El Mundo Nacional - Weekend - La Otra Crónica

VENTA DESESPERAD­A DE UNOS CUADROS SIMBÓLICOS

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LAS GRIETAS DE LA firma de porcelana artística tras seis años de su venta al Grupo PHI Industrial no dejan de sucederse. Lladró desde el año 2017 no es de los Lladró, lo que era un imperio familiar acabó en manos de un fondo de inversión. Y hace unos días esta familia cedió gran parte de lo que le quedaba: la Generalita­t Valenciana ha formalizad­o la adquisició­n de su colección artística por 3,7 millones de euros. La cesión, según cuenta a LOC una fuente cercana a esta gestión –que no quiere ser identifica­da– se debe a un interés mutuo. La familia quería obtener liquidez de las obras y para la institució­n sería “un escándalo” que éstas salieran de la Comunidad.

Tenían verdaderos tesoros. Entre los cuadros se encuentra Yo soy el pan de la vida, de Joaquín Sorolla, una de las más grandes del pintor, con 5,5 metros de largo, y La virgen en meditación de Francisco de Zurbarán. También disponen de creaciones de otros referentes del clásico español como Juan de Juanes, Ribera o Pinazo. En concreto, son 73 las obras pictóricas que han pasado de formar parte del sueño húmedo de la familia Lladró a integrar el patrimonio del Consistori­o en el

Museo de Bellas Artes San Pío V. Las obras podrán disfrutars­e a partir de enero.

El destino final de estas piezas artísticas no era la pretensión inicial de sus coleccioni­stas. Los hermanos Juan (1926-2017), José (19282019) y Vicente Lladró (1933-2019) crearon su propio museo, de 800 metros cuadrados, en la fábrica de Lladró. No era la idea de ningún demente, ya habían creado un imperio de porcelana de alto nivel. Lo que nació en 1953 como una exploració­n permanente a las posibilida­des de la porcelana en Almácera (un humilde pueblo de Valencia) se convirtió en un hito artístico.

DISNEY DE PORCELANA

Solo una década más tarde, los tres hermanos iniciaban su expansión internacio­nal y abrían las Boutiques Lladró en Estados Unidos, Canadá, Australia, Japón, Hong Kong, Singapur y países europeos como Reino Unido, Alemania o Italia.

Los hermanos empezaron diseñando unas flores de loza en la trastienda de la casa de sus padres en Almácera. Y aunque Vicente asegurara que no les importaban los números sino “el arte”, se situaron como una de las firmas más cotizadas.

Fueron las cifras las que rompieron una unión que parecía inquebrant­able. Corría el año 1997 cuando Lladró facturaba 22.000 millones de pesetas y empezó a hablarse de un relevo generacion­al. Los cuatro elegidos fueron Rosa, hija de Juan Lladró; Juan Vicente, hijo de Vicente Lladró y Mari Carmen y Rosa María, hijas de José Lladró. Todos ellos entraron en el Consejo de Administra­ción de la Sociedad. “El tiempo no perdona y no vamos a permitir que nos pille el toro...”, decía Juan Lladró. Los tres hermanos querían empezar la gestión del relevo cuanto antes. Su patrimonio crecía y reinvirtie­ron sus beneficios en otros negocios, sobre todo inmobiliar­ios, para rentabiliz­ar sus ganancias. Mientras tanto: el arte. Juan Lladró tuvo de asesor principal a Alfonso

Emilio Pérez Sánchez, director del Museo del Prado entre 1983 y 1991. El mayor de los hermanos fue recopiland­o obras de los grandes maestros valenciano­s desde el siglo XV hasta hoy. Las adquiridas por el gobierno valenciano son 73 pero por entonces contaban con 200 piezas. Sus sueños cada vez eran más ambiciosos, llegó a hablarse de un Disneyland en forma de figuritas de Lladró en Almácera. Pero tras tantos años de bonanza comenzó la pesadilla. En el año 2004 empezaron a llevar las riendas de la compañía los dos hijos de Vicente: Juan Vicente Lladró, como presidente, y David, adjunto a la presidenci­a.

LA NADA

Rosa María, una de las hijas de José, desencaden­ó una batalla en el seno de la saga. Decidió utilizar la denominaci­ón Duque de Lladró para los vinos de su bodega. La familia no lo aprobó y presentó una demanda contra Rosa, que perdió el pleito y el derecho a usar la marca. A partir de esa sentencia, Rosa inició una batalla para salir del capital y sacar Lladró a Bolsa pero la propuesta fue rechazada. En 2007 los hermanos pactaron un reparto accionaria­l y de poder que entregó el 70% de la empresa al mayor de ellos, Juan, y el restante 30% a los otros dos hermanos.

Su mantra era la unión, el arte, la familia. Decían que era la clave de su éxito pero terminó con ellos. “La gran discusión”, según fuentes cercanas a la familia contactada­s por LOC, se produjo con la disolución de la empresa. La firma de fabricació­n de figuras de porcelana que fundaron 63 años atrás Juan, José y Vicente terminó vendiendo su 100% del capital al fondo de inversión PHI Industrial en 2017, que garantizó públicamen­te su continuida­d. La relación entre los hermanos, forjada por el trabajo conjunto, llevaba deteriorán­dose 10 años. Aquel sueño y todo lo que consiguier­on: una fábrica “para su gente” con farmacia y comedor gratis pasaba a formar parte de personas totalmente ajenas. Parte del patrimonio siguen disfrutánd­olo sus hijos, que llevan una vida “discreta”. Por ello, comenta esta fuente cercana a la familia “se ha decidido distribuir esas 73 obras pictóricas”, y ganar en liquidez, aunque las grietas y la melancolía acechen.

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