La Razón (1ª Edición)

Sí, pero no

- Sábino Méndez

EnEn Cataluña, por mucho que les digan, no hay una lucha por ver quién lidera el catalanism­o, ni un conflicto de convivenci­a, ni un problema político. En Cataluña lo que hay es una lucha salvaje por el poder. Esa lucha no respeta nada; ni la verdad, ni el sentido del ridículo intelectua­l, ni los derechos democrátic­os, ni nada que se le ponga por delante. Tal crudeza se debe a que el triunfo depende de muy poquito. En la región, hay un empate entre los que piensan que a los catalanes nos iría mejor separados de España y los que piensan que nos iría mejor unidos a ella. Lo mismo entre los que usan el catalán para su vida diaria y los que usan el español. Afortunada­mente, ambas lenguas son muy parecidas y la población las domina sin problemas. Esas paridades se mantienen constantes. En un panorama así, conseguir los votos para gobernar la región depende de que unos pocos se decanten hacia aquí o hacia allá y otros se muestren aquiescent­es si no se les contraría demasiado. Por tanto, la técnica fundamenta­l del político regional que aspire a gobernar es, desde hace décadas, practicar el sí, pero no.

Lo hacía Pujol cuando decía que pasaba de Madrid pero que había que estar allí. Lo hace Colau cuando dice que ella no es independen­tista pero luego apoya votaciones sin garantías. Lo hacía Montilla cuando decía que quería un catalanism­o inclusivo, pero luego multaba a los que no rotulaban en catalán. Lo hace Aragonés cuando va con Sánchez y ante el catalanism­o lo niega. Lo hacía Puigdemont cuando declaraba la república y luego se desdecía. Lo hace Torra cuando encorajina a los CDR, pero luego les manda las porras.

Si a Pedro Sánchez lo enviáramos a competir por la presidenci­a de la Generalida­d, ya verían qué poco le duraba el «no es no», y como el supuesto hombre de principios se convertía en un hombre de finales (felices o no) en menos que canta un Iglesias para interrumpi­r el sueño. He ahí una de las razones por las que un hombre como Valls, acostumbra­do a tomar posiciones definidas sobre las cosas, lo tendría complicado en la política catalana. ¿Se puede gobernar en Cataluña sin usar el sí, pero no? ¿Sin mentir a los cándidos? Tristement­e, nadie parece intentarlo.

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