqueado al
Urdangarin se aferró a la fe. Comentaba la Biblia con el padre Galán
interno. Uno muy concreto: la cama. Iñaki iba a ser probablemente el primer preso de España en dormir en una de matrimonio. Aquello no era el palacete de Pedralbes, eso es cierto, pero no estaba nada mal”.
El marido de la Infanta apenas salió de ese espacio en el tiempo que duró la condena. Por motivos de seguridad, recibía las visitas en su módulo, no en los lo
cutorios. Apenas le permitían acudir un par de horas al día al gimnasio del edificio principal. El problema fundamental para Iñaki llegó cuando se dispuso a utilizar las bicicletas estáticas del centro. Hablamos de un tipo de 1,97 centímetros que, por tanto, no podía entrenar sobre cualquier aparato. “Después de llamar a diferentes ventanillas con funcionarias mascando chicle, el abogado de Iñaki consiguió su objetivo. En plenas Navidades, los Reyes –los de Oriente, no los de España– descargaron en la prisión uno de los mejores caballos de aluminio del mercado, con un precio aproximado de unos 2.000 euros. Urdangarin lo desembaló con la misma ilusión que un niño abre sus juguetes en esas fechas y colocó el aparato frente al televisor que tenía en la sala de estar”. Se narra en el libro que, en cierta ocasión, el preso debió ser atendido por los servicios médicos (corría el año 2019), por la intensidad de sus entrenamientos, más propios de un deportista de élite que de un señor acomodado –en el talego– de 50 años.
Harina de otro costal es el asunto del móvil en manos de Iñaki. Hasta dos testigos diferentes sitúan al interno manipulando un celular en algún momento de su estancia en Brieva. “Es cierto que las Infantas y sus acompañantes no eran cacheados ni pasaban por detector de metales alguno […] Al preguntar a Instituciones Penitenciarias de forma oficial por este asunto, estos se muestran taxativos: ‘El móvil es un objeto prohibido en el penal y es imposible que se le haya facilitado alguna vez a ningún preso’. Eso sí, no descartan –no pueden hacerlo– que cualquier interno acceda de manera unilateral a uno de estos artefactos.
Reconocen que ha pasado en ocasiones, como también se introducen constantemente en las cárceles sustancias estupefacientes”.
Urdangarin. Relato de un naufragio no solo analiza las comodidades de las que dispuso el preso en sus años en prisión, justificadas en muchos casos por cuestiones de seguridad, sino también la parte negativa que conllevaba su aislamiento. El libro describe con detalle el proceso de deterioro psicológico que sufrió. Se narra, por ejemplo, cómo Iñaki rompió a llorar como un niño delante del juez de vigilancia penitenciaria de Valladolid, Florencio de Marcos, en una de las dos visitas que este le realizó en la cárcel de Brieva. Le suplicó entre lágrimas el tercer grado.
Iñaki también construyó relaciones de amistad con los funcionarios que trabajaban en su módulo. Con algunos veía, incluso, corridas de toros frente al televisor de su sala de estar. Pero, sin duda, la amistad más entrañable la estableció con el capellán de la prisión, el padre Galán, que pasaba prácticamente todas las tardes a charlar con él. El marido de la Infanta se aferró como nunca a la fe, leyó innumerables libros de religión y filosofía, tomaba la comunión los domingos y comentaba pasajes de la Biblia con aquel clérigo. A él le confesó, ya desde el primer día, que tenía dos temores principales como preso: qué iban a pensar sus hijos de él al verle en una celda y cómo iba a ser capaz de salvar su matrimonio.
Lo segundo, obviamente, no lo conseguiría.
En las conversaciones con el sacerdote, descritas en el libro, probablemente se puede hallar la clave maestra de la infidelidad posterior de Urdangarin y su ruptura con la Infanta Cristina.