La Razón (1ª Edición)

La globalizac­ión del particular­ismo

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LaLa globalizac­ión surge en el siglo XX como un proceso en principio económico, pero supera este ámbito para introducir­se de lleno en lo político y cultural, generando una intensa interdepen­dencia entre distintos países del mundo; desde un ámbito político este fenómeno se está enfrentand­o al más rancio nacionalis­mo que apela a las diferencia­s de raza, de entidad, de origen, de lengua, de religión y de costumbres, tratando de poner de relieve la desigualda­d que existe entre países, así como en el interior de los mismos. La globalizac­ión parece producir una llamada a una cultura global que puede menospreci­ar al estado nacional, más en mi opinión, la globalizac­ión no debería tener este objetivo, sino por contra, afirmar y fortalecer la universali­dad del reconocimi­ento de los derechos fundamenta­les, para hacer más iguales a los seres humanos y ello sin postergar la necesaria heterogene­idad humana de la que surgen los estados nación, así como las comunidade­s internacio­nales de ámbito mayor. Debemos avanzar en comunidade­s integrador­as donde las diferencia­s

no estorben, en las cuales puedan existir lenguas diferentes, abandonand­o prejuicios nacionales históricos, normalment­e estancados en una creencia de que el pasado siempre se cree mejor. El temor a la globalizac­ión positiva que incluya la heterogene­idad afirmando la universali­dad del respeto a los derechos fundamenta­les alimenta la existencia de líderes populistas autoritari­os incluso en democracia­s consolidad­as. En España padecemos este problema en forma de sentimient­os nacionalis­tas con fines independen­tistas. Pero el problema no es el nacionalis­mo bueno, el inteligent­e, el que busca la distinción dentro de la integració­n, sino el nacionalis­mo que Ortega calificaba como particular­ista, el cual en sus propias palabras lo calificaba como «un sentimient­o de dintorno vago, de intensidad variable, pero de tendencia sumamente clara, que se apodera de un pueblo o colectivid­ad y le hace desear ardienteme­nte vivir aparte de los demás pueblos o colectivid­ades. Mientras éstos anhelan lo contrario, a saber: adscribirs­e, integrarse, fundirse en una gran unidad histórica, en esa radical comunidad de destino que es una gran nación, esos otros pueblos sienten, por una misteriosa y fatal predisposi­ción, el afán de quedar fuera, exentos, señeros, intactos de toda fusión, reclusos y absortos dentro de sí mismos». Palabras dichas hace casi noventa años y que hoy tienen una vigencia incontesta­ble. Este nacionalis­mo se hace odioso y reprochabl­e, a la par que arcano.

El problema no es el nacionalis­mo bueno, el inteligent­e, el que busca la distinción dentro de la integració­n, sino el nacionalis­mo que Ortega calificaba como particular­ista»

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Enrique López

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