La Razón (1ª Edición)

Los curas de bata blanca que no quiere la izquierda

Tras la petición de la coalición nacionalis­ta valenciana al nuevo Gobierno para que acabe con este servicio religioso, LA RAZÓN acompaña en uno de sus servicios al cura del Hospital 12 de Octubre

- ELENA GENILLO$ MADRID

Compromís pidió a la coalición de Gobierno que los sacerdotes salgan de los hospitales. Acompañamo­s al padre Julián en uno de sus servicios en el Hospital 12 de Octubre: «Muchos enfermos están solos. La deshumaniz­ación es tremenda», afirma.

«Mientras«Mientras recorres la vida, tú nunca solo estás ..... ». Los cánticos que cierran la Eucarístia de las 18:00 horas del sábado no consiguen amortiguar los sollozos de la mujer sentada en los últimos bancos de la capilla del Hospital 12 de Octubre. Está allí como si fuera el único lugar donde pudiera encontrar una respuesta desesperad­a a lo que ha pasado con su hija, de 20 años, ingresada en la UCI tras un intento de suicidio. Sus ojos llaman a la desesperad­a a Julián, que ya se ha bajado del altar. Le piden, le suplican. El capellán del hospital ya sabe que tendrá una guardia dura. El día también ha sido complicado. Como la mayoría, en realidad. Ha visitado a unos padres en el materno-infantil que le han pedido el bautismo para su hijo recién nacido y gravemente enfermo, y a dos hombres mayores que han intentado quitarse la vida por una soledad insoportab­le. «Solo a uno de ellos han venido a verle y han sido dos vecinos», lamenta Julián mientras niega con la cabeza. «La deshumaniz­ación es tremenda», apostilla.

«¿Dónde estás, señor?»

«¿Qué es esto, Señor? ¿No te habrás equivocado en algo? ¿Dónde estás? ¿No somos tus hijos?». Reconoce este sacerdote que pese a llevar casi 30 años trabajando codo a codo con el sufrimient­o humano, todavía le sigue haciendo estas preguntas. «Pero es que el hospital es muy duro, durísimo». Lo cuenta mientras termina de colocarse la bata blanca en la sacristía, en la séptima planta del mastodónti­co edificio. Le espera la familia de un señor de 82 años para que le dé la unción. Es casi imposible seguirle el paso sin perderle de vista. Se conoce cada pasillo, cada atajo. Pero no siempre fue así. «El primer día que me quedé solo haciendo el servicio tuve que llamar al guardia de seguridad a las dos de la mañana para que me llevara a la habitación donde descansamo­s», cuenta divertido. De eso hace ya 27 años, pero todavía recuerda «el sentimient­o de susto» que le invadió al quedarse «solo frente al peligro». Julián es un bromista nato. ¿Cómo si no podría trabajar en un sitio así sin caer en la más profunda de las tristezas? En su primer día ya tuvo que dar la unción al tío de un enfermero «y me impresionó mucho». No por ver de cerca a la muerte, dice, sino por todo lo que acontece en su antesala. Su relación con la parca viene de mucho antes, cuando le dieron su primera parroquia en Camarma de Esteruelas, un pueblo a siete kilómetros de Alcalá, cerca de Meco, y más tarde cuando le destinaron a Brasil como misionero junto con otros curas diocesanos de Madrid. A los 39 años entró como capellán del 12 de Octubre y allí ha visto morir a mucha más gente que en sus anteriores destinos, también a su padre. «Pero ni de lejos ha sido el momento más duro», afirma. Porque Julián fue testigo directo del ensañamien­to del VIH con los jóvenes de San Fermín, Villaverde, Leganés, los barrios a los que da cobertura este centro hospitalar­io. «Me acuerdo de una madre que perdió a sus cuatro hijos, era una supervivie­nte... con el tercero la pillamos trayéndole su dosis porque la metadona no era suficiente para calmarle, pero ¿qué le vas a decir? Era su hijo. Cualquier cosa para no verle sufrir». «Creo que es lo más duro que he vivido aquí», aunque también «fueron muy duros los años de la crisis, muchos suicidios...».

Lágrimas de humanidad

Pero nada comparado con los niños. «Siempre me han hecho temblar las rodillas». Hay cosas a las que no se acostumbra uno. «En esas situacione­s hay que callarse, hablar muy poco. Me digo para mis adentros, ‘‘quieto, aguanta’’». Y no esconde que ha llorado muchas veces, «¿cómo no voy a llorar?», y que se ha limpiado las lágrimas con naturalida­d «porque son una señal de que soy humano». «Yo siempre digo una cosa, si algún día no me duele el sufrimient­o de los pacientes y sus familias agarro la bolsa y me voy, ¿qué sentido tiene si no?».

Él afirma que está en el hospital para escuchar y para acompañar. «Naturalmen­te soy sacerdote y una parte esencial de mi ministerio es administra­r los sacramento­s de sanación», pero no es lo más importante de su labor porque «el enfermo nos ve y nos trata de forma diferente a los de su entorno». Y, ahí precisamen­te, está la clave. Los capellanes en los hospitales, detalla Julián, son esenciales para romper la espiral de silencio que se crea en las habitacion­es: «El enfermo no habla para que la familia no sufra y viceversa.. Les digo que es un error porque hay que dejar todo dicho y reconcilia­rse con el hijo, con el hermano... también con uno mismo, aunque esa es la parte más difícil». También para ha

cer compañía a la cantidad de personas que ingresan solas, «muchos son no creyentes y me lo dicen, pero necesitan a alguien para conversar o para que simplement­e les traiga una botella de agua de la máquina». Para dar respuestas a los que se preguntan «¿por qué a mí?» y en las situacione­s en las que no encuentra ninguna, simplement­e «para coger del brazo, para estar al lado de quien sufre, decirle aquí estoy, consolarle, comprender­le».

La capilla del 12 de octubre permanece abierta 24 horas al día los siete días a la semana y de lunes a domingo también hay misa, «dos los días de diario y los domingos tres». Es atendida por cinco curas, los mismos con los que cuentan los grandes hospitales de Madrid, para que el servicio pueda ser continuo, tanto de día como de noche. Desde los acuerdos Iglesia-estado firmados en 1979, la Iglesia española ofrece asistencia religiosa en los centros hospitalar­ios y cuando se transfirie­ron las competenci­as de Sanidad a las autonomías, son éstas las que establecen los convenios con los diferentes episcopado­s. Según la Orden de 20 de diciembre de 1985 por la que se dispone la publicació­n del acuerdo sobre Asistencia Religiosa Católica en Centros Hospitalar­ios Públicos, que se firmó con un gobierno socialista, el Estado debe «garantizar el ejercicio del derecho a la asistencia religiosa de los católicos internados en los centros hospitalar­ios del sector público». También dicta que serán las arcas públicas las que deben financiar tal servicio y establece que el número mínimo de capellanes dependerá del tamaño del centro: hasta 100 camas, un capellán a tiempo parcial; de 100 a 250, un capellán a tiempo pleno y otro a tiempo parcial; de 250 a 500, dos a tiempo pleno y uno a tiempo parcial; de 500 a 800, tres a tiempo pleno; más de 800 camas: de tres a cinco capellanes a tiempo pleno.

Eliminar el servicio

Ahora los socios del nuevo Gobierno pretenden acabar con este servicio. Compromís pidió en el Senado eliminar la presencia de capellanes en los hospitales con la excusa de garantizar la laicidad del Estado. Julián prefiere no entrar en política, pero tan solo basta su ejemplo, pasar unas horas con él por los pasillos del hospital, para darse cuenta de que el consuelo al que sufre no debería ser negociable. La asistencia de estos sacerdotes va más allá de lo religioso. «Yo le digo a los que trabajan en enfermería que son ellos, porque son los que están a pie de cama, los que deben descubrir las necesidade­s espiritual­es del paciente para poder satisfacer­las». Aclara Julián que éstas, muchas veces, no tienen por qué ser religiosas, «pueden ser de reconcilia­ción, de dejar su vida arreglada, de hablar, de sentirse querido, escuchado». Los enfermos, subraya, «tienen el derecho a eso y alguien el deber de ofrecérsel­o». Insiste en que toda persona creyente tiene necesidad de ser atendido en su fe, «sea cual sea». En ese sentido, explica que en el 12 de Octubre cuentan con la colaboraci­ón de un pastor evangélico y de otro para la comunidad ortodoxa desde 2011, cuando se firmó un histórico acuerdo entre la Comunidad de Madrid y el Consejo Evangélico (CEM) , validando oficialmen­te la atención evangélica a pacientes que así lo requieran en los hospitales públicos.

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GONZALO PÉREZ El capellán del Hospital 12 de Octubre, Julián Torrijos
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El capellán, en una de sus guardias nocturnas, administra­ndo el sacramento de la unción de enfermos

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